viernes, mayo 04, 2012

LOS DEMONIOS DE RUDY FRISANCHO




Walter Paz Quispe Santos
Pocas veces he tenido la suerte de leer un libro confesional cuyo hálito emocional nos impele. Pocos poetas han conseguido una profundidad y plenitud en su poesía. Esa intensidad sentida en los caminos del infierno helado que nos presenta Rudy Frisancho, no hace, sino mostrarnos las gradaciones de un espectro humano, por eso no necesita de premios porque su designo es crecer por una vía desconocida. Esa que eligen pocos poetas y porque saben que hay que ser incendiarios en la metáfora, parricidas generacionales, poesía que quiere ponerle una bomba al mundo. A veces me doy a pensar si el impulso de escribir no nació del deseo de pagar una deuda y de rememorar capítulos de nuestra propia vida. Poemas recalentados en el horno de la evocación. Ese millón de recuerdos asesinados en el matadero de la memoria inmediata, el crematorio donde se salvan. Todo hacinado en una bodega fabricada por el tiempo. Pasados imperfectos, donde se respira un aire de encierro, pero también algo de fragancia tenue de los sentimientos desvanecidos. También esa alegría personal en esa actitud reminiscente. Unos cuantos dioses. Muchos amores. Ebriedad consuetudinaria. Se trata de las potencialidades desbocadas de la vida del individuo en el mundo que de pronto habla con la voz de los subterráneos. Rudy Frisancho no busca el veraneo del alma tranquila, sino la expresión total del hombre. No está en la línea de los modelos puros y perfectos (en la que se obnubila alguna crítica) sino justamente en el “pathos” de todas las pasiones. Rudy Frisancho ha creado su propio campo de batalla en su misma persona y en este tiempo. Ahora su voz truena como los poetas malditos para desesperación de esta bárbara civilización. “Demonio aborigen” es el subrayado enérgico de la literatura que funda su propio nodo contra los tonos solemnes que enrarecen las letras como si escribir fuera un campeonato gris en lontananza.

Rudy Frisancho, compañero de generación, traza en su biografía como el hijo del último eclipse anular del sol. Sin duda se trata de un hijo del fuego creador de la palabra, hijo de las tormentas emocionales que los girasoles nos deparan a la vida, es un despiadado roedor de sí mismo. Es decir, nos hace pensar que ninguna obra de arte conseguirá conmover a los seres humanos si no se confunde con ese pequeño músculo en el pecho por donde circula toda la sangre mientras el individuo existe.




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