miércoles, octubre 10, 2007

Mi pasión por los diccionarios.




Walter Paz Quispe Santos


Todos manejamos diccionarios con mayor o menor frecuencia. Es la mejor ayuda que tenemos cuando asumimos una aventura intelectual. Tal vez los diccionarios sean cementerios de palabras, porque allí se encuentran registradas una cantidad considerable de palabras muertas que ya no son utilizadas por una comunidad lingüística, y claro; también existen las que gozan de plena vitalidad en el habla popular y cuyos significados y sentidos son parte de la comunicación social.

Mi pasión por los diccionarios surgió en la escuela cuando mi maestra nos remitía a ella cuando no comprendíamos alguna palabra. “Vayan a consultar el mata burro” nos decía resuelta en los momentos de lectura. Recuerdo cuando de niño me iba rumbo a la escuela cargado de los dos tomos de mi diccionario Larousse que mi padre me había dejado para mis tareas escolares. Esta práctica de consultar diccionarios se ha convertido con el tiempo en todo un ritual académico lleno de muchas satisfacciones que después me vincularía en la universidad con toda una comunidad científica dedicada a la construcción de diccionarios.

Nada más fascinante tener diccionarios y vivir una experiencia lexicográfica, aunque hayan diccionarios incompletos, a veces siempre retrasados con respecto a la realidad, siempre con zonas que se van pudriendo, otras veces girando en torno a círculos viciosos, y claro referidos a todas las ramas de saber y la vida. Diccionarios con muchos defectos y virtudes, incluso los hay algunos con voces fantasmas que nos inspiran más ternura que cólera. Para muchos fuera de los diccionarios, el mundo está lleno de tinieblas. En suma, los diccionarios son nuestros mejores amigos.

Recurrimos al diccionario monolingüe para conocer una grafía correcta, el significado exacto, los posibles usos de una palabra o de una locución de nuestra lengua materna; o a diccionarios bilingües, para conocer los equivalentes castellanos de una voz extranjera, o viceversa. Si tenemos que agradecer a alguien la existencia de estos diccionarios son a los lexicógrafos quienes son los encargados de la confección de diccionarios, vocabularios y demás repertorios léxicos.

El diccionario como lo señala José Alvaro Porto Dapena tiene una finalidad pedagógico práctica, efectivamente responde a unas necesidades concretas, a saber: resolver, en primer lugar, las dudas que acerca de las palabras concretas puedan presentársele al usuario de la lengua, y, en segundo término, tratar que esa resolución sea lo más rápida, eficaz y precisa posible. El diccionario en sentido estricto, es una descripción de léxico concebida a modo de fichero, en cada viene a ser un artículo donde se estudia una determinada palabra. Las dudas que se le presentan al usuario pueden ser de diversa índole y, por lo tanto, un diccionario concreto nunca está en condiciones de resolverlas todas. Es precisamente en la capacidad de resolución de dudas donde reside uno de los factores diferenciadores de los diversos tipos de diccionarios y que a su vez constituye un criterio fundamental la calidad de los mismos.

En relación a las dudas que generalmente tenemos los usuarios al consultar los diccionarios: 1) comprobar si un uso es correcto, es decir, si está aceptado por la comunidad hablante, o 2) aprender a interpretar un determinado vocablo. En el primer caso el diccionario desempeña un papel pasivo en cuanto que responde a la pregunta ¿Está empleada la palabra en una situación correcta? o ¿Está empleada la palabra en su sentido adecuado? En el segundo caso por el contrario, el diccionario desempeña un papel activo puesto que busca incrementar el lexicón mental del usuario.

También hay dudas que se presentan con mucha frecuencia en los usuarios, y son las dudas de interpretación o decodificación; pero también puede pasar lo contrario: que uno no alcance a encontrar la palabra adecuada para expresar una determinada idea, y, por lo tanto, su duda recae sobre el significante. Se trata entonces de dudas de expresión o codificación. El primer tipo de dudas suele ocurrírsele al que actúa como lector u oyente, y las segundas al que habla o escribe. Pues bien, según estas necesidades, tendrá que presentar una estructura y ordenación diferentes, distinguiéndose así el diccionario alfabético, de tipo semasiológico, esto es, donde se va de la palabra a la idea, del diccionario ideológico, de carácter onomasiológico, o sea, donde al revés, se va de la idea a la palabra.

