viernes, setiembre 05, 2008
Te imagino Manuela.
Imagino un cántaro,
no de arcilla sino de transparencias,
construida con hiel
y una fábula de cristal.
Una artesana celeste, una música triste
y unas manos solemnes
atadas al barro del frío,
encadenadas en su aliento,
vigiladas en su vértigo.
Imagino una comisura,
envuelta en sus hileras,
sublimemente atadas a las esquinas
de tu mirada, esa que prefiere esconderse,
en una sombra que florece
esa que crece como tu presencia
que te trae de mi azuzada memoria infrecuente.
Imagino tu sonrisa que se agita,
en las apariencias del sueño
en la dibujada vasija de mis devaneos,
en la piel apenas amanecida
en sus cansadas tardes, en sus aquietados caprichos,
tercamente liberadas de esas prisiones dehesas
de los días sin los trazos del albur inexorable.
Imagino un rostro que se desvanece entre la grieta,
desfallece en el horizonte, en mi mirada que te recrea,
te busca y no te encuentra,
sólo unos rizos tristemente rozados por el viento,
cual estampas de un tiempo soportado
hilvanan unos caminos recorridos
por unos pasos deshechos,
otras miradas
ausentes
dadivosamente hurgadas por las premoniciones.
Te imagino, andando por ese viejo camino
de callo, ese mismo camino que ahora tus ojos
no pueden reconocer ni tus pies volver a dejar sus huellas.
Te imagino Manuela con la urgencia del tiempo,
Pero tú ya no me imaginas.
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