lunes, enero 23, 2012

Cómo se forma la “opinión pública”


¿Cuál es el proceso por el cual la opinión de una minoría se transforma en la opinión pública? Eso es lo que explica el sociólogo Pierre Bourdieu en este curso sobre el Estado dictado en 1990 en el Collège de France.



Pierre Bordieu

Un hombre oficial es un ventrílocuo que habla en nombre del Estado: toma una postura oficial –habría que describir la puesta en escena de lo oficial–, habla a favor y en nombre del grupo al que se dirige, habla por y en nombre de todos, habla en tanto representante de lo universal.

Aquí llegamos a la noción moderna de opinión pública. ¿Qué es esta opinión pública que invocan los creadores de derecho de las sociedades modernas, sociedades en las cuales el Derecho existe? Tácitamente, es la opinión de todos, de la mayoría o de aquellos que cuentan, de aquellos que son dignos de tener una opinión. Pienso que la definición patente en una sociedad que se dice democrática, es decir donde la opinión oficial es la opinión de todos, oculta una definición latente, a saber, que la opinión pública es la opinión de los que son dignos de tener una opinión. Hay una especie de definición censitaria de la opinión pública como opinión ilustrada, como opinión digna de ese nombre.

La lógica de las comisiones oficiales es crear un grupo así constituido que exhiba todos los signos exteriores, socialmente reconocidos y reconocibles, de la capacidad de expresar la opinión digna de ser expresada, y en las formas establecidas. Uno de los criterios tácitos más importantes para seleccionar a los miembros de la comisión, en especial a su presidente, es la intuición que tiene la gente encargada de componer la comisión de que la persona considerada conoce las reglas tácitas del universo burocrático y las reconoce: en otras palabras, alguien que sabe jugar el juego de la comisión de manera legítima, que va más allá de las reglas del juego, que legitima el juego; nunca se está más en el juego que cuando se va más allá del juego. En todo juego existen las reglas y el fair-play. A propósito del hombre kabil (1), o del mundo intelectual, yo había empleado la fórmula: la excelencia, en la mayoría de las sociedades, es el arte de jugar con la regla del juego, haciendo de ese juego con la regla del juego un supremo homenaje al juego. El transgresor controlado se opone completamente al herético.

El grupo dominante coopta miembros a partir de índices mínimos de comportamiento, que son el arte de respetar la regla del juego hasta en las transgresiones reguladas de la regla del juego: el decoro, la compostura. Es la célebre frase de Chamfort: “El Gran Vicario puede sonreír sobre un tema contra la Religión, el Obispo reír con ganas, el Cardenal agregar lo que tenga que decir” (2). Cuanto más se asciende en la jerarquía de las excelencias, más se puede jugar con la regla del juego, pero ex officio, a partir de una posición que no admita ninguna duda. El humor anticlerical del cardenal es supremamente clerical.

La verdad de todos

La opinión pública siempre es una especie de doble realidad. Es lo que no puede dejarse de invocar cuando se quiere legislar sobre terrenos no constituidos. Cuando se dice “Hay un vacío jurídico” (expresión extraordinaria) a propósito de la eutanasia o de los bebés de probeta, se convoca a gente que trabajará aplicando toda su autoridad. Dominique Memmi (3) describe un comité de ética [sobre la procreación artificial], compuesto por personas disímiles –psicólogos, sociólogos, mujeres, feministas, arzobispos, rabinos, eruditos, etc.– cuyo objetivo es transformar una suma de idiolectos (4) éticos en un discurso universal que llene un vacío jurídico, es decir que aporte una solución oficial a un problema difícil que trastorna a la sociedad –legalizar el alquiler de vientres, por ejemplo–. Si se trabaja en ese tipo de situación, debe invocarse una opinión pública. En ese contexto, resulta muy clara la función impartida a las encuestas. Decir “las encuestas están de nuestra parte”, equivale a decir “Dios está de nuestra parte”, en otro contexto.

