martes, junio 30, 2009

TOTORIA


Aqui va TOTORIA dedicado a Boris Espezua Salmón, con comentarios de Omar Aramayo, José Luis Ayala, Tulio Mora, entre otros.
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lunes, junio 15, 2009

El perfecto discipulo


Walter Paz Quispe Santos

Ahora parece un viejo turco. No le interesa el país, ni el desarrollo sostenido de sus regiones. Esta preocupado por satisfacer los intereses de sus nuevos amos. Esos que le exigen que se cumplan las cartas de intenciones. El Banco Mundial, el BID, el TLC con los EE.UU. y las transnacionales, son los que dirimen y dirigen las políticas económicas y sociales. El sólo es un mero cumplidor de las recetas, es decir, es el perfecto discípulo.

Esta preocupado por saber que dicen los chicago boys, cuál es la agenda que le pondrán para los siguientes meses. Hasta ahora ya cumplió con emitir algunas leyes. Por ejemplo: educación es un sector de alto riesgo del que debe desprenderse el Estado. Así le han dicho y así está escrito en la carta de intenciones. Por eso, promulgó La ley de Carrera Magisterial. Piensa en la Municipalización de las Escuelas Públicas que se caracterizan por ser pobres, y las privadas “que se autoregulen por las leyes del mercado”.
La agricultura para el perfecto discípulo, no le reporta nada. No sirve invertir en la producción local ni regional. La economía de subsistencia, tiene que ser así: de subsistencia. ¿La mejora de la calidad de vida? Ese tema no está en la agenda que le han puesto. En ese sector también ya dictó muchas leyes a favor de las transnacionales. Como por ejemplo la ley de aguas, las leyes para saquear la Amazonía. Es decir, es muy aplicado, nuestro perfecto discípulo.

La minería ya esta concesionada por mas de cincuenta años a las grandes transnacionales. No hay posibilidad ni voluntad política para que los legítimos peruanos de las regiones participen de su explotación y el Estado viabilice esa producción. Los comuneros no pueden y no deben. Sólo las transnacionales podrían generar más ganancias, más canón. Así hay comunidades que están debajo de la línea de pobreza y viven encima de cerros con abundante mineral. Abajo está una transnacional explotando ese mineral.

¿Y Haya de la Torre? Cuanto menos se hable de él mejor. Las obras completas del fundador del Partido Aprista Peruano ya no se leen en la casa del pueblo. Menos en Palacio de Gobierno. Todos se han convertido en desmemoriados. Ahora leen las consignas imperialistas. Son amantes del Time, y las lecturas liberales, si es que todavía leen. La comprensión lectora para la bancada aprista se ha convertido en un problema político. Ya no se lee a Haya porque no conviene. Hace poco, usando el Fondo Editorial del Congreso de la República Luis Alva Castro publicó una “antología” de Haya de la Torre. Pero como verán son papeles dedicados al olvido.
La estrella ahora tiene en sus cinco esquinas, sólo una gran consigna: saquear. Ya no es como dijera Haya en 1926 el símbolo “de la organización de la lucha antiimperialista, por medio de un Frente Único Internacional de trabajadores manuales e intelectuales”.

El APRA no es ni la fotocopia de sus mejores épocas. Ahora sólo es caricatura del pensamiento de Haya de la Torre. El APRA ya no tiene pensamiento, ni pensadores. Sólo un perfecto discípulo.
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martes, junio 09, 2009

¿Política para los indígenas del Amazonas o los indígenas amazónicos en la Política?



Walter Paz Quispe Santos

Los lamentables sucesos ocurridos en la Amazonía ponen en cuestión dos aspectos en la práctica política en el país. Si el Estado peruano debe continuar produciendo políticas para los indígenas amazónicos al margen de sus intereses y necesidades, sin procedimientos democráticos, ni ninguna consideración por su territorialidad y dignidad. Claro, con un razonamiento “indigenista” muy propio del siglo pasado, donde el axioma era que los indígenas no tienen la capacidad de pensar su futuro y que el Estado bajo la etiqueta de la compasión “tenía que pensárselos” por un supuesto bienestar para ellos. Esta forma de práctica racista y excluyente es común en las élites del país y su clase política.

La otra alternativa es que los indígenas amazónicos participen de la política en las decisiones y con legitimidad asuman los destinos de la Amazonía. Esta alternativa es la que no permite el centralismo porque no quiere que la democracia y la representación de las diferentes nacionalidades sean parte de las decisiones de política a favor de las culturas y regiones del país. Porque la descentralización en nuestro país es un saludo a la bandera, es una miseria que hace que las regiones estén atadas y dependan del antojado gusto del gobierno de Lima, el gobierno de las transnacionales.

Es que la Amazonía apetece a cualquiera para saquearlo. Para dejarlo hecho un erial, y la clase política necesita licitarlo, concesionarlo al mejor postor. Ese es el objetivo oculto de este gobierno del APRA, con Yehude Simón a la cabeza y Mercedes Cabanillas en la cola. Sino preguntémonos que pasa con el potencial minero en la región Puno: todos concesionados por más de cincuenta años y para el beneficio de extraños. El puneño de hoy no la ve, no siente que su calidad de vida mejore, pero sí ve como otros lo viven, lo gozan así como el centralismo con toda la recaudación fiscal del país.

Los grandes empresarios chilenos dicen “hay que comprar el Perú porque está barato”. ¿Y quienes quieren comprarse la Amazonía porque también está barato? Solo Alan García lo sabe y su cúpula de amigos que bien adoban la retórica para excluir a los indígenas que son los legítimos propietarios de sus recursos naturales. Antes fue Ilave, hoy es Bagua. ¿Para quienes existen las leyes y para quienes no? Hoy una vez más se actualiza ese viejo dicho: “El Estado llama ley a su propia violencia y crimen a la del individuo” así criminalizar es la consigna, minimizar al otro, presentarlo negativamente, inventarle historias negras.

Alguna vez, cuando ocurrieron los sucesos de Ilave, Javier Valle Riesta con lucidez e inteligencia dijo: los políticos debemos reflexionar profundamente sobre lo que hemos hecho. Y ahora la petulancia de la clase política actual, parece no querer reconocer sus errores, no mirar lo complejo que es nuestro país y darle viabilidad con una buena voluntad política al derecho de los pueblos a decidir su futuro.

Una vez más, al margen de los muertos que merecen mayor respeto, lo único que observamos es que el APRA presenta positivamente sus hechos fascistas y esconde sus miserias políticas; pero, muestra de manera negativa a los “indígenas” amazónicos. Así para nuestros políticos el país sigue siendo la plaza Miraflores en Lima, o el trasero del Congreso de la República donde los negociados personales valen antes que los intereses de las regiones. Importa más disfrutar la sensación de lamer un helado en Larcomar. ¿Pero las regiones? Sólo sirven para saquearlos. ¿Y si alguien se opone? Hay que masacrarlos.
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jueves, junio 04, 2009

Anibal Quijano: COLONIALIDAD DEL PODER Y CLASIFICACION SOCIAL

Anibal Quijano

Introducción

La colonialidad es uno de los elementos constitutivos y específicos del patrón mundial de poder capitalista. Se funda en la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder y opera en cada uno de los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia social cotidiana y a escala societal.1 

Se origina y mundializa a partir de América. Con la constitución de América (Latina),2 en el mismo momento y en el mismo movimiento históricos, el emergente poder capitalista se hace mundial, sus centros hegemónicos se localizan en las zonas situadas sobre el Atlántico—que después se identificarán como Europa—y como ejes centrales de su nuevo patrón de dominación se establecen también la colonialidad y la modernidad. En breve, con América (Latina) el capitalismo se hace mundial, eurocentrado y la colonialidad y la modernidad se instalan asociadas como los ejes constitutivos de su específico patrón de poder,3 hasta hoy.En el curso del despliegue de esas características del poder actual, se fueron confi gurando las nuevas identidades societales de la colonialidad, indios, negros, aceitunados, amarillos, blancos, mestizos y las geoculturales del colonialismo, como América, Africa, Lejano Oriente, Cercano Oriente (ambas últimas Asia, más tarde), Occidente o Europa (Europa Occidental después). Y las relaciones intersubjetivas correspondientes, en las cuales se fueron fundiendo las experiencias del colonialismo y de la colonialidad con las necesi dades del capitalismo, se fueron confi gurando como un nuevo universo de relaciones intersubjetivas de dominación bajo hegemonía eurocentrada. Ese específico universo es el que será después denominado como la modernidad. Desde el siglo XVII, en los principales centros hegemónicos de ese patrón mundial de poder, en esa centuria no por acaso Holanda (Descartes, Spinoza) e Inglaterra (Locke, Newton), desde ese universo intersubjetivo fue elaborado y formalizado un modo de producir conocimiento que daba cuenta de las necesidades cognitivas del capitalismo: la medición, la cuantificación, la externalización (u objetivación) de lo cognoscible respecto del conocedor, para el control de las relaciones de las gentes con la naturaleza y entre aquellas respecto de ésta, en especial la propiedad de los recursos de producción. Dentro de esa misma orientación fueron también, ya formalmente, naturalizadas las experiencias, identidades y relaciones históricas de la colonialidad y de la distribución geocultural del poder capitalista mundial.Ese modo de conocimiento fue, por su carácter y por su origen, eurocéntrico. Denominado racional, fue impuesto y admitido en el conjunto del mundo capitalista como la única racionalidad válida y como emblema de la modernidad. 

Las líneas matrices de esa perspectiva cognitiva se han mantenido, no obstante los cambios de sus contenidos específi cos y las críticas y los debates, a lo largo de la duración del poder mundial del capitalismo colonial y moderno. Esa es la modernidad/racionalidad que ahora está, fi nalmente, en crisis.4 El eurocentrismo, por lo tanto, no es la perspectiva cognitiva de los europeos exclusivamente, o sólo de los dominantes del capitalismo mundial, sino del conjunto de los educados bajo su hegemonía. Y aunque implica un componente etnocéntrico, éste no lo explica, ni es su fuente principal de sentido. Se trata de la perspectiva cognitiva producida en el largo tiempo del conjunto del mundo eurocentrado del capitalismo colonial/moderno y que naturaliza la experiencia de las gentes en este patrón de poder. Esto es, las hace percibir como naturales, en consecuencia como dados, no susceptibles de ser cuestionados.

Desde el siglo XVIII, sobre todo con el Iluminismo, en el eurocentrismo se fue afi rmando la mitológica idea de que Europa5 era pre-existente a ese patrón de poder, que ya era antes un centro mundial del capitalismo que colonizó al resto del mundo y elaboró por su cuenta y desde dentro la modernidad y la racionalidad. Y que en esa calidad Europa y los europeos eran el momento y el nivel más avanzados en el camino lineal, unidireccional y continuo de la especie. Se consolidó así, junto con esa idea, otro de los núcleos principales de la colonialidad/modernidad eurocéntrica: una concepción de humanidad según la cual la población del mundo se diferenciaba en inferiores y superiores, irracionales y racionales, primitivos y civilizados, tradicionales y modernos.Más tarde, en especial desde mediados del siglo XIX y a pesar del continuado despliegue de la mundialización del capitalismo, fue saliendo de la perspectiva hegemónica la percepción de la totalidad mundial del poder capitalista, y del tiempo largo de su reproducción, cambio y crisis. El lugar del capitalismo mundial fue ocupado por el estado-nación y las relaciones entre estados-nación, no sólo como unidad de análisis sino como el único enfoque válido de conocimiento sobre el capitalismo. No sólo en el liberalismo sino también en el llamado materialismo histórico, la más difundida y la más eurocéntrica de las vertientes derivadas de la heterogénea herencia de Marx.

La revuelta intelectual contra esa perspectiva y contra ese modo eurocentrista de producir conocimiento nunca estuvo exactamente ausente, en particular en América Latina.6 Pero no levanta vuelo realmente sino después de la Segunda Guerra Mundial, comenzando por supuesto en las áreas dominadas y dependientes del mundo capitalista. Cuando se trata del poder, es siempre desde los márgenes que suele ser vista más, y más temprano, porque entra en cuestión, la totalidad del campo de relaciones y de sentidos que constituye tal poder.

Desde América Latina, sin duda la más infl uyente de las tentativas de mostrar de nuevo la mundialidad del capitalismo, fue la propuesta de Raúl Prebisch y sus asociados de pensar el capitalismo como un sistema mundial diferenciado en “centro”y “periferia.” Fue retomada y reelaborada en la obra de Immanuel Wallerstein, cuya propuesta teórica del “moderno sistemamundo,” desde una perspectiva donde confl uyen la visión marxiana del capitalismo como un sistema mundial y la braudeliana sobre la larga duración histórica, ha reabierto y renovado de modo decisivo el debate sobre la reconstitución de una perspectiva global, en la investigación científi co-social del último cuarto del siglo XX.7.

En ese nuevo contexto están hoy activos otros componentes del debate latinoamericano que apuntan hacia una nueva idea de totalidad histórico-social, núcleo de una racionalidad no-eurocéntrica. Principalmente, las propuestas sobre la colonialidad del poder y sobre la heterogeneidad histórico-estructural de todos los mundos de existencia social.

LA CUESTIÓN DEL PODER EN EL EUROCENTRISMO

Tal como lo conocemos históricamente, a escala societal el poder es un espacio y una malla de relaciones sociales de explotación/dominación/ conflicto articuladas, básicamente, en función y en torno de la disputa por el control de los siguientes ámbitos de existencia social: (1) el trabajo y sus productos; (2) en dependencia del anterior, la “naturaleza” y sus recursos de producción; (3) el sexo, sus productos y la reproducción de la especie; (4) la subjetividad y sus productos, materiales e intersubjetivos, incluído el conocimiento; (5) la autoridad y sus instrumentos, de coerción en particular, para asegurar la reproducción de ese patrón de relaciones sociales y regular sus cambios.8

En las dos últimas centurias, sin embargo, y hasta la irrupción de las cuestiones de subjetividad y de género en el debate, la mirada eurocéntrica no ha podido percibir todos esos ámbitos en la confi guración del poder, porque ha sido dominada por la confrontación entre dos principales vertientes de ideas: una hegemónica, el liberalismo, y otra subalterna, aunque de intención contestataria, el materialismo histórico.

