viernes, julio 02, 2010

¿Escuela o Secuela?



Walter Paz Quispe Santos


¿Por qué concurrir a la escuela para muchos niños, adolescentes y jóvenes de hoy, no es más que un doloroso desencuentro, una penitencia obligada para cumplir con el conocido ritual? Es que arrastrarse como un caracol a ella, desde el llanto del primer día de clases en el jardín de infancia o primaria, la rutina de todos los días en la secundaria hasta la ¿memorable? graduación en la universidad –si es que uno concluye con los estudios- no reporta nada significativo.

Ya lo dijo Jorge Luis Borges, “mi educación fue interrumpida por la escolarización”, y es que el reproche a la escuela por su poco humanismo y la falta de sentido en las sociedades modernas es común en el pensamiento de nuestros pedagogos. Ivan Illich decía que la escuela es una vaca sagrada y gorda a la que se asiste para obtener sólo certificados de “educados”. El estudio y la evaluación de las ideas de Illich sobre la sociedad sin escuelas y acerca de la necesidad de brindar otras opciones ante la escuela, como medio de educación, son necesarios en particular porque hay tantas de sus críticas a la educación contemporánea que parecen convencernos de que, en efecto, muchas cosas están mal y que requieren una mejora radical o de cualquier otro tipo. No son menos importantes los aportes de Everret Reimer quien ha presentado un resumen muy breve en su sugestivo libro “la escuela está muerta” sobre la crisis de la sacrosanta institución escolar.

Leyendo por ahí una editorial de la revista española “cuadernos de pedagogía” encontré una fábula amarga para unas dulces navidades, refiriéndose a la escuela donde son millones los niños y niñas que trabajan de alumnos recorriendo cada día en la soledad este itinerario. “Había una vez un país en el que existía un niño y tenía un lugar en el mundo. Pero llegó el tiempo en que todos los niños se transformaron en alumnos. Y ya no habitó más el niño entre nosotros…” Así comienza la fábula que cuenta la editorial. Pero al final ciertamente amargo, es como el género lo impone, mera ficción alegórica de un país imaginario – que puede ser el nuestro- ¿inexistente? ¿Imposible? Tanto así que por no tener no tiene ni moraleja, ya que la misma se lo dejan a los lectores, pero ese final retrata las desventuras de nuestras escuelas con el futuro de nuestros niños y niñas, adolescentes y jóvenes. “Mientras los alumnos se van haciendo mayores al calor de la escuela. Todos, tanto los que alcancen el patético éxito escolar, como aquellos que interioricen el fracaso como suyo propio, todos ellos, absolutamente todos llegan tarde a la única cita que valía la pena: la que tenían consigo mismos.”

El incremento actual de protestas contra la escuela se debe considerar como un signo saludable en un desarrollo de una sociedad madura que se percata de que la institución escolar está sobrecargada, lastrada con un número siempre creciente de tareas periféricas. ¡Que no hayga escuela¡ es tal vez el unísono de nuestros niños y niñas de nuestro país cuando al concurrir a ellas constatan las iniquidades sociales y culturales donde los profesores se comportan como Herodes en una fiesta infantil. Al menos así nos refiere un monumental libro “Entre cuadernos y barrotes. La educación peruana desde el punto de vista de sus víctimas” escrito por Carlos Mayhua, Luis Rossell y Jesús Cossio que se inscribe en una forma iconoclasta de insurgir frente a la crisis de la escuela peruana; sus maestros y sus posturas, sus vaivenes y sobresaltos, las etiquetas, los rótulos y los clichés que uno encuentra al asistir a ella. Hay evidentemente en el trayecto, o la periferia de la institución, en el recreo y en los pasillos de nadie, el lado luminoso, la sonrisa fugaz: los amigos, los juegos y un sutil entramado de signos y claves secretas dulcemente desafiantes hasta el primer amor.

Es cierto, se quiere conseguir una educación integral que busca el desarrollo personal de miles y miles de alumnos. Por ello son amorosamente vigilados, observados, apoyados, motivados, animados, estimulados, compensados y reanimados. Son objetivamente controlados, examinados, evaluados, ordenados, comparados, fichados, aprobados, suspendidos, algunos siguen el ritmo normal y los otros, como alguien dijera, van acumulando plomo en los pies y los llaman objetivamente hablando; débiles, inseguros, inestables, difíciles, límite, problema, en riesgo, inquietos, hiperactivos, superemotivos, inadaptados, o sencillamente fracasados.