Pero el tema de las encuestas es engorroso, porque a veces la opinión ilustrada está contra la pena de muerte, mientras que los sondeos están más bien a favor. ¿Qué hacer? Se forma una comisión. La comisión constituye una opinión pública esclarecida que instituirá la opinión ilustrada como opinión legítima en nombre de la opinión pública –que, por otra parte, dice lo contrario o no piensa nada (lo que suele ocurrir a propósito de muchos temas)–. Una de las propiedades de las encuestas consiste en plantearle a la gente problemas que ella no se plantea, en sugerir respuestas a problemas que ella no se ha planteado; por lo tanto, a imponer respuestas. No es cuestión de sesgos en la construcción de las muestras, es el hecho de imponer a todo el mundo preguntas que se le formulan a la opinión ilustrada y, por este hecho, producir respuestas de todos sobre problemas que se plantean sólo algunos; por lo tanto dar respuestas ilustradas, puesto que han sido producidas por la pregunta: se han creado para la gente preguntas que no existían para ella, cuando lo que realmente le importaba, era la cuestión en sí.

Voy a traducirles sobre la marcha un texto de Alexander Mackinnon de 1828 extraído de un libro de Peel sobre Herbert Spencer (5). Mackinnon define la opinión pública; da la definición que sería oficial si no fuera inconfesable en una sociedad democrática. Cuando se habla de opinión pública, siempre se juega un doble juego entre la definición confesable (la opinión de todos) y la opinión autorizada y eficiente que se obtiene como subconjunto restringido de la opinión pública democráticamente definida:

“Es ese sentimiento sobre cualquier tema que es cultivado, producido por las personas más informadas, más inteligentes y más morales de la comunidad. Esta opinión se extiende gradualmente y es adoptada por todas las personas con alguna educación y sentimiento que conviene a un Estado civilizado”. La verdad de los dominantes deviene la de todos.


Cómo legitimar un discurso

En los años 1880, en la Asamblea Nacional se decía abiertamente lo que la sociología tuvo que redescubrir, es decir, que el sistema escolar debía eliminar a los niños de las clases más desfavorecidas. Al principio se planteaba la cuestión, pero luego fue totalmente reprimida ya que, sin que se lo pidiera, el sistema escolar se puso a hacer lo que se esperaba de él. Entonces, no hubo necesidad de hablar sobre el tema. El interés del retorno sobre la génesis es muy importante, porque en los comienzos hay debates donde se dicen con todas las letras cosas que, después, aparecen como provocadoras revelaciones de los sociólogos.

El reproductor de lo oficial sabe producir –en el sentido etimológico del término: producere significa “hacer avanzar”–, teatralizándolo, algo que no existe (en el sentido de lo sensible, visible), y en nombre de lo cual habla. Debe producir eso en nombre de lo que tiene el derecho de producir. No puede no teatralizar, ni dar forma, ni hacer milagros. Para un creador verbal, el milagro más común es el milagro verbal, el éxito retórico; debe producir la puesta en escena de lo que autoriza su decir, dicho de otra manera, de la autoridad en nombre de la cual está autorizado a hablar.

Encuentro la definición de la prosopopeya que estaba buscando: “Figura retórica por la cual se hace hablar y actuar a una persona que es evocada, a un ausente, a un muerto, un animal, una cosa personificada”. Y en el diccionario, que siempre es un formidable instrumento, se encuentra esta frase de Baudelaire hablando de la poesía: “Manejar sabiamente una lengua es practicar una especie de hechicería evocatoria”. Los letrados, los que manipulan una lengua erudita –como los juristas y los poetas–, tienen que poner en escena el referente imaginario en nombre del cual hablan y que ellos producen hablando en las formas; tienen que hacer existir eso que expresan y aquello en nombre de lo cual se expresan. Deben simultáneamente producir un discurso y producir la creencia en la universalidad de su discurso mediante la producción sensible (en el sentido de evocar los espíritus, los fantasmas –el Estado es un fantasma…–) de esa cosa que garantizará lo que ellos hacen: “la nación”, “los trabajadores”, “el pueblo”, “el secreto de Estado”, “la seguridad nacional”, “la demanda social”, etc.