El liberalismo no tiene una perspectiva unívoca sobre el poder. Su más antigua variante (Hobbes) sostiene que es la autoridad, acordada por individuos hasta entonces dispersos, lo que ubica los componentes de la existencia social en un orden adecuado a las necesidades de la vida individual. Aunque de nuevo actual, como sustento del neoliberalismo, durante gran parte del siglo XX cedió terreno a la predominancia de las propuestas del estructuralismo, del estructural-funcionalismo y del funcionalismo, cuyo elemento común respecto del problema es que la sociedad se ordena en torno de un limitado conjunto de patrones históricamente invariantes, por lo cual los componentes de una sociedad guardan entre sí relaciones continuas y consistentes en razón de sus respectivas funciones y éstas, a su vez, son inherentes al carácter de cada elemento. Con todas esas variantes hoy coexisten y se combinan de muchos modos, el viejo empirismo y el nuevo postmodernismo para los cuales no hay tal cosa como una estructura global de relaciones sociales, una sociedad, en tanto que una totalidad determinada y distinguible de otras. De esa manera, se dan la mano con la antigua propuesta hobbesiana.

Para el materialismo histórico, la más eurocéntrica de las versiones de la heterogénea herencia de Marx, las estructuras societales se constituyen sobre la base de las relaciones que se establecen para el control del trabajo y de sus productos. Tales relaciones se denominan relaciones de producción.Pero a diferencia de las variantes del liberalismo, no sólo afi rma la primacía de uno de los ámbitos—el trabajo y las relaciones de producción—sobre los demás, sino también y con idéntica insistencia, que el orden confi gurado corresponde a una cadena de determinaciones que proviene del ámbito primado y atraviesa al conjunto. Desde ese punto de vista, el control del trabajo es la base sobre la cual se articulan las relaciones de poder y, a la vez, el determinante del conjunto y de cada una de ellas.A pesar de sus muchas y muy marcadas diferencias, en todas esas vertientes se puede discernir un conjunto de supuestos y de problemas comunes que indican su común linaje eurocéntrico. Aquí es pertinente poner de relieve, principalmente, dos cuestiones. En primer término, todas presuponen una estructura confi gurada por elementos históricamente homogéneos, no obstante la diversidad de formas y caracteres, que guardan entre sí relaciones continuas y consistentes—sea por sus “funciones,” sea por sus cadenas de determinaciones—lineales y unidireccionales, en el tiempo y en el espacio.Toda estructura societal es, en esa perspectiva, orgánica o sistémica, mecánica. Y esa es, exactamente, la opción preferencial del eurocentrismo en la producción del conocimiento histórico. En esa opción algo llamable “sociedad,” en tanto que una articulación de mútiples existencias sociales en una única estructura, o no es posible y no tiene lugar en la realidad, como en el viejo empirismo y en el nuevo postmodernismo, o si existe sólo puede ser de modo sistémico u orgánico.

En segundo lugar, en todas esas vertientes subyace la idea de que de algún modo las relaciones entre los componentes de una estructura societal son dadas, ahistóricas, eso es, son el producto de la actuación de algún agente anterior a la historia de las relaciones entre las gentes. Si, como en Hobbes, se hace intervenir acciones y decisiones humanas en el origen de la autoridad y del orden, no se trata en rigor de ninguna historia, o siquiera de un mito histórico, sino de un mito metafísico: postula un estado de naturaleza, con individuos humanos que entre sí no guardan relaciones distintas que la continua violencia, es decir que no tienen entre sí genuinas relaciones sociales. Si en Marx se hace también intervenir acciones humanas en el origen de las “relaciones de producción,” para el materialismo histórico eso ocurre por fuera de toda subjetividad. Esto es, también metafísica y no históricamente. No de modo distinto, en el funcionalismo, en el estructuralismo y en el estructural funcionalismo, las gentes están sometidas ab initio al imperio de ciertos patrones de conducta históricamente invariantes.

La perspectiva eurocéntrica, en cualquiera de sus variantes, implica pues un postulado históricamente imposible: que las relaciones entre los elementos de un patrón histórico de poder tienen ya determinadas sus relaciones antes de toda historia. Esto es, como si fueran relaciones defi nidas previamente en un reino óntico, ahistórico o transhistórico.
La modernidad eurocéntrica no parece haber terminado con el ejercicio de secularizar la idea de un dios providencial. De otro modo, concebir la existencia social de gentes concretas como confi gurada ab initio y por elementos históricamente homogéneos y consistentes, destinados indefi nidamente a guardar entre sí relaciones continuas, lineales y unidireccionales, sería innecesaria y en fi n de cuentas impensable.

LA HETEROGENEIDAD HISTÓRICO-ESTRUCTURAL DEL PODER

Semejante perspectiva de conocimiento difícilmente podría dar cuenta de la experiencia histórica. En primer término, no se conoce patrón alguno de poder en el cual sus componentes se relacionen de ese modo y en especial en el largo tiempo. Lejos de eso, se trata siempre de una articulación estructural entre elementos históricamente heterogéneos. Es decir, que provienen de historias específi cas y de espacios-tiempos distintos y distantes entre sí, que de ese modo tienen formas y caracteres no sólo diferentes, sino discontinuos, incoherentes y aún confl ictivos entre sí, en cada momento y en el largo tiempo. De ello son una demostración histórica efi ciente, mejor quizás que ninguna otra experiencia, precisamente la constitución y el desenvolvimiento históricos de América y del Capitalismo Mundial, Colonial y Moderno.
En cada uno de los principales ámbitos de la existencia social cuyo control disputan las gentes, y de cuyas victorias y derrotas se forman las relaciones de explotación/dominación/confl icto que constituyen el poder, los elementos componentes son siempre históricamente heterogéneos. Así, en el capitalismo mundial el trabajo existe actualmente, como hace 500 años, en todas y cada una de sus formas históricamente conocidas (salario, esclavitud, servidumbre, pequeña producción mercantil, reciprocidad), pero todas ellas al servicio del capital y articulándose en torno de su forma salarial. Pero del mismo modo, en cualquiera de los otros ámbitos, la autoridad, el sexo, la subjetividad, están presentes todas las formas históricamente conocidas, bajo la primacía general de sus formas llamadas modernas: el “estado-nación”, “la familia burguesa,” la “racionalidad moderna.” Lo que es realmente notable de toda estructura societal es que elementos, experiencias, productos, históricamente discontinuos, distintos, distantes y heterogéneos puedan articularse juntos, no obstante sus incongruencias y sus confl ictos, en la trama común que los urde en una estructura conjunta. La pregunta pertinente indaga acerca de lo que produce, permite o determina semejante campo de relaciones y le otorga el carácter y el comportamiento de una totalidad histórica específi ca y determinada. Y como la experiencia de América y del actual mundo capitalista muestra, en cada caso lo que en primera instancia genera las condiciones para esa articulación es la capacidad que un grupo logra obtener o encontrar, para imponerse sobre los demás y articular bajo su control, en una nueva estructura societal, sus heterogéneas historias. Es siempre una historia de necesidades, pero igualmente de intenciones, de deseos, de conocimientos o ignorancias, de opciones y preferencias, de decisiones certeras o erróneas, de victorias y derrotas. De ningún modo, en consecuencia, de la acción de factores extrahistóricos.

Las posibilidades de acción de las gentes no son infinitas, o siquiera muy numerosas y diversas. Los recursos que disputan no son abundantes. Más signifi cativo aún es el hecho de que las acciones u omisiones humanas no pueden desprenderse de lo que está ya previamente hecho y existe como condicionante de las acciones, externamente o no de la subjetividad, del conocimiento y/o de los deseos y de las intenciones. Por ello, las opciones, queridas o no, conscientes o no, para todos o para algunos, no pueden ser decididas, ni actuadas en un vacuum histórico. De allí no se deriva, sin embargo, no necesariamente en todo caso, que las opciones estén inscritas ya en una determinación extrahistórica, suprahistórica o transhistórica, como wgen el Destino de la tragedia griega clásica. No son, en suma, inevitables. ¿O lo era el que Colón tropezara con lo que llamó La Hispaniola en lugar de con lo que llamamos Nueva York? Las condiciones técnicas de esa aventura permitían lo mismo el uno que el otro resultado, o el fracaso de ambos. Piénsese en todas las implicaciones fundamentales, no banales, de tal cuestión, para la historia del mundo capitalista. Sobre el problema de la colonialidad del poder, en primer término.
La capacidad y la fuerza que le sirve a un grupo para imponerse a otros, no es sin embargo sufi ciente para articular heterogéneas historias en un orden estructural duradero. Ellas ciertamente producen la autoridad, en tanto que capacidad de coerción. La fuerza y la coerción, o, en la mirada liberal, el consenso, no pueden sin embargo producir, ni reproducir duraderamente el orden estructural de una sociedad, es decir las relaciones entre los componentes de cada uno de los ámbitos de la existencia social, ni las relaciones entre los ámbitos mismos. Ni, en especial, producir el sentido del movimiento y del desenvolvimiento históricos de la estructura societal en su conjunto. Lo único que puede hacer la autoridad es obligar, o persuadir, a las gentes a someterse a esas relaciones y a ese sentido general del movimiento de la sociedad que les habita. De ese modo contribuye al sostenimiento, a la reproducción de esas relaciones y al control de sus crisis y de sus cambios.

Si desde Hobbes el liberalismo insiste, sin embargo, en que la autoridad decide el orden societal, el orden estructural de las relaciones de poder, es porque también insiste en que todos los otros ámbitos de existencia social articulados en esa estructura son naturales. Pero si no se admite ese imposible carácter no-histórico de la existencia social, debe buscarse en otra instancia histórica la explicación de que la existencia social consista en ámbitos o campos de relaciones sociales específi cas y que tales campos tiendan a articularse en un campo conjunto de relaciones, cuya confi guración estructural y su reproducción o remoción en el tiempo se reconoce con el concepto de sociedad. ¿Dónde encontrar esa instancia?.

Ya quedó señalada la dificultad de las propuestas estructuralistas y funcionalistas, no sólo para dar cuenta de la heterogeneidad histórica de las estructuras societales, sino también por implicar relaciones necesariamente consistentes entre sus componentes. Queda en consecuencia la propuesta marxiana (una de las fuentes del materialismo hsitórico) sobre el trabajo como ámbito primado de toda sociedad y del control del trabajo como el primado en todo poder societal. Dos son los problemas que levanta esta propuesta y que requieren ser discutidas.

En primer lugar, es cierto que la experiencia del poder capitalista mundial, eurocentrado y colonial/moderno, muestra que es el control del trabajo el factor primado en este patrón de poder: éste es, en primer término, capitalista. En consecuencia el control del trabajo por el capital es la condición central del poder capitalista. Pero en Marx se implica, de una parte, la homogeneidad histórica de éste y de los demás factores, y de otra parte, que el trabajodetermina, todo el tiempo y de modo permanente, el carácter, el lugar y la función de todos los demás ámbitos en la estructura de poder.

Sin embargo, si se examina de nuevo la experiencia del patrón mundial del poder capitalista, nada permite verifi car la homogeneidad histórica de sus componentes, ni siquiera de los fundamentales, sea del trabajo, del capital, o del capitalismo. Por el contrario, dentro de cada una de esas categorías no sólo coexisten, sino se articulan y se combinan todas y cada una de las formas, etapas y niveles de la historia de cada una de ellas. Por ejemplo, el trabajo asalariado existe hoy, como al comienzo de su historia, junto con la esclavitud, la servidumbre, la pequeña producción mercantil, la reciprocidad.Y todos ellos se articulan entre sí y con el capital. El propio trabajo asalariado se diferencia entre todas las formas históricas de acumulación, desde la llamada originaria o primitiva, la plusvalía extensiva, incluyendo todas las gradaciones de la intensiva y todos los niveles que la actual tecnología permite y contiene, hasta aquellos en que la fuerza viva de trabajo individual es virtualmente insignifi cante. El capitalismo abarca, tiene que abarcar, a todo ese complejo y heterogéneo universo bajo su dominación.

Respecto de la cadena unidireccional de determinaciones que permite al trabajo articular a los demás ámbitos y mantenerlos articulados en el largo tiempo, la experiencia del patrón de poder capitalista, mundial, eurocentrado y colonial/moderno no muestra tampoco nada que obligue a admitir que el rasgo capitalista haya hecho necesarios, en el sentido de inevitables, los demás. De otra parte, sin duda el carácter capitalista de este patrón de poder tiene implicaciones decisivas sobre el carácter y el sentido de las relaciones intersubjetivas, de las relaciones de autoridad y sobre las relaciones en torno del sexo y sus productos. Pero, primero, sólo si se ignora la heterogeneidad histórica de esas relaciones y del modo en que se ordenan en cada ámbito y entre ellos, sería posible admitir la unilinealidad y unidireccionalidad de esas implicaciones. Y segundo, y a esta altura del debate debiera ser obvio, que si bien el actual modo de controlar el trabajo tiene implicaciones sobre, por ejemplo, la intersubjetividad societal, sabemos del mismo modo que para que se optara por la forma capitalista de organizar y controlar el trabajo, fue sin duda necesaria una intersubjetividad que la hiciera posible y preferible. Las determinaciones no son, pues, no pueden ser, unilineales, ni unidireccionales. Y no sólo son recíprocas. Son heterogéneas, discontinuas, inconsistentes, confl ictivas, como corresponde a relaciones entre elementos que tienen, todos y cada uno, tales características.

La articulación de heterogéneos, discontinuos y conflictivos elementos en una estructura común, en un determinado campo de relaciones, implica pues, requiere, relaciones de recíprocas, mútiples y heterogéneas determinaciones. El estructuralismo y el funcionalismo no lograron percibir esas necesidades históricas. Tomaron un camino malconducente reduciéndolas a la idea de relaciones funcionales entre los elementos de una estructura societal.
De todos modos, sin embargo, para que una estructura histórico - estructuralmente heterogénea tenga el movimiento, el desenvolvimiento, o si se quiere el comportamiento, de una totalidad histórica, no bastan tales modos de determinación recíproca y heterogénea entre sus componentes. Es indispensable que uno (o más) entre ellos tenga la primacía—en el caso del capitalismo, el control combinado del trabajo y de la autoridad—pero no como determinante o base de determinaciones en el sentido del materialismo histórico, sino estrictamente como eje(s) de articulación del conjunto.

De ese modo, el movimiento conjunto de esa totalidad, el sentido de su desenvolvimiento, abarca, trasciende, en ese sentido específi co, a cada uno de sus componentes. Es decir, determinado campo de relaciones societales se comporta como una totalidad. Pero semejante totalidad histórico-social, como articulación de heterogéneos, discontinuos y confl ictivos elementos, no puede ser de modo alguno cerrada, no puede ser un organismo, ni puede ser, como una máquina, consistente de modo sistémico y constituir una entidad en la cual la lógica de cada uno de los elementos corresponde a la de cada uno de los otros. Sus movimientos de conjunto no pueden ser, en consecuencia, unilineales, ni unidireccionales, como sería necesariamente el caso de entidades orgánicas o sistémicas o mecánicas.

