sábado, marzo 17, 2012

Vallejo en el corazón


César Hildebrandt

Ayer 15 de abril se volvió a morir César Vallejo. Digamos que se ha muerto 70 veces. Y digamos también que está más vivo que algunos de sus colegas que se reeditan cada año y que se suicidaron de un sueldazo en la sien en plena hacienda pública.


Vallejo es un poeta que pocos han leído, que muy pocos han entendido y que todos ¬aplauden porque eso es lo correcto y porque, además, se le recuerda en su fase de modernista hablando de los heraldos negros que nos manda la muerte.

Pero ese no es el Vallejo que fue reivindicado póstumamente. El Vallejo que fue reconocido cuando ya era tarde es el que hizo sufrir y sufrió en los Poemas Humanos y el que ardió de cólera y lloró como un niño en los poemas dedicados a España. También es el Vallejo experimentoso y sentimental de “Trilce”, escrito para desafiar lo chocanesco –con todo lo que eso puede significar–.

Lo más genial de Vallejo es su relación con el idioma. No exagero si digo que con él las palabras conocen sentidos distintos y los sentidos se expresan con palabras nuevas. Vallejo amaba el idioma español pero, al mismo tiempo, lo galopaba sin piedad, lo extenuaba en aventuras descubridoras. Vallejo no se cansa de navegar corriente arriba y de fundar nuevas comarcas de las que huye tan pronto lo ¬aburren. Vallejo es un mujeriego del idioma. Y por eso es tan intratable para muchos traductores.

“Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas…” dice para confirmarnos que la crueldad de la guerra se lleva al padre y al marido pero también al luchador que es parte del nosotros. Y como para Vallejo la muerte siempre es “lacónico suceso”, añade:

“Lo han matado suavemente

entre el cabello de su mujer, la Juana Vásquez,

a la hora del fuego, al año del balazo,

y cuando andaba cerca ya de todo”.

Como saben los lectores de Vallejo, este Pedro Rojas guerrillero y antifranquista termina resucitando laicamente, como aquel otro combatiente del archiconocido poema “Masa”. Porque Vallejo resucita a quien no debe morir y, como no cree demasiado en Dios, acude al poder popular y a la voluntad del herido tumulto para lograrlo. Por eso es que Rojas, levantado entre los muertos, vuelve a escribir con el dedo en el aire “¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”.

Nadie había hecho bodas tan notables de la rabia y la ternura. Nadie había ensayado tan radicalmente con las palabras ni con la emoción. Hay veces en que Vallejo parece tener más ojos, más oídos, más nervios y más capacidad de ser solidario que el más sensible de sus prójimos. Bueno, eso se llama, abreviadamente, genialidad.

“Ahí pasa la muerte por Irún:

sus pasos de acordeón, su palabrota,

su metro del tejido que te dije…

¡Llamadla! Hay que seguirla

hasta el pie de los tanques enemigos,

que la muerte es un ser sido a la fuerza,

cuyo principio y fin llevo grabados

a la cabeza de mis ilusiones,

por mucho que ella corra el peligro corriente

que tú sabes

y que haga como que hace que me ignora”.

La muerte no lo ignoró aquel abril de 1938, a los 46 años de su edad. Vengativa, lo visitó en la cama modesta de aquella clínica del boulevard Arago, donde vivió los últimos tramos de ese matrimonio que yo siempre he ¬imaginado como espantoso. Su viuda contaría, años después, que Vallejo se murió sin diagnóstico y así se hizo notar en el certificado de defunción. Gerardo Diego, a quien madame Vallejo odió siempre, ha descrito la hambruna que se sufría en esa casa.