Percy Schramm mostró cómo las ceremonias de coronación eran la transferencia, en el orden político, de ceremonias religiosas (6). Si el ceremonial religioso puede transferirse tan fácilmente a las ceremonias políticas mediante la ceremonia de la coronación, es porque en ambos casos se trata de hacer creer que hay un fundamento del discurso que sólo aparece como auto-fundador, legítimo, universal porque hay teatralización –en el sentido de evocación mágica, de brujería– del grupo unido y que consiente el discurso que lo une. De allí el ceremonial jurídico. El historiador inglés E. P. Thompson insistió en el rol de la teatralización jurídica en el siglo XVIII inglés –las pelucas, etc.–, que no puede comprenderse en su totalidad si no se considera que no es un simple artefacto, en el sentido de Pascal, que vendría a agregarse: es constitutiva del acto jurídico (7). Impartir justicia en un traje convencional es arriesgado: se corre el riesgo de perder la pompa del discurso. Siempre se habla de reformar el lenguaje jurídico sin nunca hacerlo, porque es la última de las vestiduras: los reyes desnudos ya no son carismáticos.

Puro teatro

Una de las dimensiones más importantes de la teatralización es la teatralización del interés por el interés general; es la teatralización de la convicción del interés por lo universal, del desinterés del hombre político –teatralización de la creencia del sacerdote, de la convicción del hombre político, de su fe en lo que hace–. Si la teatralización de la convicción forma parte de las condiciones tácitas del ejercicio de la profesión del clérigo –si un profesor de filosofía tiene que aparentar creer en la filosofía–, es porque ello constituye el homenaje esencial del oficial-hombre a lo oficial; es lo que hay que agregarle a lo oficial para ser un oficial: hay que agregar el desinterés, la fe en lo oficial, para ser un verdadero oficial. El desinterés no es una virtud secundaria: es la virtud política de todos los mandatarios. Las locuras de los curas, los escándalos políticos, son el desmoronamiento de esta especie de creencia política en la cual todo el mundo actúa de mala fe, ya que la creencia es una suerte de mala fe colectiva, en el sentido sartreano: un juego en el cual todo el mundo se miente y miente a los otros sabiendo que se mienten. Esto es lo oficial…



1. Alusión a un estudio etnológico que Bourdieu realizó sobre los beréberes kabiles.

2. Nicolas de Chamfort, Maximes et pensées, París, 1795.

3. Dominique Memmi, “Savants et maîtres à penser. La fabrication d’une morale de la procréation artificielle”, Actes de la recherche en sciences sociales, Nº 76-77, 1989, p. 82-103.

4. Del griego idios, “particular”: discurso particular.

5. John David Yeadon Peel, Herbert Spencer. The Evolution of a Sociologist, Londres, Heinemann, 1971. William Alexander Mackinnon (1789-1870) tuvo una larga carrera como miembro del Parlamento británico.

6. Percy Ernst Schramm, Der König von Frankreich. Das Wesen der Monarchie von 9 zum 16. Jahrhundert. Ein Kapital aus Geschichter des abendlischen Staates (dos volúmenes), H. Böhlaus Nachf, Weimar, 1939.

7. Edward Palmer Thompson, “Patrician society, plebeian culture”, Journal of Social History, vol. 7, Nº 4, Berkeley, 1976, p. 382-405.



* Sociólogo (1930-2002). Este texto se extrajo de Sur l’Etat. Cours au collège de France 1989-1992, Raisons d’Agir – Le Seuil, París, que aparecerá el 5 de enero.


Las farsas de la historia del Perú


Hace poco en Chile, el gobierno de Sebastián Piñera quiso quitarle al régimen de Pinochet el bien ganado título de dictadura. Pero si revisamos los textos que leen nuestros escolares comprobaremos que aquí la mentira cunde, el encubrimiento campea y la distorsión histórica parece una norma.

Claudia  Blanco

Más que pintar un retrato del pasado, la Historia, así con mayúsculas, suele “contar el cuento”. Que la historia chilena oficial haya intentado llamar a una dictadura sanguinaria como la Pinochet simplemente “régimen militar” es el episodio más reciente pero no el único ni el último. Tapar las miserias propias es una tentación a la que no se han resistido ni los más poderos Estados ni los más pequeños países. El Perú no ha sido la excepción y los textos escolares son el fiel reflejo de una realidad contada a medias.