NOTA SOBRE LA CUESTIÓN DE LA TOTALIDAD

Acerca de esa problemática es indispensable continuar indagando y debatiendo las implicaciones del paradigma epistemológico de la relación entre el todo y las partes respecto de la existencia histórico-social. El eurocentrismo ha llevado a virtualmente todo el mundo, a admitir que en una totalidad el todo tiene absoluta primacía determinante sobre todas y cada una de las partes, que por lo tanto hay una y sólo una lógica que gobierna el comportamiento del todo y de todas y de cada una de las partes. Las posibles variantes en el movimiento de cada parte son secundarias, sin efecto sobre el todo y reconocidas como particularidades de una regla o lógica general del todo al que pertenecen.

No es pertinente aquí, por razones obvias, plantear un debate sistemático acerca de aquel paradigma que en la modernidad eurocéntrica ha terminado siendo admitido como una de las piedras angulares de la racionalidad y que en la producción del conocimiento concreto llega a ser actuado con la espontaneidad de la respiración, esto es de manera incuestionable. Lo único que propongo aquí es abrir la cuestión restricta de sus implicaciones en el conocimiento específi co de la experiencia histórico-social.

En la partida, es necesario reconocer que todo fenómeno histórico-social consiste en y/o expresa una relación social o una malla de relaciones sociales. Por eso, su explicación y su sentido no pueden ser encontrados sino respecto de un campo de relaciones mayor al que corresponde. Dicho campo de relaciones respecto del cual un determinado fenómeno puede tener explicación y sentido es lo que aquí se asume con el concepto de totalidad históricosocial.
La continuada presencia de este paradigma en la investigación y en el debate histórico-social desde, sobre todo, fi nes del siglo XVIII, no es un accidente: da cuenta del reconocimiento de su tremenda importancia, ante todo porque permitió liberarse del atomismo empirista y del providencialismo. No obstante, el empirismo atomístico no sólo se ha mantenido en el debate, sino que ahora ha encontrado una expresión nueva en el llamado postmodernismo fi losófi co-social.9 En ambos se niega la idea de totalidad y de su necesidad en la producción del conocimiento.

La renovación y la expansión de la visión atomística de la experiencia histórico-social en plena crisis de la modernidad/racionalidad no es tampoco un accidente. Es un asunto complejo y contradictorio. Da cuenta, por un lado, de que ahora es más perceptible el que las ideas dominantes de totalidad dejan fuera de ella muchas, demasiadas, áreas de la experiencia histórico-social, o las acogen sólo de modo distorsionante. Pero, por otro lado, tampoco es accidental la explícita asociación de la negación de la totalidad con la negación de la realidad del poder societal, en el nuevo postmodernismo tanto como en el viejo empirismo.
En efecto, lo que el paradigma de la totalidad permitió percibir en la historia de la existencia social de las gentes concretas fue, precisamente, el poder como la más persistente forma de articulación estructural de alcance societal. Desde entonces, sea para ponerlo en cuestión o para su defensa, el punto de partida ha sido el reconocimiento de su existencia real en la vida de las gentes. Pero, sobre todo, fue la crítica del poder lo que terminó colocado en el centro mismo del estudio y del debate histórico-social.

En cambio, en la visión atomística, sea del viejo empirismo o del nuevo postmodernismo, las relaciones sociales no forman campos complejos de relaciones sociales en los que están articulados todos los ámbitos diferenciables de existencia social y en consecuencia de relaciones sociales. Es decir, algo llamable sociedad, no tiene lugar en la realidad. Por lo tanto, encontrar explicación y sentido de los fenómenos sociales no es posible, ni necesario. La experiencia contingente, la descripción como representación, serían lo único necesario y legítimo. La idea de totalidad no sólo no sería necesaria, sino, sobre todo, sería una distorsión epistemológica. La idea que remite a la existencia de estructuras duraderas de relaciones sociales, cede lugar a la idea de fl uencias inestables y cambiantes, que no llegan a cuajar en estructuras.10
Para poder negar la realidad del poder societal, el empirismo y el postmodernismo requieren negar la idea de totalidad histórico-social y la existencia de un ámbito primado en la confi guración societal, actuando como eje de articulación de los demás. El poder en el viejo empirismo sólo existe como autoridad, en un sólo ámbito de relaciones sociales, por defi nición, dispersas. En el postmodernismo, desde sus orígenes post-estructuralistas, el poder sólo existe a la escala de las micro-relaciones sociales y como fenómeno disperso y fl uido. No tiene sentido, en consecuencia, para ninguna de tales vertientes del debate, pensar en el cambio de algo llamable sociedad en su conjunto y ubicar para eso sus ejes de articulación o los factores de determinación que deben ser cambiados. El cambio histórico sería estrictamente un asunto individual, aunque fueran varios los individuos comprometidos, en micro-relaciones sociales.
En esa confrontación entre las ideas orgánicas y sistémicas de totalidad, de un lado, y la negación de toda idea de totalidad, del otro, pareciera pues tratarse de opciones muy contrapuestas, incluso referidas a perspectivas epistémicas no conciliables. Ambas tienen, sin embargo, un común linaje eurocéntrico: para ambas posiciones el paradigma eurocéntrico de totalidad es el único pensable. Dicho de otro modo, en ambas subyace el supuesto nunca explicitado y discutido, ya que nunca fue una cuestión, de que toda idea de totalidad implica que el todo y las partes corresponden a una misma lógica de existencia. Es decir, tienen una homogeneidad básica que sustenta la consistencia y la continuidad de sus relaciones, como en un organismo, o en una máquina, o en una entidad sistémica. En esa perspectiva, la negación de la necesidad de esa idea de totalidad en la producción del conocimiento es extrema, pero no del todo arbitraria. Para nuestras actuales necesidades de conocimiento histórico-social, esa idea de totalidad implica hoy distorsiones de la realidad tan graves como las desventajas del viejo empirismo atomístico. Pero ¿qué pasa si nos enfrentamos a totalidades que consisten en una articulación de elementos históricamente heterogéneos, cuyas relaciones son discontinuas, inconsistentes, conflictivas?.
La respuesta es que en la existencia societal las relaciones entre el todo y las partes son reales, pero necesariamente muy distintas de las que postula el eurocentrismo. Una totalidad histórico-social es en un campo de relaciones sociales estructurado por la articulación heterogénea y discontinua de diversos ámbitos de existencia social, cada uno de ellos a su vez estructurado con elementos históricamente heterogéneos, discontinuos en el tiempo, confl ictivos. Eso quiere decir que las partes en un campo de relaciones de poder societal no son sólo partes. Lo son respecto del conjunto del campo, de la totalidad que éste constituye. En consecuencia, se mueven en general dentro de la orientación general del conjunto. Pero no lo son en su relación separada con cada una de las otras. Y sobre todo cada una de ellas es una unidad total en su propia confi guración porque igualmente tiene una constitución históricamente heterogénea. Cada elemento de una totalidad histórica es una particularidad y, al mismo tiempo, una especifi cidad, incluso, eventualmente, una singularidad. Todos ellos se mueven dentro de la tendencia general del conjunto, pero tienen o pueden tener una autonomía relativa y que puede ser, o llegar a ser, eventualmente, confl ictiva con la del conjunto. En ello reside también la moción del cambio histórico-social.

¿Significa eso que la idea de totalidad no tiene allí lugar, ni sentido?. Nada de eso. Lo que articula a heterogéneos y discontinuos en una estructura histórico-social es un eje común, por lo cual el todo tiende a moverse en general de modo conjunto, actúa como una totalidad, pues. Pero esa estructura no es, no puede ser, cerrada, como en cambio no puede dejar de serlo una estructura orgánica o sistémica. Por eso, a diferencia de éstas, si bien ese conjunto tiende a moverse o a comportarse en una orientación general, no puede hacerlo de manera unilineal, ni unidireccional, ni unidimensional, porque están en acción múltiples, heterogéneas e incluso confl ictivas pulsiones o lógicas de movimiento. En especial, si se considera que son necesidades, deseos, intenciones, opciones, decisiones y acciones humanas las que están, constantemente, en juego.
En otros términos, los procesos históricos de cambio no consisten, no pueden consistir, en la transformación de una totalidad históricamente homogénea en otra equivalente, sea gradual y continuamente, o por saltos y rupturas. Si así fuera, el cambio implicaría la salida completa del escenario histórico de una totalidad con todos sus componentes, para que otra derivada de ella ocupe su lugar. Esa es la idea central, necesaria, explícita en el evolucionismo gradual y unilineal, o implicada en las variantes del estructuralismo y del funcionalismo y, aunque algo en contra de su discurso formal, también del materialismo histórico. Así no ocurre, sin embargo, en la experiencia real, menos con el patrón de poder mundial que se constituyó con América. El cambio afecta de modo heterogéneo, discontinuo, a los componentes de un campo histórico de relaciones sociales. Ese es, probablemente, el signifi cado histórico, concreto, de lo que se postula como contradicción en el movimiento histórico de la existencia social.

La percepción de que un campo de relaciones sociales está constituído de elementos homogéneos, continuos, aunque contradictorios (en el sentido hegeliano), lleva a la visión de la historia como una secuencia de cambios que consisten en la transformación de un conjunto homogéneo y continuo en otro equivalente. Y el debate sobre si eso ocurre gradual y linealmente o por “saltos,” y que suele pasar como una confrontación epistemológica entre el “positivismo” y la “dialéctica” es, en consecuencia, meramente formal. No implica en realidad ninguna ruptura epistemológica.

Puede verse así que lo que lleva a muchos a desprenderse de toda idea de totalidad, es que las ideas sistémicas u orgánicas acerca de ella han llegado a ser percibidas o sentidas como una suerte de corset intelectual, porque fuerzan a homogenizar la experiencia real y de ese modo a verla de modo distorsionado. Eso no lleva a negar, desde luego, la existencia posible o probada de totalidades orgánicas o sistémicas. De hecho hay organismos. Y mecanos cuyas partes se corresponden unas con otras de manera sistémica. Pero toda pretensión de ver de esta manera las estructuras societales es necesariamente distorsionante.

Desde una perspectiva organística o sistemística de la totalidad histórico-social, toda pretensión de manejo de totalidades histórico-sociales, en especial cuando se trata de planifi car de ese modo el cambio, no puede dejar de conducir a experiencias que han dado en llamarse, no por acaso, totalitarias. Esto es, reproducen a escala histórica el lecho de Procusto. Al mismo tiempo, sin embargo, puesto que no es inevitable que toda idea de totalidadsea sistémica, orgánica o mecánica, la simple negación de toda idea de totalidad en el conocimiento histórico-social no puede dejar de estar asociada a la negación de la realidad del poder a escala societal. En realidad, desoculta el sesgo ideológico que la vincula al poder vigente.

LA CUESTIÓN DE LA CLASIFICACIÓN SOCIAL

Desde los años 80, en medio de la crisis mundial del poder capitalista, se hizo más pronunciada la derrota ya tendencialmente visible de los regímenes del despotismo burocrático, rival del capitalismo privado; de los procesos de democratización de las sociedades y estados capitalistas de la “periferia”; y también de los movimientos de los trabajadores orientados a la destrucción del capitalismo. Ese contexto facilitó la salida a luz de las corrientes, hasta ese momento más bien subterráneas, que dentro del materialismo histórico comenzaban a sentir cierto malestar con su concepción heredada acerca de las clases sociales.11 El pronto resultado fue, como ocurre con frecuencia, que el niño fue arrojado junto con el agua sucia y las clases sociales se eclipsaron en el escenario intelectual y político.

Es obvio que ese resultado fue parte de la derrota mundial de los regímenes y movimientos que disputaban la hegemonía mundial a los centros hegemónicos del capitalismo o se enfrentaban al capitalismo. Y facilitó la imposición del discurso neoliberalista del capitalismo como una suerte de sentido común universal, que desde entonces hasta hace muy poco se hizo no sólo dominante, sino virtualmente único.12 Es menos obvio, sin embargo, si fue única o principalmente para poder pasarse con comodidad al campo adversario, que muchos habituales de los predios del materialismo histórico se despojaran, después de la derrota, de una de sus armas predilectas. Aunque esa es la acusación oída con más frecuencia, no es probable que sea la mejor encaminada.
Es más probable que con la cuestión de las clases sociales, entre los cultores o seguidores del materialismo histórico hubiera estado ocurriendo algo equivalente que con las ideas orgánica o sistémica acerca de la totalidad: las derrotas y sobre todo las decepciones en su propio campo político (el “socialismo realmente existente”) hacían cada vez más problemático el uso productivo, en el campo del conocimiento sobre todo, de la versión del materialismo histórico sobre las clases sociales.

Esa versión había logrado convertir una categoría histórica en una categoría estática, en los aptos términos de E.P. Thompson, y en amplia medida ese era el producto que, según la descripción de Parkin a fi nes de los 70,13 se “fabricaba” y mercadeaba” en muchas universidades de Europa y de Estados Unidos. Y puesto que para una amplia mayoría, dicha versión era la única legítimada como correcta, el respectivo concepto de clases sociales comenzó a ser sentido también como un corset intelectual.

Los esfuerzos para hacer más llevadero ese corset, si bien no muy numerosos, ganaron amplia audiencia en los 70s. Piénsese, por ejemplo, en la resonancia de la obra de Nicos Poulantzas, en una vereda, o la de Erik Olin Wright en la de enfrente. Esfuerzos de crítica mucho más fecunda, menos numerosos, con menos audiencia inmediata, como la de E.P. Thompson, desafortunadamente no llevaron hasta una entera propuesta alternativa.14
¿De dónde proceden las difi cultades con la teoría de las clases sociales del materialismo histórico? El rastro más nítido conduce a una historia con tres estancias distintas. Primera, la constitución del materialismo histórico a fi nes del siglo XIX, como un producto de la hibridación marxo-positivista, en el tardío Engels y en los teóricos de la Social-Democracia europea, alemana en especial, con amplias y duraderas reverberaciones entre los socialistasde todo el mundo. Segunda, la canonización de la versión llamada marxismo-leninismo, impuesta por el despotismo burocrático establecido bajo el estalinismo desde mediados de los años 20. Finalmente, la nueva hibridación de ese materialismo histórico con el estructuralismo, francés especialmente, después de la Segunda Guerra Mundial.15

El materialismo histórico, respecto de la cuestión de las clases sociales, así como en otras áreas, respecto de la herencia teórica de Marx no es, exactamente, una ruptura, sino una continuidad parcial y distorsionada. Ese legado intelectual es reconocidamente heterogéneo y lo es aún más su tramo final, producido, precisamente, cuando Marx puso en cuestión los núcleos eurocentristas de su pensamiento, desafortunadamente sin lograr encontrar una resolución eficaz a los problemas epistémicos y teóricos implicados. Admite, pues, heterogéneas lecturas. Pero el materialismo histórico, sobre todo en su versión marxismo-leninismo, pretendió, no sin éxito, hacerlo pasar como una obra sistemáticamente homogénea e imponer su propia lectura a fin de ser admitido como el único legítimo heredero.

