jueves, octubre 02, 2008
Omar Aramayo: el signo poético como mito y rito.
Walter Paz Quispe Santos.
Hay tres círculos tangenciales en nuestra literatura peruana y puneña: la utopía, la epopeya y el mito. El Perú y todas sus culturas fueron imaginados al principio como utopía, como posibilidad y contradicción. Su necesidad histórica lo trasladó al los escenarios de la epopeya. Así la literatura vivió sus mejores años bajo el influjo de la epopeya, cuya exaltación de las grandezas andinas se pueden cotejar en nuestra producción poética y narrativa local y nacional. Pero cuando se van agotando las energías de estas formas de representación e imaginario, va emergiendo la posibilidad del mito. Es decir, una posibilidad de recoger el pasado, reactuarlo en el signo poético, impelerlo a la proporción humana y literaria. Trascenderlo en el lenguaje, fundirlo en una nueva andinidad y el andinismo. Y ese parece ser el designio de Omar Aramayo en dos de sus recientes libros: “Los Dioses” (1992), y “El nacimiento del sol y la Luna” (2004).
El mito como lo explica Cassirer configura al ser humano como simbólico. Es decir, el estar en el cosmos como en la posibilidad del mito. La tensión básica se dilucida por lo tanto en la significación del mito que no es otra cosa que el producto de una tensión entre el modo originario de percibir y aprehender una realidad histórica concreta y el modo reinventado de ejercer una poética sobre el mismo mito y en un tiempo reciente. En suma, se trata básicamente de una forma de lenguaje poético que opera como discurso originario de coherencia global que busca posicionar el misterio como dimensión numinosa, luego al poetizarlo lo conduce a los ritos que el mito original como pretexto permite. Sin duda se trata de ritos poéticos narrativizados ¿prosa poética?, o el poema mítico propiamente dicho o como las retóricas del lenguaje te permiten construir: mitopoemas o mitos poéticos o poemas míticos.
Hay por lo tanto, dos planos de escritura: el texto matriz que es pretexto de creación y recreación. Y en este caso lo constituyen la obra quechua del siglo XVI y XVII al que José María Arguedas bautizara como “Dioses y Hombres de Huarochiri” (México: 1966), nuestro Popol Vuh andino que es el documento más antiguo que registran los mitos más antiquísimos en el marco de las denominadas extirpaciones de idolatrías, y otros textos escrutados en nuestra variada y abundante cronística. Al mismo que Gerald Taylor le llama “Huarochiri, ritos y tradiciones” o “Huarochiri, manuscrito quechua del siglo XVII”. (Lima: 2003). Y los textos margen recreados o reinventados son como lo dijeramos al principio, “Los Dioses” y “El nacimiento del sol y la luna”.
Una primera mirada a los mencionados textos nos permite encontrar el aire y la frescura de personajes míticos como el Kon, Pachacamac, Wichama, Wakon, Wiracocha, Wallallo, Pariacaca, Watiacuri, Taqui Onqoy, El Amaru, Inkarry, y otros, que pertenecen a diferentes sistemas culturales y heteroglosias ancestrales que se amalgaman en los textos de Omar Aramayo desde lo dialógico y lo polifónico. Hay desde luego dos factores en una relación directa: autor y personajes míticos. El poeta que dialoga con estos seres míticos, que los revive en una tensión autor/personaje. Y los presenta en una nueva experiencia estética (y éticamente) convincente de la finitud humana andina actual. La polifonía es evidente en las formas de estilización de las distintas formas de la tradición oral andina y sobre todo en la estilización de los personajes individualizados.
Los arquetipos de la poesía de Omar Aramayo tienen un merito: se desarrollan con historicidad a partir del origen mítico. Al respecto Vico describe como la sociedad establece en su fase más temprana un armazón mitológico a partir del cual se desarrolla toda su cultura verbal, incluyendo la poética. Así Omar Aramayo a partir de los pretextos citados configura un cuerpo mitológico poético mayor y hunde sus raíces en una cultura específica, desarrollando lo que Ezra Pound, siguiendo a Frobenio, denomina un paideuma. Así logra cristalizar un temenos o círculo mágico, y desarrolla históricamente una poética en el interior de un contexto peruano e hispanoamericano, formada por una lengua, unas referencias, unas alusiones, unas creencias y una tradición heredada. Siguiendo a Northrop Frye se tratan de mitos poéticos de la incumbencia que buscan mantener unida a una sociedad andina en la medida en que las palabras poéticas puedan contribuir a ello. Las relaciones del hombre con otros mundos, otros seres, otras vidas y otras dimensiones del tiempo y el espacio. Así se inaugura una tendencia mítica enciclopédica interna.
La poesía formularia oral de la cronística dispone de una fuerza motriz que es muy difícil recuperar en la poesía concebida y escrita individualmente. Así como la nervuda fuerza de Homero es la desesperación de la imitación y poetas que intentaron reescribirlo posteriormente. Esas energías sólo se sienten con una empatía ritual, en un contexto que es un interfaz cognitivo imaginado. Por eso el poeta vive dos mundos. Por un lado tenemos el mundo que realmente habita, la naturaleza, o su entorno objetivo, y por otro la civilización o las civilizaciones que intenta elaborar o mantener a partir de su propio entorno, esto es un mundo enraizado en la idea del arte, para ese mundo creado potencialmente desarrolla un lenguaje poético mítico de esperanza, deseo, creencia, ansiedad, polémica, fantasía y elaboración.
El mito es la lengua de flexión del presente. Cuando la poesía es compañera de los mitos, una hazaña mítica ocurrida en el pasado se relaciona con otra que tendrá en el futuro, de la que el lector es el héroe principal. Si queremos que Aquiles nos inspire, debemos leer a Homero. Y si queremos que el Watiacuri nos ilumine en nuestra andinidad, debemos leer a Omar Aramayo y precisamente “Los Dioses” y “El Nacimiento del sol y la luna”.
De: TOTORIA, Suplemento cultural de los Andes.
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