viernes, marzo 16, 2007

Candelaria: fiesta de los símbolos.

 




Walter Paz Quispe Santos


La festividad de la Virgen de la Candelaria, es esencialmente una fiesta de los símbolos. La masiva difusión de los símbolos mediante las danzas hace mucho que se considera como una cuestión artística. Y en realidad ¿qué es un símbolo? ¿Cómo funciona? ¿Hasta que punto, la fiesta es puramente simbólica?

Lo que llamamos danza y experimentamos como tal en la festividad está cargada de cosas que están en lugar de otras cosas distintas de lo que ellas son: por ejemplo la coreografía de la diablada no es la ordenación de la danza, sino que está ahí para representar simbólicamente la subordinación al culto y secularización a una imagen, un icono andino como es el ángel del bien. El gesto de danzar es la representación de diversas manifestaciones de la vida cotidiana altiplanica. Así en Puno y en febrero se danza para representar, para simbolizar imaginarios colectivos.

Las cosas que están en lugar de otras distintas de lo que ellas mismas son las que llamamos signos, en tanto la consideremos como tales. Pues además de estar ahí en lugar de otras, las cosas son ellas mismas lo que son: por ejemplo las máscaras no sólo son: lámina metálica, goma, luz y sombra, duro de bronce, fina mecánica eléctrica, materiales con los que se construyen. No son los objetos los que hacen que algo esté en lugar de otra cosa distinta de lo que ellos mismos son, sino su forma, su estructura arquitectónica, la función pensada para ellos.

En general, los cultos dedicados a los dioses de nuestro panteón andino parecen a primera vista un homenaje rendido a unos seres sobrenaturales cuya existencia ningún dato empírico viene a confirmar racionalmente. Pero una interpretación simbólica mostraría por ejemplo que esos dioses funcionan como señales que, en sus relaciones recíprocas, tienen por sentido un conjunto de categorías mediante las cuales representan los hombres su propia sociedad. Y en particular con la mamacha de la Candelaria expresa las mismas connotaciones semióticas, es decir, la representación.

Para aclarar un poco mejor eso de la representación y el juego de posibles correlaciones en los planos expresión y contenido de la simbolización, veamos por ejemplo el caso de la “Procesión de la Virgen de la Candelaria”: Como punto de partida, consideremos que la “procesión” es un lenguaje simbólico. Es decir lo que significa (el contenido) es de naturaleza muy diferente de lo que significa (expresión). Se puede notar además, la posición de los danzarines devotos “en procesión” que dependería preferentemente del significante y, del otro, una significación más profunda, del orden del significado, que no es inmediatamente perceptible, aparente, pero que todo espectador es susceptible de identificar, al menos en nuestra cultura el aspecto “religioso” de dicha procesión. Si se considera en primer lugar la posición de los danzantes en relación a la imagen de la Virgen, se puede obtener una oposición que articula la relación de la procesión según la dicotomía cerca / lejos, la cual se re correlaciona desde el punto de vista del significado del grado de acercamiento o devoción con la Virgen. Así los que cargan las andas son los que expresan su fe, los alferados, luego progresivamente los familiares más cercanos de los mismos, los devotos, los danzarines y toda la comunidad. Se supone que un alferado no podría ocupar el último lugar. Hay otras observaciones correlacionales los de “adelante” siguen la procesión muy apretados, con un mínimo de gestos, en silencio, algunos con recogimiento, y con ropa oscura; y los que siguen “detrás” acompañan espaciados, con mucha gesticulación, haciendo ruido, en medio de risas, y mostrando todo su colorido.

El hombre no puede vivir sin ritos. No puede prescindir del culto. Y si es danzante puneño secularizado es práctico y existencial, en su estado de fiesta está esencialmente poblado de símbolos.

Fuente: Los Andes.
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