Es sabido que Marx dijo expresamente que no era el descubridor de las clases sociales, ni de sus luchas, pues antes lo habían hecho los historiadores y economistas burgueses.16 Pero, aunque él, curiosamente, no la menciona,17 no hay duda alguna de que fue en la obra de Claude Henri de Saint-Simon y de los saintsimonianos que fueron formulados por primera vez, mucho antes de Marx, en el mero comienzo del siglo XIX, los elementos básicos de lo que un siglo después será conocido como la teoría de las clases sociales del materialismo histórico. En particular en la famosa Exposition de la Doctrine, publicada en 1828 por la llamada izquierda saintsimoniana, de extendida infl uencia en el debate social y polìtico durante buena parte del siglo XIX. Vale la pena recordar uno de sus notables tramos:

“La explotación del hombre por el hombre que habíamos demostrado en el pasado bajo su forma más directa, la más grosera, la esclavitud, se continúa en muy alto grado en las relaciones entre propietarios y trabajadores, entre patronos y asalariados; se está lejos, sin duda, de la condición en que estas clases están colocadas hoy dia, a aquella en que se encontraban en el pasado amos y esclavos, patricios y plebeyos, siervos y señores. Pareciera inclusive, a primera vista, que no podría hacerse entre ellas ninguna comparación. No obstante, debe reconocerse que los unos no son más que la prolongación de los otros. La relación del patrón con el asalariado es la última transformaciòn que ha sufrido la esclavitud. Si la explotación del hombre por el hombre no tiene más ese carácter brutal que revestía en la antigüedad; si ella no se ofrece más a nuestos ojos sino bajo una forma suavizada, no es por eso menos real. El obrero no es como el esclavo, una propiedad directa de su patrón; su condición todo el tiempo precaria está fi jada siempre por una transacción entre ellos: ¿pero esa transacción es libre de parte del obrero? . No lo es, puesto que está obligado a aceptar bajo pena de vida, reducido como está a esperar su comida de cada día nada más que de su trabajo de la víspera.”

El texto prosigue poco después diciendo que:

“las ventajas de cada posición social se transmiten hereditariamente; los Economistas han tenido que constatar uno de los aspectos de este hecho, la herencia de la miseria, al reconocer la existencia en la sociedad de una clase de “proletarios.” Hoy día, la masa entera de trabajadores es explotada por los hombres cuya propiedad utilizan. Los jefes de industria sufren ellos mismos esta explotación en sus relaciones con los propietarios, pero en un grado incomparablemente más débil: a su turno ellos participan de la explotación que recae con todo su peso sobre la clase obrera, es decir sobre la inmensa mayoría de los trabajadores” (traducción de A.Q.) 18.
Las tensiones que origina la división en clases de la sociedad, dicen los autores, sólo podrán saldarse con una revolución inevitable que pondrá término a todas las formas de la explotación del hombre por el hombre.

Es sin duda notable, y no puede ser negado, que en esos párrafos esté ya contenido virtualmente todo el registro de ideas que serán incorporadas a la teoría de las clases sociales del materialismo histórico. Entre las principales: (1) La idea de sociedad en tanto que una totalidad orgánica, desde Saint-Simon eje ordenador de toda una perspectiva de conocimiento históricosocial y de la cual el materialismo histórico será la principal expresión. (2) El concepto mismo de clases sociales, referido a franjas de población homogenizadas por sus respectivos lugares y roles en las relaciones de producción de la sociedad. (3) La explotación del trabajo y el control de la propiedad de los recursos de producción como el fundamento de la división de la sociedad en clases sociales. En Marx formarán más tarde parte del concepto de relaciones de producción. (4) La nomenclatura de las clases sociales acuñada desde ese postulado, amos y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, industriales y obreros. (5) La perspectiva evolucionista, unidireccional, de la historia como sucesión de tales sociedades de clase, que en el materialismo histórico serán conocidas como “modos de producción.” (6) La relación entre las clases sociales y la revolución fi nal contra toda explotación, no mucho después llamada revolución “socialista.” No se agotan allí las notables coincidencias con el materialismo histórico respecto de la cuestión de las clases sociales. Para un texto escrito después de 300 años de historia del capitalismo mundial eurocentrado y colonial/moderno, no puede dejar de ser llamativa su ceguera absoluta respecto de: (1) la coexistencia y la asociación, bajo el capitalismo, de todas las formas de explotación/dominaciòn del trabajo; (2) que en consecuencia, incluso reduciendo las clases sociales solamente a las relaciones de explotación/ dominación en torno del trabajo, en el mundo del capitalismo no existían solamente las clases sociales de “industriales,” de un lado, y la de “obreros”o “proletarios,” del otro, sino también las de “esclavos,” “siervos,” y “plebeyos,” “campesinos libres”; (3) sobre el hecho de que las relaciones de dominación originadas en la experiencia colonial de “europeos” o “blancos” e “indios,” “negros,” “amarillos” y “mestizos,” implicaban profundas relaciones de poder que, además, en aquel período estaban tan estrechamente ligadas a las formas de explotación del trabajo, que parecían “naturalmente” asociadas entre sí; (4) que en consecuencia la relación capital-salario no era el único eje de poder, ni siquiera en la economía; (5) que habían otros ejes de poder que existían y actuaban en ámbitos que no eran solamente económicos, como la “raza,” el género y la edad; (6) que, en consecuencia, la distribución del poder entre la población de una sociedad no provenía exclusivamente de las relaciones en torno del control del trabajo, ni se reducía a ellas. El movimiento de la indagación de Marx sobre las clases sociales, no fue probablemente ajeno al debate de los saintsimonianos. Pero junto con sus similaridades, tiene también notables diferencias que aquí apenas es pertinente señalar.

En primer término, Marx se mantuvo, es verdad, hasta casi el fi nal de su trabajo dentro de la misma perspectiva saintsimoniana, eurocéntrica, de una secuencia histórica unilineal y unidireccional de sociedades de clase. Sin embargo, como se sabe bien ahora, al irse familiarizando con las investigaciones históricas y con el debate político de los “populistas” rusos, se dio cuenta de que esas unidireccionalidad y unilinearidad dejaban fuera de la historia otras decisivas experiencias históricas. Llegó así a ser consciente del eurocentrismo de su perspectiva histórica. Pero no llegó a dar el salto epistemológico correspondiente. El materialismo histórico posterior eligió condenar y omitir ese tramo de la indagación de Marx y se aferró dogmáticamente a lo más eurocentrista de su herencia.19

Es cierto, por otra parte, como todo el mundo advierte, que hay una distinción perceptible entre su visión de las relaciones de clase implicadas en su teoría sobre el Capital y la que subyace a sus estudios históricos. El Capital en esa teoría es una relación social específi ca de producción, cuyos dos términos fundamentales son los capitalistas y los obreros. Los primeros, son quienes controlan esa relación. En esa calidad, son “funcionarios” del Capital. Son los dominantes de esa relación. Pero lo hacen en su propio, privado, beneficio. En esa calidad, son explotadores de los obreros. Desde ese punto de vista, ambos términos son las clases sociales fundamentales del Capital.

De otro lado, sin embargo, y sobre todo en su análisis de la coyuntura francesa, especialmente en El 18 Brumario de Luís Bonaparte, da cuenta de varias clases sociales que, según las condiciones del confl icto político-social, emergen, se consolidan o se retiran de escena: burguesía comercial, burguesía industrial, proletariado, grandes terratenientes, oligarquía financiera, pequeña-burguesía, clase media, lumpen-proletariado, gran burocracia. Así mismo, en Teorías de la Plusvalía, advierte que Ricardo olvida enfatizar el constante crecimiento de las clases medias.20
El materialismo histórico posterior, en especial en su versión marxismoleninismo, ha manejado esas diferencias en la indagación marxiana por medio de tres propuestas. La primera es que las diferencias se deben al nivel de abstracción, teórico en El Capital e histórico-coyuntural en El 18 Brumario. La segunda es que esas diferencias son además transitorias, pues en el desenvolvimiento del Capital la sociedad tenderá, de todosmModos, a polarizarse en las dos clases sociales fundamentales.21 La tercera es que la teoría de El Capital implica que se trata de una relación social estructurada independientemente de la voluntad y de la conciencia de las gentes y que, en consecuencia, éstas se encuentran distribuídas en ella de manera necesaria e inevitable, por una legalidad histórica que las sobrepasa. En esa visión, las clases sociales son presentadas como estructuras dadas por la naturaleza de la relación social; sus ocupantes son portadores de sus determinaciones y por lo tanto sus comportamientos deberían expresar dichas determinaciones estructurales.22

La primera propuesta tiene confi rmación en las propias palabras de Marx. Así, ya en el famoso e inconcluso Capítulo sobre las Clases , del vol. III de El Capital, Marx sostiene que “Los propietarios de simple fuerza de trabajo, los propietarios de capital y los propietarios de tierras, cuyas respectivas fuentes de ingresos son el salario, la ganancia y la renta del suelo, es decir, los obreros asalariados, los capitalistas y los terratenientes, forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, basada en el régimen capitalista de producción.” Sin embargo, comprueba que ni siquiera en Inglaterra, no obstante ser la más desarrollada y “clásica” de las modernas sociedades capitalistas, “se presenta en toda su pureza esta división de la sociedad en clases,” ya que clases medias y estratos intermedios no dejan que sean nítidas las líneas de separación entre las clases. Pero inmediatamente advierte que eso será depurado por el desenvolvimiento de la ley del desarrollo capitalista que lleva continuamente a la polarización entre las clases fundamentales.23

Con El 18 Brumario, sin embargo, ocurre un doble desplazamiento de problemática y de perspectiva, que no se puede explicar solamente porque se trate de un análisis histórico coyuntural. En el movimiento de la refl exión marxiana, están implícitas, de una parte, la idea de que en la sociedad francesa de ese tiempo no existe sólo el salario, sino varias y diversas otras formas de explotación del trabajo, todos articulados al dominio del capital y en su benefi cio. De algún modo, eso preludia la diferenciación entre capital (relación entre capital y salario) y capitalismo (relaciones heterogéneas entre capital y todas las demás formas de trabajo), que confronta anticipadamente a la teoría de la articulación de modos de producción, producida más tarde por el materialismo histórico. De otra parte, la idea según la cual las clases se forman, se desintegran o se consolidan, parcial y temporalmente o de modo defi nido y permanente, según el curso de las luchas concretas de las gentes concretas disputando el control de cada ámbito del poder. No son estructuras, ni categorías, anteriores a tales conflictos.

Esa línea de refl exión de Marx también está presente en El Capital, a pesar de todas sus conocidas ambiguedades. Por eso, la tercera propuesta establece una diferencia básica entre la perspectiva marxiana y la del materialismo histórico. Mientras que en éste las clases sociales son ocupantes de una suerte de nichos estructurales donde son ubicadas y distribuídas las gentes por las relaciones de producción, en Marx se trata de un proceso histórico concreto de clasificación de las gentes. Esto es, un proceso de luchas en que unos logran someter a otros en la disputa por el control del trabajo y de los recursos de producción. En otros términos, las relaciones de producción no son externas, ni anteriores, a las luchas de las gentes, sino el resultado de las luchas entre las gentes por el control del trabajo y de los recursos de producción, de las victorias de los unos y de las derrotas de otros y como resultado de las cuales se ubican y/o son ubicadas, o clasifi cadas. Esa es, sin duda, la propuesta teórica implicada en el famoso Capítulo sobre La Llamada Acumulación Originaria.24 De otro modo, la línea de análisis de El 18 Brumario de Luís Bonaparte, no tendría sentido.

En la línea marxiana, en consecuencia, las clases sociales no son estructuras, ni categorías, sino relaciones históricas, históricamente producidas y en ese específi co sentido históricamente determinadas, aún cuando esa visión está reducida a sólo uno de los ámbitos del poder, el trabajo. En cambio en el materialismo histórico, tal como lo señala E.P. Thompson, se prolonga la visión “estática,” es decir ahistórica, que asigna a las clases sociales la calidad de estructuras establecidas por relaciones de producción que vienen a la existencia por fuera de la subjetividad y de las acciones de las gentes, es decir antes de toda historia.

El materialismo histórico ha reconocido, después de la Segunda Guerra Mundial, que en su visión evolucionista y unidireccional de las clases sociales y de las sociedades de clase, hay pendientes problemas complicados. En primer lugar por la reiterada comprobación de que incluso en los “centros´, algunas “clases pre-capitalistas,” el campesinado en particular, no salían, ni parecían dispuestas a salir de la escena histórica del “capitalismo,” mientras otras, las clases medias, tendían a crecer conforme el capitalismo se desarrollaba. En segundo lugar, porque no era sufi ciente la visión dualista del pasaje entre “precapitalismo”y “capitalismo” respecto de las experiencias del “Tercer Mundo,” donde confi guraciones de poder muy complejas y heterogéneas no corresponden a las secuencias y etapas esperadas en la teoría eurocéntrica del capitalismo. Pero no logró encontrar una salida teórica respaldada en la experiencia histórica y arribó apenas a la propuesta de “articulación de modos de producción,” sin abandonar la idea de la secuencia entre ellos. Es decir, tales “articulaciones” no dejan de ser coyunturas de la transición entre los modos “precapitalistas”y el “capitalismo.”25 En otros términos, consisten en la coexistencia — transitoria, por supuesto — del pasado y del presente de su visión histórica!.
Al materialismo histórico le es ajena y hostil la idea de que no se trata más de “modos de producción” articulados, sino del capitalismo como estructura mundial de poder dentro del cual y a su servicio, se articulan todas las formas históricamente conocidas de trabajo, de control y de explotación del trabajo. Pero es así, a pesar de todo, como existe el poder capitalista mundial, colonial/moderno. Y eso es, finalmente visble para todos a la hora de la globalización.