Leyendo y releyendo, el texto uno constata la existencia de una nota memorable ¿autobiográfica? de los autores: “acusados de cometer tropelías, fueron ingresados, cuando tenían tierna edad, a una correccional camuflada con el nombre de jardín de infancia. Después sus detentadores radicalizaron las medidas transfiriéndoles a diversos campos de concentración escolares donde pasaron largos años formando filas, aprobando exámenes y pensando en las musarañas” La dedicatoria también tiene sus ribetes descollantes, “A los que lloraron el primer día de clases, a todas las víctimas del sistema educativo: fracasados, antisociales, tímidos, perezosos, inútiles. A los que hacían todo mal en la clase de educación física. A los niños y niñas hermosamente inteligentes que saben que aprobar exámenes y acumular diplomas no significa nada”.

Los prolegómenos a la crisis de la escuela, en el texto empiezan con un breve opúsculo a una vieja verdad: la educación lamentablemente empieza en casa, al respecto las ideas de los autores confirman lo ya conocido: “rodeados por dementes conductistas y estereotipos sociales, los niños dejan de ser el “buen salvaje” de Diderot y se convierten, cada vez más, en una clase oprimida”, “la sociedad autoritaria, incapaz de ver su propia miseria desea –y convierte sus deseos en obligaciones- a toda costa que los niños se inserten eficaz y obedientemente en su seno. Y expande su amenaza: es por su propio bien”. Y no se “salvan” los padres de familia quienes son los responsables de la primera socialización que comienza en el hogar: “lastimosamente los padres que fueron en su tiempo zarandeados por la escuela funcionan como ciegos reproductores del orden social, y son los primeros interesados en aplicar a sus hijos la educación que ellos padecieron”.

Cuando los autores refieren a la Educación Inicial: la obligación de jugar, citan la muy conocida frase de David Cooper de “La Muerte de la Familia”: “Cada niño es un artista, un visionario y un revolucionario, al menos en forma germinal, mientras el adoctrinamiento escolar no haya comenzado” y con ese buen inicio van al grano: “Nos perdíamos en la selva del parque o del jardín. Hacíamos la guerra sin dañar a nadie. Pero todo terminó: existía el jardín de infancia y algo llamado educación, una disciplina que reclamaba el título de ciencia y que, pretendiendo preparar a los niños para la vida, los encerraba en aulas y los sometía a la verborrea y las invenciones pedagógicas de un puñado de extraños y especialistas a sueldo”. Y nuevamente los golpes certeros a los padres de familia: “Como muchas costumbres sociales deplorables, el acto de matricular a los niños en algún jardín infantil es realizado sin ninguna reflexión seria. Los padres recomiendan a sus hijos no hablar con extraños en la calle, pero los confían desde temprana edad al cuidado de unos extraños”.

Acerca de los juegos nos dicen: “Con el juego rigurosamente previsto se inaugura una nueva percepción del tiempo, hasta entonces ajeno a la actividad infantil. Establecer que de 9 a 10 a.m. hay espontaneidad total es matar la espontaneidad” Mas adelante enfatizan: “Su corrupción es tan grande que llegan a justificar el crimen de que a niños que juegan intensamente el sonido del timbre los obligue a formar lentas filas en forzado silencio” Sobre la estimulación temprana: “Ya lo dicen los entendidos que aman a los niños y que retrógradamente, sin conexión con los tiempos neoliberales, no ven en la educación un negocio que puede ser rentable: lo que necesitan los niños es un lugar lleno de cosas para romper, oler, tocar, mirar, escuchar, y mucha complicidad. Nada más inquieto, curioso y emprendedor que un ser humano en sus primeros años de vida. No necesita ser estimulado especialmente, a menos que queramos conducir y encauzar una curiosidad natural hacia nuestros innobles fines, a menos que queramos proyectos de cyborgs, insoportables genios que repitan la enciclopedia de la música de paporreta o que nos interese más el compañero de trabajo que le podría ganar el ascenso dentro de treinta años que su lúdico presente infantil”.

Cuando abordan las implicancias ideológicas señalan: “los niños son considerados así, como los papeles en blanco sobre los cuales el Estado escribe, mediante sus escuelas y profesores, la ideología necesaria para el logro de sus muy arbitrarios planes quinquenales, o modelos de desarrollo nacional” Y en relación a los desfiles escolares y otras costumbres colegiales nos dicen: “Pero es escandaloso que estas mismas personas sean capaces de ver, orgullosas y enternecidas que a los niños se les obligue a cantar el himno nacional en los colegios, o a llevar cursos de instrucción pre – militar, o que incluso en el jardín de infancia se les haga marchar vestidos de comandos y con arma de juguete en el día de la independencia. Sólo un eficaz adoctrinamiento que haya impedido la inteligencia a golpe de valores patrios y héroes muertos puede hacer posible que personas maduras y sin retardo mental sean incapaces de ver las evidentes similitudes, la intima igualdad de todas estas prácticas de adoctrinamiento infantil”, “los niños no pueden ser católicos, ni socialistas, ni comunistas, ni anarquistas. Los niños deben ser solamente lo que son: niños” ¿Quién puede arrogarse autoridad para quitarles ese derecho?