Ya desde la remota etapa de la emancipación, las versiones que incluyen los libros suelen omitir convenientemente las deshonras. La referencia a las intensas divisiones internas entre los nacionales que defendían la corona española es escueta e inexistente. Tal como expresa Basadre en sus textos, más que una guerra por la emancipación era vista como una guerra civil en la que uno podía tomar partido por cualquiera de los bandos. No queda claro en los textos escolares que no fue, entonces, el triunfo de la unión nacional lo que gestó la libertad. “Un tema profundamente incómodo es el hecho de que la independencia no fue hecha por peruanos. La historia oficial lo que ha tratado es de levantar a próceres y precursores que, por lo general, solo fueron conspiradores pero nunca llegaron a generar un movimiento libertario concreto. Hubo participación peruana apoyando a San Martín o Bolívar, pero siempre en posición subordinada”, dice el historiador Nelson Manrique. “Pocos quieren reconocer que la independencia fue, al final, una lucha fratricida”, dice Hernán Alvarado, educador y editor de Lima. Por incómodo y vergonzoso se silencia también que uno de los primeros presidentes del Perú, José de la Riva Agüero fuera descubierto por Bolívar haciendo negociaciones clandestinas con los realistas para una salida que incluyera un gobierno monárquico constitucional.

Este no sería el único episodio olvidado. En general, los textos optaron por quedarse con el lado menos oscuro de sus personajes. Como en el caso de Ramón Castilla, calificado en algunos textos escolares como un patriota con gran visión de futuro. Poco o nada se menciona sobre su pasado realista y su posterior conversión al ideario patriótico. Y de sus dos gobiernos se destacan las numerosas obras y la bonanza estatal a causa del auge del guano, pero poco se analiza la incontenible corrupción y los despilfarros que dejó el pago de la deuda interna. “Muchos papeles firmados para el pago a los que aportaron al proceso independentista se empezaron a fabricar. Si la deuda real era de 7 millones se pagó 24 millones”, dice Manrique.

Pero el capítulo que más se ha tratado de reescribir es el de la guerra con Chile. Aunque la cobardía y deserción del presidente Mariano Ignacio Prado es un hecho indiscutible, en los textos aún se usa el resumen encubridor o la tibieza para tratar un tema tan infeliz. “A finales de 1879, el presidente Prado salió del país con el fin de dirigir la compra de armamento en Europa. Esto fue considerado por Nicolás de Piérola como una traición. En esas circunstancias, este caudillo depuso al presidente La Puerta y decretó la dictadura”, dice escuetamente el texto escolar “Ciencias Sociales”, de Santillana, que usan los jóvenes de cuarto de secundaria de los colegios públicos. La historia real o la versión completa es que ese diciembre de 1879, Prado utilizó una resolución emitida por el Congreso para fines concretos y escapó a París como un felón que tenía estrechas relaciones con los chilenos y que su nombre aparece en los registros de pagos de una planilla de generales chilenos.

Sobre esta etapa de la historia se oculta la división interna que existía en el país. Así lo describe la historiadora Carmen Mc Evoy en una entrevista concedida en Chile a propósito de la presentación de su nuevo libro “Guerreros civilizadores”, que narra los años de conflicto desde la perspectiva chilena. “No cabe duda de que la guerra desnudó las profundas factura de la sociedad peruana a medio siglo de vida independiente. Como es obvio, el problema de construir una “peruanidad” cohesionada no ha sido sencillo posteriormente”, dice Mc Evoy en esa entrevista. La actuación de la clase alta peruana y, sobre todo, de la clase dirigente fue determinante en la derrota que marcaría al Perú para siempre. “En plena ocupación tenemos profunda divisiones y pugnas por el poder. Se sucedieron cuatro presidentes en menos de cuatro años. Es una de las razones que explican meridianamente la derrota”, dice Manrique.

Precisamente Nicolás de Piérola, que luego gobernaría entre 1895 y 1899, es uno de los personajes históricos mejor tratados por la historia a pesar de que su actuación lindó con el desastre. Su nefasta participación durante la guerra con Chile podría colocarlo entre los personajes que más daño ha causado al Perú: antes del estallido de la aguerra del Pacífico, Nicolás de Piérola regresó de Chile desde donde había hecho, con éxito, todos los intento para desestabilizar la política peruana. Vanidoso hasta la enfermedad y celoso de los méritos ajenos, Piérola cortó el apoyo y abastecimiento al ejército del sur preocupado porque la figura de Lizardo Montero, hombre con el que había combatía y lo había derrotado en enfrentamientos pasados, pudiera opacar su permanencia en el poder. Sin embargo, en los textos, nada se dice a esta flagrante traición a los intereses del país.