¿EL CONCEPTO DE CLASE: DE LA “NATURALEZA” A LA “SOCIEDAD”?

La idea de “clase”fue introducida en los estudios sobre la “naturaleza” antes que sobre la “sociedad.” Fue el “naturalista” sueco Linneo el primero en usarla en su famosa “clasificación” botánica del siglo XVIII. El descubrió que era posible clasifi car a las plantas según el número y la disposición de los estambres de las flores, porque éstas tienden a permanecer sin cambios en el curso de la evolución.26

No pareciera haber sido, y probablemente no fue, básicamente distinta la manera de conocer que llevó, primero a los historiadores franceses del siglo XVIII, después a los saintsimonianos de las primeras décadas del XIX, a diferenciar “clases” de gentes en la población europea. Para Linneo las plantas estaban allí, en el “reino vegetal,” dadas, y a partir de algunas de sus características empíricamente diferenciables, se podía “clasifi carlas.” Los que estudiaban y debatían la sociedad de la Europa Centro-Nórdica a fi nes del s.XVIII y a comienzos del XIX, aplicaron la misma perspectiva a las gentes y encontraron que era posible “clasifi carlas” también a partir de sus más constantes características diferenciables, empíricamente, su lugar en los pareados de riqueza y pobreza, mando y obediencia. Fue un hallazgo saintsimoniano descubrir que la fuente principal de esas diferencias estaba en el control del trabajo y sus productos y de los recursos de la naturaleza empleados en el trabajo. Los teóricos del materialismo histórico, desde fi nes del siglo XIX, no produjeron rupturas o mutaciones decisivas en esa perspectiva de conocimiento.
Por supuesto, al transferir el sustantivo clase del mundo de la “naturaleza” al de la “sociedad,” era indispensable asociarlo con un adjetivo que legitimara ese desplazamiento: la clase deja de ser botánica y se muta en social. Pero dicho desplazamiento fue básicamente semántico. El nuevo adjetivo no podía ser capaz, por sí solo, ni de cortar el cordón umbilical que ataba al recien nacido concepto al vientre naturalista, ni de proporcionarle para su desarrollo una atmósfera epistémica alternativa. En el pensamiento eurocéntrico heredero de la Ilustración Continental, 27 la sociedad era un organismo, un orden dado y cerrado. Y las clases sociales fueron, pensadas como categorías ya dadas en la “sociedad,” como ocurría con las clases de plantas en la “Naturaleza.”
Debe tenerse en cuenta, en relación con esas cuestiones, que otros términos que tienen el mismo común origen naturalista, estructura, procesos, organismo, en el eurocentrismo pasan al conocimiento social con las mismas ataduras cognoscitivas que el término clase. La obvia vinculación entre la idea eurocéntrica de las clases sociales con las ideas de estructura como un orden dado en la sociedad y de proceso como algo que tiene lugar en una estructura, y de todas ellas con las ideas organísticas y sistémicas de la idea de totalidad, ilumina con claridad la persistencia en ellas de todas las marcas cognoscitivas de su origen naturalista y a través de ellas, de su duradera imprenta sobre la perspectiva eurocéntrica en el conocimiento histórico-social. No se podría entender, ni explicar, de otro modo, la idea del materialismo histórico o de las sociólogos de la “sociedad industrial,” según la cual las gentes son “portadoras” de las determinaciones estructurales de clase y deben en consecuencia actuar según ellas. Sus deseos, preferencias, intenciones, voliciones, decisiones y acciones son confi guradas según esas determinaciones y deben responder a ellas.

El problema creado por la inevitable distancia entre ese presupuesto y la subjetividad y la conducta externa de las gentes así “clasifi cadas,” sobre todo entre las “clases” dominadas, encontró en el materialismo histórico una imposible solución: era un problema de la conciencia y ésta sólo podía ser o llevada a los explotados por los intelectuales burgueses (Kautsky-Lenin) como el polen es llevado a las plantas por las abejas. O irse elaborando y desarrollando en una progresión orientada hacia una imposible “conciencia posible” (Lukacs).28

REDUCCIONISMO Y AHISTORICIDAD EN LA TEORIA EUROCENTRICA DE LAS CLASES SOCIALES

La impronta naturalista, positivista y marxo-positivista de la teoría eurocéntrica de las clases sociales, implica también dos cuestiones cruciales: (1) En su origen la teoría de las clases sociales está pensada exclusivamente sobre la base de la experiencia europea, la cual a su vez está pensada, por supuesto, según la perspectiva eurocéntrica, es decir distorsionante. (2) Por esa misma razón, para los saintsimonianos y para sus herederos del materialismo histórico, las únicas diferencias que son percibidas entre los europeos como realmente signifi cativas—una vez abolidas las jerarquías nobiliarias por la Revolución Francesa—se refi eren a la riqueza/pobreza y al mando/obediencia. Y esas diferencias remiten, de un lado, al lugar y a los roles de las gentes respecto del control del trabajo y de los recursos que en la naturaleza sirven para trabajar, todo lo cual será a su tiempo nombrado como “relaciones de producción.” De otro lado, a los lugares y roles de las gentes en el control de la autoridad, ergo, del Estado. Las otras diferencias que en la población europea de los siglos XVIII y XIX estaban vinculadas a diferencias de poder, principalmente sexo y edad, en esa perspectiva son “naturales,” es decir hacen parte de la clasificación en la “naturaleza”. En otros términos, la teoría eurocéntrica sobre las clases sociales, y no solamente en el materialismo histórico marxo-positivista, o entre los weberianos o en los descendientes de ambos , sino en el propio Marx, es reduccionista: se refi ere única y exclusivamente a uno sólo de los ámbitos del poder, el control del trabajo y de sus recursos y productos. Y eso es especialmente notable sobre todo en Marx y sus herederos, pues no obstante que su propósito formal es estudiar, entender y cambiar o destruir el poder en la sociedad, todas las otras instancias de la existencia social donde se forman relaciones de poder entre las gentes no son consideradas en absoluto o son consideradas sólo como derivativas de las “relaciones de producción” y determinadas por ellas.

Todo aquello significa que la idea de clases sociales es elaborada en el pensamiento eurocéntrico, entre fi nes del siglo XVIII y fi nes del XIX, cuando ya la percepción de la totalidad desde Europa, por entonces el “centro” del mundo capitalista, ya ha sido definitivamente organizada como una dualidad histórica: Europa (y en el caso, sobre todo Europa Central e Inglaterra) y No-Europa.Y esa dualidad implicaba, además, que mucho de todo lo que era No-Europa, aunque existía en el mismo escenario temporal, en realidad correspondía al pasado de un tiempo lineal cuyo punto de llegada era (es), obviamente, Europa.

En No-Europa existían en ese mismo momento, siglo XIX, todas las formas no-salariales del trabajo. Pero desde el saintsimonismo hasta hoy, en el eurocentrismo son el pasado “precapitalista” o “pre-industrial.” Es decir, esas clases sociales son “precapitalistas” o no existen. En No-Europa habían sido impuestas identidades “raciales” no-europeas o “no-blancas.” Pero ellas, como la edad o el género entre los “europeos,” corresponden a diferencias “naturales” de poder entre “europeos”y “no-europeos.” En Europa están en formación o ya están formadas las instituciones “modernas” de autoridad: los “estados-nación modernos” y sus respectivas “identidades.” En No-Europa sólo son percibidas las tribus y las etnias, el pasado “pre-moderno,” pues. Ellas serán reemplazadas en algún futuro por Estados-Nación-como-en-Europa. Europa es civilizada. No-Europa es primitiva. El sujeto racional es Europeo. No-Europa es objeto de conocimiento. Como corresponde, la ciencia que estudiría a los Europeos se llamará “Sociologìa.” La que estudiaría a los No-Europeos se llamará “Etnografía.”

¿TEORIA DE LAS CLASES SOCIALES O TEORIA DE LA CLASIFICACION SOCIAL?

A esta altura del debate no es, pues, sufi ciente mantenerse en los conocidos parámetros, porque eso no agota la cuestión, ni resuelve los problemas planteados en el conocimiento y en la acción. Limitarse a insistir que es necesario historizar la cuestión de las clases sociales, es decir, referirla a la historia concreta de gentes concretas, en lugar de mantener una visión “estática” o ahistórica de las clases sociales, o poner a Weber en lugar de Marx o explorar sus entrecruzamientos viables como suele hacerse en la sociología escolar, ya es inconducente. En cualquiera de esas opciones y en todas juntas, se trata sólo de clasifi car a las gentes por algunas de sus dadas características diferenciales y no hay realmente nada fundamental que ganar si son tales o cuales las características que se escogen, o deben ser escogidas, para que la operación clasificatoria resulte menos “ideológica” y más “objetiva.”

Con la clasificación de los elementos de la “naturaleza” lo que importaba era, como correspondía a la racionalidad cartesiana, descubrir las “propiedades” que “definen,” es decir distinguen y al mismo tiempo emparentan a determinados “objetos”entre sí, o en otras palabras los distinguen individualmente y muestran su género próximo y su diferencia específi ca. Pero con la cuestión de las clases sociales, lo que realmente está en juego y lo estuvo desde el comienzo en el propósito de quienes introdujeron la idea, es algo radicalmente distinto: la cuestión del poder en la sociedad. Y el problema es que ninguna de aquellas opciones, ni juntas, ni por separado, son aptas para permitir aprehender e indagar la constitución histórica del poder y mucho menos la del poder capitalista, mundial y colonial/moderno.

Por todo eso, es pertinente salir de la eurocéntrica teoría de las clases sociales y avanzar hacia una teoría histórica de la clasificación social. El concepto de clasificación social, en esta propuesta, se refi ere a los procesos de largo plazo en los cuales las gentes disputan por el control de los ámbitos básicos de existencia social y de cuyos resultados se confi gura un patrón de distribución del poder centrado en relaciones de explotación/dominación/confl icto entre la población de una sociedad y en una historia determinadas.
Fue ya señalado que el poder, en este enfoque, es una malla de relaciones de explotación/dominación/confl icto que se confi guran entre las gentes en la disputa por el control del trabajo, de la “naturaleza,” del sexo, de la subjetividad y de la autoridad. Por lo tanto, el poder no se reduce a las “relaciones de producción,” ni al “orden y autoridad,” separadas o juntas. Y la clasificación social se refi ere a los lugares y a los roles de las gentes en el control del trabajo, sus recursos (incluídos los de la “naturaleza”) y sus productos; del sexo y sus productos; de la subjetividad y de sus productos (ante todo el imaginario y el conocimiento); y de la autoridad, sus recursos y sus productos.
En ese sentido específico, toda posible teoría de la clasificación social de las gentes, requiere necesariamente indagar por la historia, las condiciones y las determinaciones de una dada distribución de relaciones de poder en una sociedad.
Porque es esa distribución del poder entre las gentes de una sociedad lo que las clasifi ca socialmente, determina sus recíprocas relaciones y genera sus diferencias sociales, ya que sus características empíricamente observables y diferenciables son resultados de esas relaciones de poder, sus señales y sus huellas. Se puede partir de éstas para un primer momento y un primer nivel de aprehensión de las relaciones de poder, pero no tiene sentido hacer residir en ellas la naturaleza de su lugar en la sociedad. Es decir, su clase social.

HETEROGENEIDAD DE LA CLASIFICACIÓN SOCIAL

Desde América, en el capitalismo mundial, colonial/moderno, las gentes se clasifi can y son clasifi cadas según tres líneas diferentes, pero articuladas en una estructura global común por la colonialidad del poder: trabajo, raza, género. La edad no llega a ser insertada de modo equivalente en las relaciones societales de poder, pero sí en determinados ámbitos del poder. Y en torno de dos ejes centrales: el control de la producción de recursos de sobrevivencia social y el control de la reproducción biológica de la especie. El primero implica el control de la fuerza de trabajo, de los recursos y productos del trabajo, lo que incluye los recursos “naturales” y se institucionaliza como “propiedad.” El segundo, implica el control del sexo y de sus productos (placer y descendencia), en función de la “propiedad.” La “raza” fue incorporada en el capitalismo eurocentrado en funciòn de ambos ejes. Y el control de la autoridad se organiza para garantizar las relaciones de poder así confi guradas.
En esa perspectiva, las “clases sociales “resultantes son heterogéneas, discontinuas, conflictivas. Y están articuladas también de modo heterogéneo, discontinuo y confl ictivo. La colonialidad del poder es el eje que las articula en una estructura común de poder, como podrá ser mostrado más adelante.
En tanto que todos los elementos que concurren a la constitución de un patrón de poder son de origen, forma y carácter discontinuos, heterogéneos, contradictorios y confl ictivos en el espacio y en el tiempo, es decir cambian o pueden cambiar en cada una de esas instancias en función de sus cambiantes relaciones con cada uno de los otros, las relaciones de poder no son, no pueden ser, una suerte de nichos estructurales pre-existentes en donde las gentes son distribuídas, de los cuales asumen tales o cuales características y se comportan o deben comportarse acordemente. El modo como las gentes llegan a ocupar total o parcialmente, transitoria o establemente, un lugar y un papel respecto del control de las instancias centrales del poder, es confl ictivo. Es decir, consiste en una disputa, violenta o no, en derrotas y en victorias, en resistencias y en avances y en retrocesos. Ocurre en términos individuales y/o colectivos, con lealtades y traiciones, persistencias y deserciones. Y puesto que toda estructura de relaciones es una articulación de discontinuos, heterogéneos y confl ictivos ámbitos y dimensiones, los lugares y los papeles no necesariamente tienen o pueden tener las mismas ubicaciones y relaciones en cada ámbito de la existencia social, o en cada momento del respectivo espacio/tiempo. Esto es, las gentes pueden tener, por ejemplo, un lugar y un papel respecto del control del trabajo y otro diferente y hasta opuesto respecto del control del sexo o de la subjetividad, o en las instituciones de autoridad. Y no siempre los mismos en el curso del tiempo.
Desde ese punto de vista, la idea eurocéntrica de que las gentes que en un dado momento de un patrón de poder ocupan ciertos lugares y ejercen ciertos roles, constituyan por esos sólos factores una comunidad o un sujeto histórico, apunta en una dirección históricamente inconducente. Semejante idea sólo sería admisible si fuera posible admitir también que tales gentes ocupan lugares y cumplen papeles simétricamente consistentes entre sí en cada una de las instancias centrales del poder.
La distribución de las gentes en las relaciones de poder tiene, en consecuencia, el carácter de procesos de clasificación, des-clasificación y re-clasificación social de una población, es decir de aquella articulada dentro de un patrón societal de poder de larga duración . No se trata aquí solamente del hecho de que las gentes cambian y pueden cambiar su lugar y sus papeles en un patrón de poder, sino de que tal patrón como tal está siempre en cuestión, puesto que las gentes están disputando todo el tiempo, y los recursos, razones y necesidades de esos confl ictos nunca son los mismos en cada momento de una larga historia. En otros términos, el poder está siempre en estado de confl icto y en procesos de distribución y de redistribución. Sus períodos históricos pueden ser distinguidos, precisamente, en relación a tales procesos.