La mirada que realizan a la educación primaria también nos muestra sus ribetes: “Un aula en perfecto orden, niños resignados a permanecer durante horas inmovilizados, es lo más enfermizo que puede ocurrir, una tranquilidad mortecina, el signo de una tragedia que, convenientemente cubierta de ideología pedagógica, se presentará incluso como un mérito”, “Nunca satisfecha con controlar el tiempo que los niños pasan encerrados entre sus muros –hora de rezar, hora de cantar el himno nacional, hora de estudiar matemática, hora de jugar- extiende su control después de la hora de salida, con las tareas diarias, las asignaciones, las monografías, o incluso después del término de clases regulares, con las clases de recuperación, nivelación, subsanación, y con esa otra institución lamentablemente ya bien sentada llamada vacaciones útiles” pero, la inutilidad de la escuela primaria se sanciona con estas frases: “En ocasiones se da el caso de niños que lloran o se angustian cada vez que se inicia un año nuevo escolar, es el signo de que las vacaciones han sido hermosas”.

La retentiva que hacen cuando abordan la crisis de la educación secundaria, nos muestran aquel espacio de reflexión como un campo minado de normas: “las normas no se cumplen cabalmente en ningún lugar. Los corazones laten sin cumplir ninguna orden. Las bocas dicen sí mientras las mentes están en otra cosa. Se crea el terrible efecto de la doble vida. Por un lado están las normas autoritarias, los fósiles que nada quieren saber de la vida; por el otro, los alumnos con sus intereses diferentes y con sus distintas formas de reaccionar o soportar la opresión”, “la escuela autoritaria se empantana en su dogmas disciplinarias y cosecha lo que siembra. Viendo el estado actual de la sociedad, la naturaleza de sus problemas, la miseria que causa y sus contradicciones profundas, veremos para lo que sirve. Sin embargo, la educación y la sociedad siguen marchando a tropezones por el mismo camino, imponiendo progresivamente sus cargas y obligaciones, enterrando la vida de los gestos libres, desestimando la apuesta vital…”.

Para finalizar el texto lleva también un epígrafe de “Teoría y práctica del plagio y más de 25 consejos para sobrevivir en clases” al respecto reactualiza el muy conocido tema de la educación básica como escanciando vino añejo en vasos viejos, la muy conocida Tutoría, para hacerla real y efectiva propone las siguientes orientaciones para el verdadero bienestar del educando: Lección Nº 1: No vayas al colegio. Lección Nº 2: Qué hacer con los seres más despreciables que tú: los chancones, sobones y matones. A los chancones demostrarles que son los seres más rastreros e inútiles. A los sobones decirles que es hermoso ser un cínico silencioso y pasar inadvertido, y a los matones, no decirles nada. Lección Nº 3: Las justificaciones para tus desaprobados: “salir jalado en los exámenes a veces es un signo de inteligencia: sólo un ser zopenco puede llegar a entusiasmarse con ese tipo de exámenes, e incluso llegar al extremo de esforzarse por sacar la máxima nota posible, embarcado sin remedio en esa rastrera competencia –azuzada por profesores y padres de familia- que busca llenar con el apellido familiar los cuadros de mérito. Lección Nº 4: El arma psicológica y la obligación vocacional: “Los educadores se preocupan porque los alumnos se jubilen a los sesenta sin la sensación de haber perdido la vida de manera mediocre y subordinada. En la secundaria la tendencia a teledirigir estudiantes hacia un ataúd laboral se agudizará hacia el extremo”. Lección Nº 5: Consejos prácticos para plagiar: “El plagio es una de las actividades más sublimes de la escuela. El plagio está plenamente justificado. Pensar en las posibilidades del plagio, en las mil formas de copiar a escondidas del profesor sin duda estimula la inteligencia, la imaginación y la creatividad”. Lección Nº 6: Demuestra que el profesor no sabe de lo que habla. Lección Nº 7: sabotea las lecciones, los exámenes y las tareas. Los conceptos sobre los exámenes de admisión, las academias preuniversitarias, y la universidad como especialización de la muerte tienen un examen especial que merece otro comentario sesudo.

Estas son algunas de las formas como se concibe la crisis de la escuela de hoy, y nuestros niños y adolescentes expresan con un ¡que no hayga escuela¡ - en vez de haya que es lo correcto- cuando sienten que faltar al colegio es una necesidad.

No acostumbrarse a la rutina diaria, al hecho de levantarse muy temprano con la perspectiva de un día de clases aburridas, disciplina compulsiva y profesores mecanizados y muertos, es una señal vital; faltar todo lo posible es la consigna. O como me dijo inteligentemente un niño en los días de la huelga magisterial cuando le pregunté sobre ¿cuándo levantarán la huelga? Me contestó: “Que continúe la huelga y, sigan luchando y luchando por que enseñando nos hacen más daño”.

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