El Perú oficial despreció a Vallejo. Clemente Palma, el crítico literario más importante de la Lima que Vallejo merodeó sin demasiadas ganas, se burló del poeta y vaticinó su defunción literaria. También estuvo lo del incendio en el norte, un capítulo que acaba de recordar notablemente Eduardo González Viaña. Es cierto que José Carlos Mariátegui vislumbró al genio, pero la voz del fundador del socialismo peruano no era en ese momento tan importante como lo fue cuando la historia lo puso en la cumbre que le correspondía. También es cierto que Antenor Orrego lo estimó humana y literariamente y que, a raíz de su muerte, un joven José María Arguedas escribió, con el seudónimo de Pedro Tierra, un emocionado artículo vallejiano aparecido en la revista “Hoz y martillo”. Pero el Perú oficial –es decir, la derecha que no lee y el pueblo que le sirve agachadamente– le dio la espalda.

El asunto es que Vallejo se fue a Europa con el ánimo de no volver a este país erizado de Palmas. Y la verdad es que se murió en la miseria. Y también es verdad que sin la campaña de André Coyné, el francés a quien también le debemos el descubrimiento de César Moro, Vallejo no habría sido admitido, veinte años después de su muerte, en la comunidad literaria de Lima. Claro que después de Coyné se puso de moda decir que Vallejo “era el más grande”. Y lo era, pero no porque lo dijeran en Lima. Porque a Vallejo lo ¬amaron y lo elogiaron, en Europa, Pablo Neruda, Louis ¬Aragon, André Malraux. “Tenías algo de mina, de socavón lunar, algo terrenalmente profundo” le escribió Neruda en agosto de 1938. Y el español Andrés Iduarte estampó en la revista “Hora de España” estas palabras que no cesarán de ser ciertísimas: “Le faltaba (a Vallejo) toda condición para eso que llaman ‘el éxito’. No admitió ser poeta bufón de poderosos, ni secretario de imbéciles, ni traspunte de badulaques… Vivió en la amargura y en la pobreza, pero sin rencor ni resentimiento… La muerte de Vallejo la produjo, sencillamente, el hambre a que lo condenó su nobleza…”

Que estas líneas sirvan para desenmascarar al viejo país falsamente aristocrático que maltrató a Vallejo y que, años más tarde –“muerto el combatiente”– le dedica discursos y homenajes. Y que sirvan quizás para recordarles a algunos a qué frivolidad de membretes que elevan socialmente y a qué poquedad de premios que “consagran”se ha reducido, en muchos sentidos, el quehacer de los que escriben amando la deriva de los acomodos. Quizás para -ellos Vallejo escribió esto:

“Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen

y suben por su muerte de hora en hora

y caen, a lo largo de su alfabeto gélido,

hasta el suelo”.






MUNILIBROS


Un acierto del Municipio de Puno, la publicación de los MUNILIBROS refresca y propone nuevas formas de Gestión Cultural. La dirección general esta a cargo del Ing. Luis Butrón Castillo. El comité consultivo lo conforman Walter Rodriguez Vasquez, Boris Espezua Salmón y Ana M. Pino Jordán. El equipo ejecutivo lo conforman Lourdes Cornejo Duran, Carlos Rojas Mendoza, Elard Serruto Dancuart, Hilda Quispe Lorenzo, Silvia Rodríguez Ramos. La diagramación corrió cargo de Carlos Marca Flores y el diseño de carátula a cargo de Omar Suri.  Bien por la cultura y por la promoción y fomento de la lectura.


Todas las sangres en debate


Con frecuencia se publican estudios críticos sobre José María Arguedas, no pocos de ellos valiosos. Sin embargo, el libro reciente de Dorián Espezúa es una contribución original y multidisciplinaria muy sugerente desde la periferie, es decir, mirando desde el paratexto y otras formas de abordar el contexto y los pretextos en torno a todas las sangres. Felicitaciones.



W.P.