LA PRODUCCIÓN DEL SUJETO COLECTIVO

Dejo para otro trabajo el debate más detenido sobre la cuestión del “sujeto histórico” que ha sido puesto en la mesa por las corrientes postmodernistas. Por el momento creo necesario indicar, apenas, primero mi escepticismo respecto de la noción de “sujeto histórico” porque remite, quizás inevitablemente, a la herencia hegeliana no del todo “invertida” en el materialismo histórico. Esto es, a una cierta mirada teleológica de la historia y a un “sujeto” orgánico o sistémico portador del movimiento respectivo, orientado en una dirección ya determinada. Tal “sujeto” sólo puede existir, en todo caso, no como histórico, sino, bien al contrario, como metafísico.
De otro lado, sin embargo, la simple negaciòn de toda posibilidad de subjetifi cación de un conjunto de gentes, de su constitución como sujeto colectivo bajo ciertas condiciones y durante un cierto tiempo, va directamente contra la experiencia histórica, si no admite que lo que puede llamarse “sujeto,” no sólo colectivo, sino inclusive individual, está siempre constituído por elementos heterogéneos y discontinuos y que llega a ser una unidad sólo cuando esos elementos se articulan en torno de un eje específico, bajo condiciones concretas, respecto de necesidades concretas y de modo transitorio.
De una propuesta alternativa al eurocentrismo no se desprende, en consecuencia, que una población afectada en un momento y una forma del proceso de clasificación social, no llegue a tener los rasgos de un grupo real, de una comunidad y de un sujeto social. Pero tales rasgos sólo se constituyen como parte y resultado de una historia de confl ictos, de un patrón de memoria asociado a esa historia y que es percibido como una identidad y que produce una voluntad y una decisión de trenzar las heterogéneas y discontinuas experiencias particulares en una articulación subjetiva colectiva, que se constituye en un elemento de las relaciones reales materiales.
Las luchas colectivas de sectores de trabajadores, que llegan a organizarse en sindicatos, en partidos políticos; o las de identidades llamadas “nacionales” y/o ´étnicas”; de comunidades inclusive mucho más amplias que se agrupan como identidades religiosas y que son perdurables por largos plazos, son ejemplos históricos de tales procesos de subjetifi cación de amplias y heterogéneas poblaciones, que son incluso discontinuos en el tiempo y en el espacio.Y, muy notablemente, aquellas identidades que han llegado a constituirse en los últimos 500 años, precisamente, en torno de las “razas.”29
Sin embargo, no todos los procesos de subjetificación social o de constitución de sujetos colectivos, pueden ser reconocidos como procesos de clasificación societal. Y en algunos de los casos se trata restrictamente de un problema de formación de identidades, de un proceso identitario que no pone en cuestión para nada esas instancias de poder societal. Desde nuestra perspectiva, sólo los procesos de subjetifi cación cuyo sentido es el conflicto en torno de la explotación/dominación, constituye un proceso de clasificación social.
En el capitalismo mundial, son la cuestión del trabajo, de la “raza”y del “género,” las tres instancias centrales respecto de las cuales se ordenan las relaciones de explotación/dominación/confl icto. Ergo, los procesos de clasificación social consistirán, de todos modos, en procesos donde esas tres instancias se asocian o se disocian respecto del complejo explotación/ dominación/confl icto.. De las tres instancias, es el trabajo, esto es, la explotación/dominación, lo que se ubica como el ámbito central y permanente. La dominación hace posible la explotación y no se la encuentra sino muy raramente actuando por separado. Las otras instancias son, ante todo, instancias de dominación, ya que la explotación sexual, específi camente, es discontinua. Esto es, mientras que la relación de explotación/dominación entre capital-trabajo es continua, el mismo tipo de relación varón-mujer no ocurre en todos los casos, ni en todas las circunstancias, no es, pues, continua. Así mismo, en la relación entre “razas” se trata, ante todo, de dominación. En fi n, la articulación entre instancias de explotación y de dominación es heterogénea y discontinua. Y por lo mismo, la clasificación social como un proceso en el cual las tres instancias están asociadas/disociadas, tiene también, necesariamente, esas características.
Una idea, que originalmente fue propuesta con claro carácter histórico por Marx, fue posteriormente mistifi cada en el materialismo histórico: el interés de clase. En la medida en que la idea de clase se hizo reduccionista y se ahistorizó, el interés de clase en el capitalismo fue reducido a la relación entre capital y salario. Los de los demás trabajadores, fueron siempre vistos como secundarios y suceptibles de ser subordinados a los de los asalariados obreros y en particular de la llamada clase obrera industrial.30
¿Qué ocurre, sin embargo, si se asume, como es imperativo hoy, que el capitalismo articula y explota a los trabajadores bajo todas las formas de trabajo y que los mecanismos de dominación usados para ese efecto, “raza,” “género,” son usados diferenciadamente en ese heterogéneo universo de trabajadores?. En primer término, el concepto de interés de clase requiere ser también pensado en términos de su heterogeneidad histórico-estructural. En seguida, es necesario establecer, en cada momento y en cada contexto específi co, el eje común de relación de explotación/dominaciòn/confl icto entre todos los trabajadores, sometidos a todas las formas de trabajo y a todas las formas de dominación, con el capital y sus funcionarios.
Por esas razones, acerca de la clasificación social o procesos de subjetificación social frente a la explotación/dominación, la cuestión central es la determinación de las condiciones históricas específi cas respecto de las cuales es posible percibir los modos, los niveles y los límites de la asociación de las gentes implicadas en esas tres instancias (trabajo, “género” y “raza”), en un período y en un contexto específicos.
De todos modos, ningún proceso de clasificación social, de subjectificación de las gentes frente al capitalismo, podrá ser sufi cientemente seguro para reproducirse y sostenerse por el perìodo necesario para llevar a las víctimas de la exlotación/dominación capitalista a su liberación, si desde la perspectiva inmediata de las gentes concretas implicadas, esas tres instancias son percibidas y manejadas de modo separado o peor en confl icto. No por acaso, mantener, acentuar y exasperar entre los explotados/dominados la percepción de esas diferenciadas situaciones en relación al trabajo, a la “raza”y al “género,” ha sido y es un medio extremamente efi caz de los capitalistas para mantener el control del poder.La colonialidad del poder ha tenido en esta historia el papel central.

COLONIALIDAD DEL PODER YCLASIFICACIÓN SOCIAL

En la historia conocida antes del capitalismo mundal, se puede verficar que en las relaciones de poder, ciertos atributos de la especie han jugado un papel principal en la clasificación social de las gentes: sexo, edad y fuerza de trabajo son sin duda los más antiguos. Desde América, se añadió el fenotipo. El sexo y la edad son atributos biológicos diferenciales, aunque su lugar en las relaciones de explotación/dominación/confl icto está asociado a la elaboración de dichos atributos como categorías sociales. En cambio la fuerza de trabajo y el fenotipo, no son atributos biológicos diferenciales. El color de la piel, la forma y el color del cabello, de los ojos, la forma y el tamaño de la nariz, etc., no tienen ninguna consecuencia en la estructura biológica de la persona, y ciertamente menos aún en sus capacidades históricas. Y, del mismo modo, ser trabajador “manual” o “intelectual” no tiene relación con la estructura biológica. En otros términos, el papel que cada uno de esos elementos juega en la clasificación social, esto es, en la distribución del poder, no tiene nada que ver con la biología, ni con la “naturaleza.” Tal papel es el resultado de las disputas por el control de los ámbitos sociales. Por lo mismo, la “naturalización” de las categorías sociales que dan cuenta del lugar de esos elementos en el poder, es un desnudo producto histórico-social.
El hecho de que las categorías que identifi can lugares y papeles en las relaciones de poder, tengan todas la pretensión de ser simplemente nombres de fenómenos “naturales,” tengan o no alguna referencia real en la “naturaleza,” es una indicación muy efi caz de que el poder, todo poder, requiere ese mecanismo subjetivo para su reproducción. Y es interesante preguntarse porqué.
Mientras la producción social de la categoría “género” a partir del sexo, es sin duda la más antigua en la historia social, la producción de la categoría “raza” a partir del fenotipo, es relativamente reciente y su plena incorporación a la clasificación de las gentes en las relaciones de poder tiene apenas 500 años, comienza con América y la mundialización del patrón de poder capitalista.31
Las diferencias fenotípicas entre vencedores y vencidos han sido usadas como justifi cación de la producción de la categorìa “raza,” aunque se trata, ante todo, de una elaboración de las relaciones de dominación como tales. La importancia y la signifi cación de la producción de esta categorìa para el patrón mundial de poder capitalista eurocéntrico y colonial/moderno, difícilmente podría ser exagerada: la atribución de las nuevas identidades sociales resultantes y su distribución en las relaciones del poder mundial capitalista, se estableció y se reprodujo como la forma básica de la clasificación societal universal del capitalismo mundial, y como el fundamento de las nuevas identidades geo-culturales y de sus relaciones de poder en el mundo. Y, así mismo, llegó a ser el trasfondo de la producción de las nuevas relaciones intersubjetivas de dominación y de una perspectiva de conocimiento mundialmente impuesta como la única racional.
La “racialización” de las relaciones de poder entre las nuevas identidades sociales y geo-culturales, fue el sustento y la referencia legitimatoria fundamental del carácter eurocentrado del patrón de poder, material e intersubjetivo. Es decir, de su colonialidad. Se convirtió, así, en el más específi co de los elementos del patrón mundial de poder capitalista eurocentrado y colonial/moderno y pervadió cada una de las áreas de la existencia social del patrón de poder mundial, eurocentrado, colonial/moderno.
Hace falta estudiar y establecer de modo sistemático (no sistémico) las implicaciones de la colonialidad del poder en el mundo capitalista. En los límites de este texto, me restringiré a proponer un esquema de las principales cuestiones.

I. COLONIALIDAD DE LA CLASIFICACIÓN SOCIAL UNIVERSAL DEL MUNDO CAPITALISTA

(1) Lo que comenzó con América fue mundialmente impuesto. La población de todo el mundo fue clasifi cada, ante todo, en identidades “raciales” y dividida entre los dominantes/superiores “europeos” y los dominados/inferiores “no-europeos.”

(2) Las diferencias fenotípicas fueron usadas, definidas, como expresión externa de las diferencias “raciales.” En un primer período, principalmente el “color” de la piel y del cabello y la forma y el color de los ojos. Más tarde, en los siglos XIX y XX, también otros rasgos como la forma de la cara, el tamaño del cráneo, la forma y el tamaño de la nariz.

(3) El “color” de la piel fue definido como la marca “racial” diferencial más significativa, por más visible, entre los dominantes/superiores o “europeos,” de un lado, y el conjunto de los dominados/inferiores “no- europeos,” del otro lado.

(4) De ese modo, se adjudicó a los dominadores/superiores “europeos el atributo de “raza blanca” y a todos los dominados/inferiores “no-europeos,” el atributo de “razas de color.”32 La escalera de gradación entre el “blanco” de la “raza blanca” y cada uno de los otros “colores” de la piel, fue asumida como una gradación entre lo superior y lo inferior en la clasificación social “racial.”

II. COLONIALIDAD DE LA ARTICULACIÓN POLÍTICA Y GEO-CULTURAL

(1) Los territorios y las organizaciones polìticas de base territorial, colonizadas parcial o totalmente, o no colonizadas, fueron clasifi cados en el patrón eurocentrado del capitalismo colonial/moderno, precisamente, según el lugar que las “razas” y sus respectivos “colores” tenían en cada caso. Así se articuló el poder entre “Europa,” “América,” “Africa,” “Asia” y mucho más tarde “Oceanía.” Eso facilitó la “naturalización” del control eurocentrado de los territorios, de los recursos de producción en la “naturaleza.”Y cada una de esas categorìas impuestas desde el eurocentro del poder, ha terminado fi nalmente admitida hasta hoy, para la mayoría, como expresiòn de la “naturaleza” y de la geografía, no de la historia del poder en el planeta.

(2) Los grupos dominantes de las “razas” no-”blancas,” fueron sometidos a ser tributarios, es decir, intermediarios en la cadena de transferencia de valor y de riquezas de la “periferia colonial” al “eurocentro,” o asociados dependientes.

(3) Los estados-nación del centro se constituyeron teniendo como contrapartida los estados-coloniales, primero y los estados-nacional dependientes después. Como parte de esa relación, los procesos de ciudadanización, de representaciòn desigual pero real de los diversos sectores sociales, la retribución en servicios públicos de la producciòn y de la tributaciòn de los trabajadores (llamado Welfare State), no ha dejado de ser, en definitiva, privilegio del centro, porque su costo se paga en muy amplia medida por la explotación del trabajo del la periferia colonial en condiciones no democráticas y no nacionales, esto es como sobre-explotación.

(4) Debido a esas determinaciones, todas los países cuyas poblaciones son en su mayoría víctimas de relaciones “racista/etnicistas”de poder, no han logrado salir de la “periferia colonial” en la disputa por el “desarrollo.” Y los paìses que han llegado a incorporarse al “centro” o están en camino hacia allí, son aquellos cuyas sociedades o no tienen relaciones de colonialidad, porque, precisamente, no fueron colonias europeas, o de modo muy corto y muy parcial ( Japón, Taiwan, China), o donde las poblaciones colonizadas fueron en un comienzo minorìas pequeñas, como los “negros” al formarse Estados Unidos de América del Norte, o donde las poblaciones aborígenes fueron reducidas a minorías aisladas, si no exterminadas, como Estados Unidos, Canada, Australia, Nueva Zelandia.33
(5) De allí se desprende, de nuevo, que la colonialidad del poder implica, en las relaciones internacionales de poder y en las relaciones internas dentro de los países, lo que en América Latina ha sido denominada como dependencia histórico-estructural.