Conocí el apasionante mundo de los diccionarios gracias a Mary Paz Battaner, una salamanquina afincada en Barcelona por motivos de familia y una vocación por la palabra que hacía de sus clases verdaderas lecciones de lexicografía. Paz Battaner, que sabía del duro trabajo de elaboración de diccionarios, nos transitó por sus caminos tortuosos y sus notables altibajos. La experiencia de haber construido “El Diccionario de uso del español de América y de España” (Barcelona, Vox 2002), y LEMA. Diccionario de Lengua Española, VOX entre otros, no hizo sino comprometernos en la tarea semántica de hurgar entre pesquisas sobre el sentido de las palabras.

Hay diccionarios históricos para los siglos XVI y XVII como el tesoro de Covarrubias, y el Diccionario de Autoridades que cumplió con el propósito de certificar cada palabra con ejemplos sacados de las obras de escritores consagrados. Este diccionario fue inspirado en 1726 – 1739 por la Real Academia Española con el deseo de dar un uso y significado correcto de las palabras, y hoy es un excelente documento para conocer la historia y evolución de las palabras de nuestra lengua castellana. Mirarlo y hojearlo nos abre las puertas a un mundo desconcertante sobre el empleo social que tuvieron las palabras en una época como el siglo de oro español.

También existen diccionarios que tienen la misión de brindar la etimología o el origen de las palabras. En España, a partir de 1950 del siglo pasado aparecen dos diccionarios etimológicos de mucha importancia. El primero es el de Vicente García de Diego: “Diccionario etimológico español e hispánico” (Madrid, 1954), y el segundo es el “Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana” (Madrid-Berna, 1954-1957) de Juan Corominas. La metodología de ambas es distinta; el de García de Diego da la etimología y sus comentarios son sumamente sucintos; además es muy rico en referencias dialectales; carecen por completo de referencias literarias. En este autor se han unido el profundo conocimiento de las lenguas clásicas y de los fenómenos dialectales; y el de Corominas muestra una elaboración totalmente diferente. Sus características son que abandona el estilo escueto en que suelen estar redactados los diccionarios etimológicos y abre paso a verdaderas monografías en casi todas las papeletas, además se recoge exhaustivamente la bibliografía anterior; a parte de ser etimológico y crítico, es histórico: las palabras aparecen fechadas con la documentación más antigua que ha encontrado el autor, y siempre se explican los cambios significativos que ha experimentado el vocablo.

Pero los diccionarios más populares son los de uso, son aquellos que no preocupan por la corrección o incorrección, sino por uso real del vocabulario a todos los niveles y, por lo tanto, se limitan a registrar los hechos sin prejuicios puristas de ningún género. Uno de esos diccionarios memorables y de gran aceptación en el habla castellana, es sin duda, el “Diccionario de uso del español” (DUE) de María Moliner, la misma que fue motivo de buenos comentarios del mismo Gabriel García Márquez, quien en un artículo emotivo expresará su agradecimiento y conformidad con tal empresa editorial orientada a ayudar a los escritores como él. No es menos interesante el “Diccionario del español actual” (DEA) de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, texto que muestra una muy buena base documental con una cantidad de 75,000 palabras y 141,000 acepciones y con cerca de 200,000 citas del uso vivo de nuestro tiempo. Cabe destacar que este diccionario tiene la peculiaridad de presentar en los ejemplos lexicográficos, citas de escritores reconocidos en el habla española y por supuesto con más correspondencia con la península ibérica.

Hay otro diccionario popular muy empleado a la hora de despejar dudas, se trata del “Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española” (DRAE), en su vigésima tercera edición, es el mayor registro de voces gracias al Banco de datos del español que la Academia a construido estos últimos años, cuenta con un doble repertorio, histórico y actual que se encuentran registrados en el Corpus diacrónico del español (CORDE) y Corpus de referencia del español actual (CREA) y supera los 270 millones de registros léxicos. (Véase: www.rae.es). Sin duda, el diccionario de la RAE, expresa reflexiones lexicográficas del español de la península y mínimamente el castellano de Latinoamérica, a cuyas voces llama generalmente regionalismos o americanismos, y los coloca en la ultima parte de las acepciones; lo que ha originado rechazos de muchos lexicógrafos de este continente. Al diccionario de la RAE muchos especialistas lo ubican dentro de los diccionarios académicos.

Dentro de las tipologías de diccionarios, también se encuentran el diccionario de anglicismos o extranjerismos que recoge giros y voces del inglés empleados en otra lengua; el diccionario de antónimos que es un diccionario paradigmático que recoge el contrario de voces que registra. Sobresalen en esta línea el “Diccionario actualizado de sinónimos y contrarios de la lengua española” Barcelona, 1978. “Diccionario Manual de sinónimos y antónimos Vox” Barcelona, 1991. Así como también los diccionarios de arcaísmos que registran voces caídas en desuso o anticuadas. Tenemos por ejemplo el “Diccionario del español medieval” de B. Müller y el “Diccionario de palabras olvidadas o de uso poco frecuente” de Elvira Muñoz.