¡SOI INDIO¡


 

"La historia de los hombres se hace sobre esa prosa despojada de adornos que es la vida. La de los poetas, suelen ser narraciones que se crean desde la desorientadora memoria, la inexacta imaginación, el inevitable retorno de lo ...que alguna vez se supo del héroe cultural y aquello que el crítico y el historiador no puede dejar de atender: los huesos de la vida. La poesía Efraín Miranda es la del poeta y la del héroe cultural" Así inicia Gonzalo Espino el elogioso libro dedicado a nuestro poeta mayor y de contrastes interculturales. Libro editado por Gonzalo Espino, Mauro Mamani y Guissela Gonzales. Albricias.
 
W.P.

Diccionarios aimaras

Walter Paz Quispe Santos

Parece lógico que la posteridad de la lengua aimara abunde en intentos continuos de encontrar el significado de sus palabras. Así lo testimonian los trabajos de José Luis Ayala y Dionisio Condori Cruz. Ambos autores de reconocida trayectoria acaban de publicar diccionarios aimaras bilingües que enriquecen los estudios lexicográficos de una de las lenguas mayores de los andes. José Luis Ayala, nos trae un estudio onomasiológico del léxico aimara, es decir, una explicación ideológica de los significados de la palabra aimara. Dionisio Condori Cruz, lo hace pero desde la perspectiva semasiológica, es decir, nos explica el significado semántico denotativo.


Sobre el “Diccionario de la cosmopercepción andina. Religiosidad, jaqisofía y el universo” de José Luis Ayala, comenta uno de los destacados y brillantes antropólogos del país como Alejandro Ortiz Rescaniere lo siguiente: “La obra de José Luis Ayala es una muestra de la excelencia de esta tradición. Es el resultado del trabajo discreto y constante, alejado de la academia, con la mirada atenta al terruño, a lo cotidiano, en pos de las claves del saber que animan lo habitual, las claves de la sabiduría que sólo un alma inquieta puede advertir y nombrarlas y luego presentarlas al lector que no las conocía por estar lejos de aquel pago o, por lo contrario, estar demasiado cerca, sumido, absorbido por la rutina, su vértigo o tráfago, y no por eso no advierte la música que esconde la bulla el día a día. Ese ruido, que es evidente y ensordecedor, es el eco de la hermosa melodía del espíritu humano, en este caso expresada o precisada en la voz del pueblo aymara. Lo particular, su sentido y belleza son partituras de la polifonía que el alma humana canta por sí misma, para su regocijo y comunión con el cosmos y el creador”.

Para “Aymara kastilla aru pirwa, diccionario aimara castellano” de Dionisio Condori Cruz, nuestro maestro y reconocido lingüista Rodolfo Cerrón Palomino señala: “Un diccionario del aimara puneño como presenta debe ser visto no sólo como un registro valioso del registro de la lengua sino como una verdadera documentación colectiva del pueblo aimara hablante. Todo ello resulta doblemente valioso si recordamos que a diferencia de lo que ocurre en el hermano país de Bolivia, los estudios aimarísticos en el lado peruano sufrieron una ruptura total por espacio de 300 años, luego de la expulsión de los jesuitas del otrora laboratorio idiomático que fuera la reducción de Juli. De manera que, si la aparición del Diccionario de Büttner y Condori en l984, a la cual se sumarían poco después los vocabularios de Ayala Loayza y Deza Galindo, fue un esfuerzo por retomar la tradición aimarística iniciada por Bertonio en la colonia, la versión aumentada que ahora nos pone en manos Dionisio Condori Cruz constituye una prueba más del afán por mantener viva esa inquietud por estudiar y documentar la variedad lupaca del aimara puneño”

La lexicografía aimara ha transitado desde bien pronto por caminos tortuosos y con notables altibajos, sin embargo, estos trabajos recientes de José Luis Ayala y Dionisio Condori Cruz colocan las bases de una lexicografía sólida, que nos permiten afirmar que el registro de voces aimaras y su tratamiento aseguran el alimento de muchos hontanares que abanderan con plena dignidad y derecho la expresión histórica de la lengua aimara a lo largo de más de mil años de esplendor.