domingo, noviembre 21, 2010

Víctor Humareda y el color de sus recuerdos




Walter Paz Quispe Santos

Un 21 de noviembre de 1986, dejó de existir uno de los pintores expresionistas más lucidos e representativos de la plástica peruana y puneña. Es que Víctor Humareda no sólo retrató a su Puno querido, sino también la Lima desigual y cambiante del siglo XX. Y se ganó un lugar en la pintura golpe de codazos, abriéndose campo y colocándose como uno de los mejores íconos cuya imagen y expresiones pictóricas son admiradas por propios y extraños.

Nacido en Lampa en 1920, con un gran talento en 1939 viaja a Lima y conoce a José Sabogal y sigue algunos cursos en la Escuela de Bellas Artes (ENBA). Se retira por falta de recursos y se gana la vida trabajando en un taller fotográfico y pinta retratos al carboncillo en bares y cafés. Pero ingresa oficialmente a la ENBA, estudia en los talleres de Julia Codesido, José Sabogal, José Gutiérrez Infantas, Ricardo Grau y Juan Manuel Ugarte Eléspuru. Luego egresa de la ENBA con el segundo lugar de su promoción para posteriormente dejarnos un ejemplo de vida signado por la necesidad, la soledad, y la incomprensión; pero que su tenaz persistencia y su gran capacidad hacen que sea uno de los puneños ilustres cuyo recuerdo e imagen ha traspasado los confines del tiempo y sigue brillando con sus colores e ilusiones en la plástica contemporánea actual.

Su vida solitaria hizo que creara su propia compañía excepcional con Marilyn Monroe “Estoy casado con Marilyn Monroe. No tenemos hijos. Vivo solo con ella en mi hotel. Nunca me habla ni la toco. Sólo la contemplo, además es de papel” a esa soledad llenada con la imagen de la estrella del Hollywod se puede agregar la tragedia y el dolor humano al encontrarse desamparado e incomprendido como se desprende de la siguiente correspondencia a su madre el año 1966: “Mi situación en París se está tornando angustiosa al extremo. La plata se está acabando. Ninguna persona compra aquí cuadros. He hecho un Quijote que nadie lo quiere. No sé francés. Los amigos peruanos solo invitan un té. Envíeme el pasaje de retorno a Lima. El dueño del hotel no tendría ningún miramiento en echarme a la calle. Además, el invierno comienza y mi salud es delicada. Aquí nadie me conoce. (1 de noviembre) En el momento en que le escribo está nevando. Quedarme aquí significaría la muerte. Se terminan los francos. Me quedan 60. Dentro de dos o tres días no tendré nada. Lloro todos los días. En qué hora hice este viaje fatal para mí. Usted no sabe cuánto me pesa haber hecho el viaje. Rembrandt, Goya, Velázquez, Gauguin, Tolouse Lautrec, El Greco, son los culpables por mirarlos auténticamente. Me vienen una pena y una nostalgia indescriptibles. Sólo pienso en Lima. ¡Gente extraña hablando francés a todas horas!. (3 de noviembre)

Ya se terminó el dinero. Iré a dormir no sé dónde. De esta situación yo solo soy el culpable. Mándeme el pasaje a la Embajada del Perú (…) Voy a ver si Rodríguez Larraín o Piqueras me dan hospedaje. Estoy comiendo en la casa de Gerardo Chávez. Hoy salgo de la 16, Rue Nancy. Nadie quiere mi pintura. (Días después) PD. Tacora es mejor que París (Humareda, al desembarcar en el Callao, de vuelta de Europa en el vapor Verdi).

Una revista capitalina al conocer su desgarradora muerte después de ser enterrado el 22 de noviembre en el cementerio Presbítero Maestro hizo la memorable expresión: “hace 20 años el maestro del expresionismo dejó el pincel, enrolló el yute en uno de sus bolsillos y partió no se sabe si al cielo o al infierno, pero sí a un lugar de muchos colores. Humareda conocía la gloria de ser uno de los cinco grandes de la pintura peruana, pero vivía desplazado en la vida. Entonces la verdad y la ficción se tejieron a su alrededor”

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