En este mismo marco, no nos olvidemos de los diccionarios de barbarismos, es decir de incorrecciones que registra un conjunto de palabras no generadas según las reglas morfológicas o fonológicas de la lengua vigente en momento dado o que no han sido admitidos por la norma o uso considerados correctos. Por otro lado, están los diccionarios bilingües o plurilingües que registran equivalencias de los significados en dos lenguas. Tenemos por ejemplo el “Diccionario inicial ilustrado inglés – español Vox”.

Hay diccionarios sugerentes como el de citas o de fraseología que registra citas de autores o personajes célebres. Resaltan en este campo el Diccionario Fraseológico de Manuel Seco, el “Diccionario de citas científicas. La cosecha de una mirada serena” de L. Lackay. También existen los diccionarios de colocaciones en el que el significado explica la tendencia sintáctico-semántica de las palabras aisladas a adoptar sólo un número limitado de combinaciones, entre las muchas posibles con otras palabras. Y los diccionarios de construcción y régimen que registra las formas como una palabra se construye en una lengua, a este respecto existe uno muy conocido: “Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana” de Rufino José Cuervo.

Hay otros diccionarios imprescindibles para la aventura de la escritura, como por ejemplo el Diccionario de dudas que registran voces que encierran o suponen vacilaciones individuales relacionadas con aspectos de grafía, pronunciación, construcción y régimen, género, etc. Tenemos en esta disciplina el “Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española” de Manuel Seco, el “Diccionario de dudas de la RAE” de reciente publicación entre otros.

Por todos es bien conocida una especie o modalidad de diccionarios que movilizan una considerable cantidad de lectores al momento de su adquisición, se trata de los denominados diccionarios enciclopédicos, las mismas que son una variedad de diccionarios donde se mezclan un diccionario de lengua con descripción lingüística y una enciclopédica. Un diccionario enciclopédico brinda en principio, la misma información de uno de lengua, a la cual añade datos no habituales de los primeros, como la pronunciación en algunos casos, las formas de plurales irregulares, la conjugación de los verbos, los sinónimos y antónimos, etc., y después de toda la información sobre las cosas y conceptos se añaden información científica, geográfica, topográfica, política, etc. Los tratamientos enciclopédicos suelen ser de distinta extensión, pero algunos, especialmente son de muchos volúmenes y algunos sólo de una monografía.

Finalmente, diccionarios los hay para todos los gustos y todas las necesidades, como lo explica muy bien José Martínez de Souza, según criterios léxicos, sintagmáticos, terminológicos, enciclopédicos y otros. Tal vez el más singular para América Latina sea el de Antonio de Nebrija “lexicon hoc est dictionarium ex sermone latino in hispaniensem” de 1492 que fue el instrumento de inicio de la colonización del lenguaje y la memoria, es la conjunción de la expansión económica y religiosa con la ideología de la “letra” construida en torno a la escritura alfabética y al nacimiento de la imprenta. A esto le siguieron muchas colecciones como el famoso “Vocabulario de la lengua aymara” de Ludovico Bertonio, los monumentales registros lexicográficos quechuas y más aun los diccionarios del español americano.

Luís Fernando Lara en su estudio “Teoría de Diccionario Monolingüe” señala acertadamente que “El diccionario (…) ha sido históricamente uno de lo agentes lingüísticos más importantes en la difusión de las ideas sobre la lengua y en su conocimiento social, pues aunque trata solamente del léxico, la manera en que el vocablo se manifiestan la fonética, la morfología, la rección verbal, la multiplicidad de los significados con que se hace referencia al mundo sensible, la diversidad y riqueza dialectal, y las valoraciones sociales del uso de la lengua lo han convertido en símbolo”

Ya lo decía Horacio en su celebrada “arte poética”: “al igual que los bosques mudan sus hojas cada año, pues caen las viejas, acaba la vida de las palabras ya gastadas y con vigor juvenil florecen y cobran fuerza la recién nacidas. (…) Renacerán vocablos muertos y morirán los que ahora están en boga, si así lo quiere el uso, árbitro, juez y dueño en cuestiones de lengua” y esta es la labor del lexicógrafo, en palabras de Samuel Johnson ese “ganapán inofensivo que se ocupa de descubrir el origen de las palabras y en precisar su significado.

Y si no hay algún diccionario en casa o en la oficina, Internet nos ofrece un repertorio muy interesante en www.diccionarios.com que es otra invitación digital a la globalización del léxico.


Fuente: Los Andes.
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