jueves, mayo 28, 2009
“El Penal” de Carlos Calderón Fajardo.
Walter Paz Quispe Santos
Todos hemos tenido en la infancia un juego favorito. Así aprendimos a jugar deportes de toda naturaleza, entre ellos a jugar al balón y a patear los penales. No por algo dijo alguna vez Jean Piaget que el juego moderniza la realidad del niño, así concebimos nuestra propia modernidad. El juego es inmanente a nuestra naturaleza humana. Pero no sólo se juega individualmente, sino también con otros, que a veces son los amigos de la infancia, y generalmente el Padre que no tiene tiempo, o a duras penas tiene un pedazo de tiempo algún fin de semana. Pero, las ganas de jugar con el padre son un deseo permanente en el niño, una obsesión constante.
Carlos Calderón Fajardo en su libro de cuentos y relatos “El que pestañea muere” (1999), tiene publicado un cuento titulado “El penal”, cuyas tensiones básicas giran en torno a ese hecho lúdico que se construye alrededor del deseo de jugar a los penales, por parte de un niño que extraña a su padre. El cuento es un imaginario sobre la figura del padre que se esconde detrás de los árboles del jardín o la pared. Es decir, participa del juego en la imaginación y representación del niño. En la espera y la representación subjetiva del acto. “El penal” se constituye así en la metáfora de muchos niños que buscan a su padre para participarlos en el juego del reconocimiento, en el juego idealizado de los penales, en el juego de la ternura y la nostalgia. Por eso el padre cuando no está presente es inventado y reinventado. Creado y recreado, en un instante donde la realidad se difumina con la fantasía. Ese desvanecimiento, es la plasmación de una insidiosa mitología sobre el ser ajado en el recuerdo, en el reflejo de nuestra propia autoimagen que actúa como el prisma de nuestra personalidad fragmentada, escindida, dividida entre la presencia y lejanía de los seres queridos.
Así en el plano psicológico, el cuento se constituye visiblemente en una parábola del inicio de la infancia donde el apego y la necesidad de la imagen masculina se hacen incólume en el desarrollo de la propia infancia. Así el cuento, expresa con un realismo desgarrador la situación de muchos niños que no tienen padres. Y para ello la necesidad del juego, expresa que las ausencias hacen que los niños inventen un padre. Un padre inventado, creado; es tal vez la parte más emotiva y existencial del relato. Esas tensiones emocionales son muy trascendentes en los relatos de Antón Chejov, Mijail Sholojov o nuestro Julio Ramón Ribeyro. Sin duda, el relato de Carlos Calderón Fajardo, no tiene nada que ver con la maleabilidad e indeterminación del concepto de juego como sinónimos de “ocio” o “tiempo libre”. Sino, es la expresión de una psicogenesis del juego con rasgos existenciales cuya morfología muestra claramente la necesidad del niño de jugar con su padre y a la ausencia de este imagina uno. Ese imaginario, hace que él en el vértigo piense que alguien patea el balón. Y ese es su padre, en el relato.
Es la inocencia, por lo tanto, que ingresa como un componente integrador de toda la trama de la historia del niño. La madre le dice “que se fue de viaje” y él entre los sobresaltos y vaivenes, él imagina que sigue “detrás de los árboles” y cuando representa nuevamente el juego de los penales, avizora a su padre pegándole al balón, es decir, si la madre es el primer espejo en el cual nos contemplamos, el padre es el segundo espejo donde nos contemplamos en busca de autoconfirmación. Aunque el reflejo que nos devuelve sea ambivalente y distorsionado, y esto nos hace vacilantes e inseguros que buscamos otros espejos para seguir mirándonos en busca de alguna seguridad. Esto supone una aproximación fenomenológica o existencialista a la condición humana y su ludus cultural desde sus sememas y mitemas hasta la misma vida en sus primeros momentos de presencia en el proceso de autorganización como seres humanos.
Fuente: TOTORIA del diario "Los Andes".
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