Tras los años de la República aristocrática y del dominio de los terratenientes, la llegada de Leguía al poder parecía significar un cambio positivo. Así lo reseñan los libros, que de su periodo recuerdan las obras y no tanto su teatral personalismo y su vena dictatorial. Aunque no se mencione detalladamente, el de Leguía fue un gobierno caracterizado por la contradicción entre su discurso y los hechos: aunque se proclamó indigenista, es en su gobierno en el que se produce la mayor represión contra los indígenas y en el que, a partir de 1924 se da una de las leyes más crueles contra los derechos de éstos: La Ley de Conscripción Vial por la cual los indios estaban obligados a trabajar gratuitamente para el Estado en la construcción de carreteras.

Otro de los casos en los que la historia ha sido benigna es el de Manuel A. Odría. Aunque su gobierno fue autoritario, corrupto y asesino, lo que resaltan los textos es la lista de obras que dejó para el pueblo. “Mató apristas, deportó, torturó, pero salió bien parado. Odría hizo un trabajo populista a nivel de las barriadas y realizó obra porque hubo estabilidad y bonanza en esa época. Es la misma razón por la que Castilla es recordado como un buen presidente”, comenta Manrique. “Lamentablemente, en los textos escolares el estudio de los diferentes gobiernos se limita a un inventario de obras, sin ahondar en una aproximación crítica”, dice Alvarado.

Pocos gobiernos han sido tan plagados de mitos y mentiras discutibles como el de Juan Velasco Alvarado. A sus reformas se les calificó como las grandes causantes de los males del Perú. Lo cierto es que la verdadera amenaza que vieron venir no era precisamente la económica. “Si Velasco se convirtió en la bestia negra de la derecha peruana, es porque trató la cuestión étnico racial. Hay mentiras gruesas como la que afirma que la reforma agraria es culpable de la crisis del agro nacional. Lo cierto es que para cuando Velasco dio el golpe las exportaciones agrarias eran solo el 16%, ya habían caído del 55% en poco más de una década. La crisis era un hecho y la reforma lo que hizo fue continuar con un proceso ya en curso”, dice el historiador Nelson Manrique.

Sobre el gobierno de Fujimori hay también referencias polémicas. Un informe del Instituto de Pedagogía Popular, de diciembre del 2007, da cuenta del tratamiento que se le da al gobierno de los noventa en los textos escolares.

Del libro “Historia del Perú” de Guido Águila Grados que se usaba entre los estudiantes de colegios particulares, se menciona que no solo hace una descripción minuciosa del primer y segundo gobierno de Fujimori, sino que evita, delicadamente, calificativos críticos. Además, menciona que se incoluyen expresiones como que “se logró reinserción económica del país en el mundo financiero por las buenas relaciones del Perú con el Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, Fondo Monetario internacional y Club de París”, e incluso que fue “medida histórica” el “disolver temporalmente el congreso de la república”.

Según Manrique, lograr que la historia escrita refleje la realidad es un reto con amplias dificultades. “El poder siempre va a tratar de reescribir la historia en función en de sus propios intereses. Al final, la investigación histórica es un espacio de lucha por preservar la memoria. Parte de lo que se debe afrontar es ese vacío de memoria histórica que debe proyectarnos al futuro. Porque un pueblo que no sabe de dónde viene, no sabe a dónde va”. Vale la pena empezar, por lo menos, a intentar.