III. COLONIALIDAD DE LA DISTRIBUCIÓN MUNDIAL DEL TRABAJO

No menos decisiva para el capitalismo eurocentrado colonial/moderno, fue la distribución mundial de trabajo en torno de la colonialidad del poder.
El capitalismo ha organizado la explotación del trabajo en un complejo engranaje mundial, en torno del predominio de la relación capital-salario. Para muchos de los teóricos, en eso consiste todo el capitalismo. Todo lo demás es pre-capitalista y, de esa manera, externo al capital. Sin embargo, desde América sabemos que la acumulación capitalista hasta aquí no ha prescindido en momento alguno de la colonialidad del poder.34 El esquema de un mundo capitalista dualmente ordenado en “centro”y “periferia,” no es arbitrario precisamente por esa razón, aunque probablemente habría sido mejor pensar en “centro colonial” y “ periferia colonial” (en el sentido de la colonialidad y no sólo, y no tanto, del colonialismo), para evitar la secreción “naturalista,” físico-geográfi ca de la imagen.

En el “centro” (eurocentro), la forma dominante, no sólo estructuralmente, sino también, a largo plazo, demográfi camente, de la relación capitaltrabajo, fue salarial. Es decir, la relación salarial fue, principalmente, “blanca.” En la “periferia colonial,” en cambio, la relación salarial fue con el tiempo estructuralmente dominante, pero siempre minoritaria en la demografía como en todo lo demás, mientras que las más extendidas y sectorialmente dominantes fueron todas las otras formas de explotación del trabajo: esclavitud, servidumbre, producción mercantil simple, recirprocidad. Pero todas ellas estuvieron, desde la partida, articulados bajo el domino del capital y en su benefi cio.

Globalmente, la relación salarial ha sido siempre, hoy inclusive, la menos extendida geográfi ca y demográfi camente. El universo mundial del trabajo y de los trabajadores del capital fue, en cambio diverso y heterogéneo. En consecuencia, las “clases sociales” entre la poblaciòn del mundo no sólo no se redujeron al lugar de las gentes en el control del trabajo y de sus productos, sino que inclusive en ese restricto ámbito, quedaron ordenadas sobre la base principal de la colonialidad del poder.

En el Eurocentro, pensado de modo aislado y separado de la “periferia colonial,” la clasificación social apareció, inevitablemente, sólo en relación al trabajo, ya que los “europeos” no se percibìan aún como “racialmente” diferenciados, como, en cambio, no dejarían de percibirse hoy, cuando las poblaciones víctimas de la colonialidad del poder han logrado instalarse en las sedes originales de los colonizadores. Las “clases sociales” fueron, por eso, conceptualmente separadas y diferenciadas de las “razas,” y sus recíprocas relaciones fueron pensadas como externas.
Globalmente, sin embargo, como fue siempre la condición misma de existencia del capitalismo, las “clases sociales” fueron diferenciadamente distribuídas entre la poblaciòn del planeta, sobre la base de la colonialidad del poder: En el “Eurocentro”: los dominantes son Capitalistas. Los dominados son los asalariados, clases medias, campesinos independientes. En la “Periferia Colonial,” los dominantes son Capitalistas Tributarios y/o Asociados Dependientes.. Los dominados son: esclavos, siervos, pequeños productores mercantiles independientes, reciprocantes, asalariados, clases medias, campesinos. Esa clasificación social diferenciada entre el centro y la periferia colonial, ha sido el mecanismo central del engranaje de acumulación global en benefi cio del centro. De hecho, es lo que ha permitido producir, mantener y costear la lealtad de los explotados/dominados “blancos” frente a las “razas,” ante todo en la “periferia colonial,” pero también dentro del “centro,” como no ha terminado de ocurrir sobre todo en Estados Unidos.

IV. COLONIALIDAD DE LAS RELACIONES DE GÉNERO

Las relaciones entre los “géneros” fueron también ordenadas en torno de la colonalidad del poder.

(1) En todo el mundo colonial, las normas y los patrones formal-ideales de comportamiento sexual de los géneros y en consecuencia los patrones de organizaciòn familiar de los “europeos” fueron directamente fundados en la clasificación “racial”: la libertad sexual de los varones y la fi delidad de las mujeres fue, en todo el mundo eurocentrado, la contrapartida del “libre”—esto es, no pagado como en la prostitución, más antigua en la historia —acceso sexual de los varones “blancos” a las mujeres “negras”e “indias,” en América, “negras”en el Africa, y de los otros “colores”en el resto del mundo sometido.

(2) En Europa, en cambio, fue la prostitución de las mujeres la contrapartida del patrón de familia burguesa. 

(3) La unidad e integración familiar, impuestas como ejes del patrón de familia burguesa del mundo eurocentrado, fue la contrapartida de la continuada desintegración de las unidades de parentesco padres-hijos en las “razas” no-”blancas,” apropiables y distribuibles no sólo como mercancías, sino directamente como “animales. En particular, entre los esclavos “negros,” ya que sobre ellos esa forma de dominación fue más explícita, inmediata y prolongada.

(4) La característica hipocresía subyacente a las normas y valores formal-ideales de la familia burguesa, no es, desde entonces, ajena a la colonialidad del poder.

V. COLONIALIDAD DE LAS RELACIONES CULTURALES O INTERSUBJETIVAS

Ya quedaron anotadas muchas de las implicaciones mayores de la hegemonía del eurocentrismo en las relaciones culturales, intersubjetivas en general, en el mundo del capitalismo colonial/moderno.35 Aquí apenas vale apuntar lo siguiente:

(1) En todos las sociedades donde la colonización implicó la destrucción de la estructura societal, la poblaciòn colonizada fue despojada de sus saberes intelectuales y de sus medios de expresión exteriorizantes u objetivantes. Fueron reducidos a la condiciòn de gentes rurales e iletradas.

(2) En las sociedades donde la colonización no logró la total destrucción societal, las herencias intelectual y estética visual no pudieron ser destruídas. Pero fue impuesta la hegemonía de la perspectiva eurocéntrica en las relaciones intersubjetivas con los dominados.

(3) A largo plazo en todo el mundo eurocentrado se fue imponiendo la hegemonía del modo eurocéntrico de percepción y de producción de conocimiento y en una parte muy amplia de la población mundial el propio imaginario fue, demostradamente, colonizado.

(4) Last but not least, la hegemonía eurocéntrica en la cultura del mundo capitalista, ha implicado una manera mistifi cada de percepción de la realidad, lo mismo en el “centro”que en la “periferia colonial.” Pero sus efectos en la última, en el conocimiento y en la acción, han sido casi siempre históricamente conducentes a callejones sin salida. La cuestión nacional, la cuestión de la revolución, la cuestión de la democracia son sus emblemáticos ejemplos.

VI. DOMINACIÓN / EXPLOTACIÓN, COLONIALIDAD Y CORPOREIDAD

Hay una relación clara entre la explotación y la dominación: No toda dominación implica explotación. Pero ésta no es posible sin aquella. La dominación es, por lo tanto, sine qua non del poder, de todo poder. Esta es una vieja constante histórica. La producción de un imaginario mitológico es uno de sus más característicos mecanismos. La “naturalización” de las instituciones y categorías que ordenan las relaciones de poder que han sido impuestas por los vencedores/ dominadores, ha sido hasta ahora su procedimiento específi co.
En el capitalismo eurocentrado, es sobre la base de la “naturalización” de la colonialidad de poder que la cultura universal fue impregnada de mitología y de mistifi cación en la elaboración de fenómenos de la realidad. La lealtad “racial” de los “blancos” frente a las otras “razas,” ha servido como la piedra angular de la lealtad, incluso “nacional,” de los explotados y dominados “blancos” respecto de sus explotadores en todo el mundo y en primer término en el “eurocentro.”36

La “naturalización”mitológica de las categorías básicas de la explotación/dominaciòn es un instrumento de poder excepcionalmente poderoso. El ejemplo más conocido es la producción del “género” como si fuera idéntico a sexo. Muchas gentes piensan que ocurre lo mismo con “raza” respecto, sobre todo, de “color.” Pero esta es una radical confusión. Después de todo, el sexo es realmente un atributo biológico (implica procesos biológicos) y algo tiene que ver con “genero.” Pero “color” es, literalmente, un invento eurocéntrico en tanto que referencia “natural” o biológica de “raza,” ya que nada tiene que hacer con la biología. Y, encima, el “color” en la sociedad colonial/moderna no siempre ha sido el más importante de los elementos de racialización efectiva o de los proyectos de racialización, como en el caso de los “arios” respecto de los demás “blancos,” incluídos los “blancos” “judíos,” y más recientemente, en los procesos de “racialización” de las relaciones israelo-árabes. Estas son, si falta hiciera, efi cientes demostraciones históricas del carácter estrictamente mítico-social de la relación entre “color”y “raza.”37

“Raza”es una categoría cuyo origen intersubjetivo es, en ese sentido, demostrable.38 ¿ Porqué entonces ha llegado a ser tan presente en la sociedad “moderna,” tan profundamente introyectado en el imaginario mundial como si fuera realmente “natural” y material?.

Sugiero un camino de indagación: porque implica algo muy material, el “cuerpo” humano. La “corporalidad” es el nivel decisivo de las relaciones de poder. Porque el “cuerpo” mienta la “persona,” si se libera el concepto de “cuerpo” de las implicaciones mistifi catorias del antiguo “dualismo” eurocéntrico, en especial judeo-cristiano (alma-cuerpo, psiquis-cuerpo, etc.). Y eso es lo que hace posible la “naturalización” de tales relaciones sociales. En la explotación, es el “cuerpo” el que es usado y consumido en el trabajo y, en la mayor parte del mundo, en la pobreza, en el hambre, en la malnutrición, en la enfermedad. Es el “cuerpo” el implicado en el castigo, en la represión, en las torturas y en las masacres durante las luchas contra los explotadores. Pinochet es un nombre de lo que le ocurre a los explotados en su “cuerpo” cuando son derrotados en esas luchas. En las relaciones de género, se trata del “cuerpo.” En la “raza,” la referencia es al “cuerpo,” el “color” presume el “cuerpo.”

Hoy, la lucha contra la explotación/dominación implica sin duda, en primer término, la lucha por la destrucción de la colonialidad del poder, no sólo para terminar con el racismo, sino por su condición de eje articulador del patrón universal del capitalismo eurocentrado. Esa lucha es parte de la destrucción del poder capitalista, por ser hoy la trama viva de todas las formas históricas de explotación, dominación, discriminación, materiales e intersubjetivas. El lugar central de la “corporeidad” en este plano, lleva a la necesidad de pensar, de repensar, vías específi cas para su liberación, esto es, para la liberación de las gentes, individualmente y en sociedad, del poder, de todo poder. Y la experiencia histórica hasta aquí apunta a que no hay camino distinto que la socialización radical del poder para llegar a ese resultado. Eso signifi ca la devolución a las gentes mismas, de modo directo e inmediato, el control de las instancias básicas de su existencia social: trabajo, sexo, subjetividad, autoridad.
Lima, enero de 1999.