Tomado de “Hildebrandt en sus trece” Nº 90, pág. 19.



domingo, enero 15, 2012

Homenaje a Rodolfo Cerrón Palomino



Walter Paz Quispe Santos

En la línea de los homenajes, el Fondo Editorial de la PUCP acaba de publicar “Estudios sobre lenguas andinas y amazónicas” (2011) en homenaje a Rodolfo Cerrón Palomino. Aquel otro lingüista a quien le debemos mucho todos los que estamos dedicados a revalorar en engrandecer nuestras lenguas andinas vivas. Rodolfo Cerrón Palomino es Doctor en Lingüística por las universidades de San Marcos (Lima) e Illinois (EE.UU.) Profesor emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, actualmente ejerce la cátedra en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

El libro en mención fue editado por Willem F.H. Adelaar, Pilar Valenzuela Bismarck y Roberto Zariquiey Biondi. En realidad se trata de un compendio de trabajos lingüísticos relacionados con el estudio de las lenguas andinas, las lenguas amazónicas y el castellano andino y de contacto. En ella concurren trabajos de Willem F.H. Adelaar, Xavier Albó, Luis Andrade Ciudad, Julio Calvo Pérez, Paola Cépeda Cáceres, Anna María Escobar, Paul Heggarty, César Itier, Simón van de Kerke, Jorge Iván Pérez Silva, Edith Pineda Bernuy, Wolfgang Wölk, Pilar Valenzuela Bismarck, Mary Ruth Wise, Roberto Zariquiey Biondi, Enrique Ballón Aguirre, Rocío Caravedo, José Luis Rivarola, Serafín M. Coronel Molina, Carlos Garatea G., Pieter Muysken y Liliana E. Sánchez.

La pasión y entrega de Rodolfo Cerrón Palomino por nuestras lenguas es muy conocida. Los aportes más significativos están registrados en libros como “Lingüística Quechua” (1987), “Lengua y sociedad en el valle de Mantaro” (1989), “Diccionario unificado del quechua sureño” (1994), “La lengua de Naimlap. Reconstrucción y obsolescencia del Mochica” (1995), “Lingüística Aimara” (2000), “Castellano andino” (2003), “El Chipaya o la lengua de los hombres del agua” (2006), “Quechumara: estructuras paralelas del quechua y del aimara” (2007), “Voces del Ande: ensayos sobre onomástica andina”, “Chipaya. Léxico – Etnotaxonomía al alimón con Enrique Ballón Aguirre.

En la presentación de los editores también se lee “Además de su obra publicada en libros y artículos, su labor docente es también digna del más alto reconocimiento. Rodolfo Cerrón Palomino ha sido maestro de varias generaciones de lingüistas y educadores en distintas universidades peruanas, de entre las cuales la Universidad Nacional de San Marcos (donde fue profesor entre 1969 y 1991), la Pontificia Universidad Católica del Perú (donde es profesor principal desde 1998) y el Programa de Maestría en Lingüística Andina y Educación de la Universidad Nacional del Altiplano, ubicada en Puno (donde es profesor visitante desde 1985) son solo algunos ejemplos”.

La edición del libro de por sí muestra una experiencia poco común, homenajear en vida a un sabio cargado de años y grandes honores, que sus 70 años (Huancayo, 1940) sea ocasión para una fiesta académica de primer nivel. Es hermosamente honesto y justo que sus colegas y discípulos se integren en torno a la obra de uno de nuestros mayores maestros y estudiosos de las lenguas vivas y desaparecidas de los andes.

Cuestiones de Lingüística e historia andinas de Alfredo Torero


Después de la desaparición física de Alfredo Torero vienen los homenajes. Esta vez con la edición del tomo I de “Cuestiones de Lingüística e historia andinas”, donde se compilan sus artículos iniciales que son reveladores para el esclarecimiento del panorama lingüístico de los andes. La compilación y ordenamiento de los trabajos de Torero fueron realizados por Gustavo Solís Fonseca y la edición estuvo a cargo de Filomeno Zubieta Núñez.

En el libro encontramos estudios de lingüística histórica andina desde 1968 hasta 1998. Y en especial hay uno que ha generado mucho interés y despertado inquietud, se trata del artículo publicado en la revista andina el año 1987 con el título “Lenguas y pueblos altiplánicos en torno al siglo XVI” que contribuyó en el esclarecimiento del panorama lingüístico altiplánico poco conocido hasta entonces. Después aparecieron muchos estudios que complementaron dichos estudios cronísticos.

Alfredo Torero es uno de nuestros mayores Lingüistas cuya producción científica ha sido fundacional en los estudios de la lingüística andina, por su rigurosidad y profundidad. Esperamos que vengan mas compilaciones de nuestro admirado Alfredo a quien los andes en general y Puno en particular le debe mucho.

W.P.