NOTAS

1. Colonialidad es un concepto diferente de, aunque vinculado a, Colonialismo. Este último se refi ere estrictamente a una estructura de dominación/explotación donde el control de la autoridad política, de los recursos de producción y del trabajo de una población determinada lo detenta otra de diferente identidad y cuyas sedes centrales están además en otra jurisdicción terriorial. Pero no siempre, ni necesariamente, implica relaciones racistas de poder. El Colonialismo es obviamente más antiguo, en tanto que la Colonialidad ha probado ser, en los últimos 500 años, más profunda y duradera que el Colonialismo. Pero sin duda fue engendrada dentro de éste y, más aún, sin él no habría podido ser impuesta en la intersubjetividad del mundo de modo tan enraizado y prolongado. Pablo Gonzáles Casanova y Rodolfo Stavenhagen (respectivamente, Internal Colonialism and National Development, en Studies in Comparative International Development, Nos. 1-4, 1965 y Clases, Colonialism and Acculturation, en Studies in Comparative International Development, No. 4-7, 1965) propusieron llamar Colonialismo Interno al poder racista/etnicista que opera dentro de un Estado-Nación. Pero eso tendría sentido sólo desde una pespectiva eurocéntrica sobre el Estado-Nación. Sobre mis propuestas acerca del concepto de colonialidad del poder remito, sobre todo, a mis textos Colonialidad y Modernidad/Racionalidad, en PERU INDIGENA, vol.13, No.29, 1991, pp.11-29. Lima, Perú; Colonialité du Pouvoir et Democratie en Amerique Latine. FUTURE ANTERIEUR: AMERIQUE LATINE, DEMOCRATIE ET EXCLUSION. L´ Harmattan, 1994, Paris, France. América Latina en la Economía Mundial. En PROBLEMAS DEL DESARROLLO, VOL. XXIV, No. 95, 1993. Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM, México. Y con Immanuel Wallerstein: Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World System, en International Journal of Social Sciences, No. 134, Nov. 1992, UNESCO-ERES, Paris, France.
2. La apropiación del nombre América por Estados Unidos de Norteamérica ha originado una extendida confusión que aquí obliga a recordar que originalmente el nombre correspondía exclusivamente a los dominios ibéricos en este continente, que abarcaban desde Tierra del Fuego hasta más o menos la mitad suroeste del actual territorio de los Estados Unidos.
3. Ver La Modernidad, el Capitalismo y América Latina nacen el mismo día. Entrevista al autor en ILLA, No.10, enero 1991. Lima, Perú.
4. He discutido antes esas cuestiones en Modernidad, Identidad y Utopía en América Latina, Ediciones Sociedad y Política 1988.Lima, Perú (tr. Al Inglés como “The Paradoxes of Modernity,” International Journal of Culture, Politics and Society, Vol. 3 ,No.2, 1989). Y Colonialidad y Modernidad/Racionalidad, en PERU INDIGENA, vol. 13, No. 29, 1991. Lima, Perú.
5. Europa es aquí el nombre de una metáfora, no de una zona geográfi ca y de su población. Se refi ere a todo lo que se estableció como una expresión racial/étnica/cultural de Europa, como una prolongación de ella, es decir como un carácter distintivo de la identidad no sometida a la colonialidad del poder.
6. Una crítica explícita al evolucionismo unilineal y unidireccional del eurocentrismo está ya presente, por ejemplo, en El Antimperialismo y el APRA ( escrita según su autor en 1924 aunque su primera edición es de Ercilla 1932, Santiago, Chile) de V.R. Haya de la Torre. Y la percepción de las relaciones económicas de poder en el Perú, implicada en el primero de los Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (Lima 1928) de José Carlos Mariátegui, puede ser considerada como el embrión del concepto de heterogeneidad histórico-estructural elaborado a mediados de los años 60 (Aníbal Quijano: Notas sobre el concepto de Marginalidad Social. CEPAL 1966, Santiago, Chile).
7. De Raúl Prebisch Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano, México, FCE, 1963; Crítica al capitalismo periférico, en Revista de la CEPAL, 1er. Semestre, 1976; Capitalismo Periférico, crisis y transformación. México, FCE 1981. Y de Immanuel Walllerstein, The Modern World System. 3 vols, New York: Academic Press 1974-1989.
8. No entraré esta vez en la discusión de los orígenes y fuentes de ese tipo de relaciones sociales.
9. El término filosófico-social cumple aquí la función de hacer notar que el intenso proceso de renovación del debate fi losófi co tiene un sello peculiar: no se trata sólo de una prolongación del viejo debate sobre las viejas cuestiones de la metafísica eurocéntrica, sino mucho más de las cuestiones levantadas en el debate histórico-social de los últimos 200 años y en particular en la segunda mitad del siglo XX. El reconocimiento de este rasgo es importante para nosotros, no sólo y no tanto porque indica la infl uencia de las ciencias sociales sobre la fi losofía, sino ante todo porque este debate es vital para la elaboración de una racionalidad alternativa a la eurocéntrica y para la renovación de los fundamentos del conocimiento histórico-social.
10. En Roland Anrup: Totalidad Social: ¿Unidad conceptual o unicidad real ? LA REVISTA DE EXTENSION CULTURAL, No. 20, 1985, pp-5-23, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia, una buena revisión de las posiciones en debate y un bien armado ataque contra el concepto de totalidad.
11. El debate sobre el problema de las clases sociales está ya muy cargado de años, aunque se hizo más intenso después de la Segunda Guerra Mundial. Una incisiva revisión es la de Dale Tomich: World of Capital/Worlds of Labor: A Global Perspective, en Reworking Class, John Hall ed., Cornell University Press, 1997. Ithaca and London. Sin embargo, probablemente fue la conocida polémica de Ellen Meiskins Wood (A Retreat from Class: A New “True” Socialism, Verso 1986, Londres) frente a Ernesto Laclau-Chantal Mouffe (Hegemony and Socialist Strategy, Verso 1985, Londres) lo que dió cuenta del momento de fl exión climática mayor de la atmósfera intelectual del llamado “marxismo occidental” respecto de la cuestión de las clases sociales. Desde entonces, se extendió rápidamente el desuso del concepto, como ha ocurrido con casi todos los problemas teóricos centrales del debate precedente. Fueron simplemente sacados del debate y las ideas y conceptos en juego entraron en desuso. Su regreso comienza, más bien rápidamente, con la crisis de hegemonía global, arrastrada por los apetitos predatorios del capital fi nanciero y el desprestigio mundial del neoliberalismo.
12. Pensamiento Unico es el nombre acuñado y reiteradamente usado por Ignacio Ramonet en las páginas de Le Monde Diplomatique, que él dirige.
13. Frank Parkin, Marxism and Class Theory. A bourgeois critique. Columbia University Press, 1979. New York, USA.
14. De Nicos Poulantzas, en especial, Pouvoir et Classes Sociales. París, 1968. De Erik Olin Wright, Class, Crisis and the State, NLB 1978 y Classes, Verso 1985. De E.P. Thompson The Making of the English Working Class, Pantheon Books, 1964, Poverty and Theory, Londres 1978. En Castellano, los ensayos reunidos bajo el título de Tradición, Revuelta y Conciencia de Clase, Ed. Crítica 1984, Barcelona.
15. Acerca del marxopositivismo ver Theodor Shanin: The Late Marx: The Russian Road. MRPress, 1984. New York. De la avasalladora infl uencia del estructuralismo francés en el materialismo histórico después de la Segunda Guerra Mundial, la obra de Althusser y de los althusserianos es una convincente y conocida demostración. Y de lo devastadora que llegó a ser entre algunos de ellos, seguramente un notorio ejemplo es la obra de Hindess, B.and Hirst, P.Q. : Pre-Capitalist Modes of Production. Routledge 1975, London.
16. Carta a Weydemeyer (Londres 5 de marzo de 1852). En Marx-Engels: Correspondencia, pp. 71-74. Editorial Problemas, 1947. Buenos Aires, Argentina.
17. No se puede pasar por alto la intrigante ausencia en Marx de casi toda mención del pensamiento saintsimoniano, en especial de la Exposition de la Doctrine, tanto mayor por el hecho de que usó todos los conceptos básicos y la terminología de esas obras: la lista de clases sociales antagónicas que encabeza el Cap. I del Manifi esto, ya está íntegra en la Exposition (amos y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos), así como clase obrera, trabajadores asalariados, proletarios. Además, no tiene que forzarse nada la Exposition para encontrar que la perspectiva entera de la relación entre clases sociales e historia y entre la explotación de la clase obrera o proletariado y la revolución para poner punto fi nal a todas las formas de explotación, están ya formuladas allí antes de reaparecer para la posteridad como las claves de la teoría revolucionaria del materialismo histórico. En ese sentido el reconocimiento por Engels ( Del Socialismo Utópico al Socialismo Científi co)de la “genial perspicacia” de Saint-Simon mientras lo ubica entre los “socialistas utópicos,”es tardío e interesado.
18. Doctrine de Saint-Simon. Exposition, Premiere Anée, 1829- Nouvelle édition publiée avec Introduction et Notes para C. Bouglé et Elie Halevy. Paris 1924, pp. 235 ss. (Conocida como la Exposition de la Doctrine, fue publicada por Bazard y Enfantin (el llamado Papa Saintsimoniano) antes de que sus frustraciones con la Iglesia Saintsimoniana los llevaran a dedicarse a las grandes construcciones y a Enfantin a montar las bases del sistema bancario francés. Acerca del pensamiento de Saint-Simon y los saintsimonianos, de Aníbal Quijano La Imagen Saintsimoniana de la Sociedad Industrial, en REVISTA DE SOCIOLOGIA, No. 1, Departamento de Sociología, Universidad de San Marcos, 1964. Lima, Perú, de donde se toma la cita. Otro texto de esa misma época en el cual ya está formulada la idea de clases sociales es L´Union Ouvrière, de Flora Tristan, la francoperuana que, después de su frustrante estadía en el Perú de comienzos del siglo XIX, se convirtió en agitadora y organizadora de los trabajadores franceses.
19. Shanin, op. cit.
20. Citado en Martin Nicolaus: Proletariat and Middle Class in Marx. En Studies on the Left, No. 7, 1967.
21. No es otro, obviamente, el sentido de la polémica obra de Lenin contra los “populistas” rusos: El desarrollo del Capitalismo en Rusia. Pero también el de algunos sociólogos de la “sociedad industrial,” en particular Ralf Dahrendorf: Class and Class Confl ict in Industrial Society, Stanford University Press, 1959.
22. La que fue durante más de medio siglo considerada como la más autoritativa de tales propuestas es la Lenin, en la conocida Una gran iniciativa, en Marx, Engels, Marxismo, p.479. Editorial Progreso, Moscu.
23. Marx, El Capital, vol. III, pg. 817. Fondo de Cultura Económica, 1966. México.
24. El Capital, vol. I, Cap. XXIV, pp. 607 ss. Fondo de Cultura Económica, 1966. México
25. Esa línea caracterizó las investigaciones y los debates científi co-sociales entre los marxistas estructuralistas franceses durante los años 70 sobre todo (entre otros, Pierre Philippe Rey, Claude Meillassoux). En Inglés, la compilación de Harold Wolpe: The Articulation of Modes of Production. Routledge and Kegan Paul, 1973, London. En América Latina, una parte de los investigadores optó por una perspectiva diferente, según la cual el capitalismo es una estructura de explotación/dominación donde se articulan todas las formas históricamente conocidas de explotación del trabajo, en torno de un eje común: las relaciones capital-salario. Es la línea seguida en mis propios trabajos, por ejemplo, desde Lo Cholo en el Confl icto Cultural Peruano, Lima 1964, en Imperialismo, Clases Sociales y Estado en el Perú, de 1973, integrado en el volumen del mismo título. Mosca Azul 1978, Lima, Perú, Naturaleza, Situación y Tendencias de la Sociedad Peruana, publicada originalmente por el Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO), de la Universidad de Chile en 1969. Santiago, Chile. Esa es la perspectiva denominada histórico-estructural, desde mis Notas sobre el concepto de Marginalidad Social, originalmente publicadas en CEPAL, 1966, Santiago, Chile.
26. Carlos de Linneo (Carolus Linnaeus en Latín y en sueco Carl Von Linné (1707-1778), el primero en elaborar un sistema de clasificación de los organismos, botánicos en primer término, desde 1730. Ver de James L.Larson: Reason and Experience: The Representation of Natural Order in the Work of Carl Von Linné. N.Y 1971.
27. Sobre esta distinción, mi texto Lo Público y lo Privado: un Enfoque Latinoamericano. En Modernidad, Identidad Y Utopia en America Latina. Lima, 1988.
28. Esta idea tiene un curioso paralelo con la propuesta scheleriana de una relación entre la conducta individual y un reino de “valores,” de carácter ahistórico, pero “material,” es decir, “real.” En Lukacs, la “conciencia posible” tiene para la “clase” una función referencial de horizonte de orientación y de ejemplaridad, nunca plenamente logrado en la historia concreta, como en Scheler la tiene el “valor” respecto de la conducta individual. La “concienca posible” lukacsiana habita, pues, un reino tan ahistórico como los “valores” schelerianos. No por coincidencia accidental, quizás, pues Max Scheler, no obstante su fi liación fenomenológica mientras estaba afanado en esa especulación, apela también a Hegel y a Marx como referencias fundamentales en El Formalismo en la Etica y la Etica Material de los Valores (Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik, Berlin,1916). De Georgy Lukacs, Historia y Conciencia de Clase (Geschichte und Klassenwebustsein, se publicó originalmente en Berlin 1923).
29. Hay una cuestión mayor por indagar sistemáticamente en esa experiencia histórica: que los ejes de articulación que llevan a poblaciones heterogéneas y discontinuas a identifi carse diferencialmente de otras de modo muy intenso y muy prolongado, tienen carácter mítico-social: religioso, nacional, étnico, racial.
30. No es ocioso mencionar aquí que ya en el Manifi esto Comunista está explícitamente establecido que el “fantasma del comunismo” recorre Europa, no el resto del mundo y que la liberación del proletariado depende de la acción unida de “por lo menos los paìses más civilizados.” En otros términos, entonces europeos “occidentales” y “blancos.” Ver mi nota Un Fantasma recorre el Mundo, en HUESO HUMERO, No. 34 (en prensa), 1999, Lima, Perú.
31. Llevaría a otra parte discutir aquí extensa y específi camente la cuestión racial. Remito a mi estudio “Raza, Etnia, Nación: Cuestiones Abiertas,” En José Carlos Mariátegui y Europa. Amauta 1992, Lima, Perú. Y la literatura de este debate no cesa de crecer. Quizás la más útil entre las publicaciones recientes es la de Jonathan Marks, Human Biodiversity. Genes, Race and History. Aldine de Gruyter, 1995, NY, USA. Entre los menos recientes, la compilación de Raymond Mack: Race, Class, and Power, American Book Co., 1963. Ciertas almas piadosas quisieran la igualdad entre las “razas,” pero juran que éstas son realmente existentes. Así, en virtualmente todas las universidades de Estados Unidos hay cátedras sobre “Race and Ethnicity” y el servicio de Migraciones tiene una prolija clasificación “racista/ etnicista,” basada en los rasgos fenotípicos, color sobre todo, aunque el gobierno federal haya sido obligado a admitir la igualdad “racial.” Y casi todos los indígenas de otros países que estudiaron en esas universidades y pasaron por ese servicio de migraciones, regresan a sus países convertidos a la religión del “color consciousness” y proclaman la realidad de la “raza.”
32. El proceso de producción social del “color” como el signo principal de una clasificación social universal del mundo colonial/moderno y eurocentrado del capitalismo, es todavía una cuestión cuya investigaciòn histórica sistemática está por hacerse. Aquí es indispensable señalar que antes de América el “color” no se registra como clasifi cador de las gentes en las relaciones de poder. El eurocentramiento del nuevo patrón de poder no fue, sin duda, inevitable. Pero fue su establecimiento lo que dió origen, explicaciòn y sentido a la imposición de la categoría “raza”y del “color”como su marca externa, desde el siglo XVI hasta hoy.
33. Ver sobre la relación entre colonialidad y “desarrollo,” mi texto América Latina en la Economía Mundial, en PROBLEMAS DEL DESAROLLO, revista del Instituto de Investigaciones Económcias de la UNAM, Vol. XXIV, No. 95, oct-dic. 1993. México.
34. No entraré aquí en el debate, necesitado con urgencia de ser renovado, sobre las relaciones entre capital, salario y no-salario en la historia del capitalismo colonial/moderno.
35. Un debate más detenido en mi trabajo sobre Eurocentrismo y Colonialidad del Poder, de próxima publicación. Véase también mi Colonialidad y Modernidad/Racionalidad, op. cit.
36. Se trata de un fenómeno muy conocido, como lo testimonia la continuada segregación de los “negros” en las centrales sindicales dirigidas por “blancos” en EEUU. Pero no afecta sólo a los trabajadores mismos, sino, peor, a sus ideólogos y líderes políticos que se reclaman socialistas. Los más ilustrativos ejemplos son la división entre todos los “socialistas,” primero, y de los “marxistas”después, frente al “racismo” y al colonialismo en Africa y en Asia , en los siglos XIX y XX. Ver el documentado estudio de Horace Davis: Nationalism and Socialism. Monthly Review Press, 1967, NY,USA.
37. Debo a Immanuel Wallerstein el habernos recordado a propósito de la colonialidad del poder, en un reciente simposio en Binghamton University (diciembre de 1998), una frase de Jean Genet en su conocida pieza teatral Le Négre (Gallimard, 1977, Paris, Francia).
38. Entre otros Louis Dumont : Homo Hierarchicus, Gallimard 1986, Paris. Mark, Jonathan, Human Biodiversity, op. cit. Quijano, A. Raza, Etnia, Nación: Cuestiones Abiertas, citado.