miércoles, junio 16, 2010

Las escuelas como espadas



Walter Paz Quispe Santos

Si antes eran el gobernador, juez o cura quienes señalaban cómo debería ser la educación en el Altiplano, hoy la realidad no parece haber cambiado mucho. Hay una clase política afincada en el “todopoderoso” Ministerio de Educación que con las mismas formas políticas deciden el futuro de nuestra educación, al margen de los verdaderos intereses y necesidades de las poblaciones aimaras, quechuas, amazónicas. Esta práctica indigenista etiquetada bajo la mascara de la compasión tiene vieja data. Viene desde el proyecto político colonial y sigue siendo una realidad en el proyecto mestizo en ciernes. Subjetivar al otro, mirar la alteridad nos es política del que se arroga del poder, sino al contrario imponer modelos calcados, copiar experiencias de la vieja Europa o esquemas norteamericanos ha sido el lugar común en nuestra educación. El Ministerio de Educación fue y sigue siendo fotocopiadora de ideas foráneas y prácticas mal concebidas. Así se piensa que la solución de nuestros problemas está afuera, que extrapolando a los finlandeses o cubanos nuestra educación cambiará. Bonita perogrullada que muestra que el adjetivo tiene sus arrugas, o que las ideas huecas languidecen en el garete educativo.

Estas reflexiones nos suscitan el reciente libro renovado de José Luis Velásquez Garambel “Las luchas por la escuela in-imaginada del indio (escuela, movimientos sociales e indigenismo en el Altiplano)” (2010), publicado por la Oficina Universitaria de Proyección Social de la UNA Puno, cuya frescura de enfoque y datos nos muestran el itinerario que ha seguido la Escuela en el Altiplano puneño.

“La escuela es por origen una institución europea y ha servido siempre como un instrumento para conservar la ideología de los grupos de poder que hacen empleo de ella” nos dice José Luis Velásquez Garambel. Y en efecto, esa racionalidad aristotélica de que el pensar, sentir y actuar occidental debe imponerse sobre las razonabilidades o racionalidades andinas ha sido y es el corolario de los proyectos políticos que se han venido aplicando en nuestra compleja realidad con la consecuente violencia simbólica que eso significa para la construcción de los sentidos en los actores sociales.

La falta de legitimidad y consenso que no parece importarle a nadie, como bien lo señala José Luis Velásquez Garambel, es un síndrome que ha causado mucho daño en nuestra educación. Basta mirar la ideología que impone el docente de cualquier nivel o modalidad en el aula para comprobar que se educa ciudadanos de segunda categoría, consumistas y a favor de un centralismo agobiante lejos de los verdaderos intereses locales y regionales.

La educación tiene su razón de ser si es decidida por sus protagonistas, pero cuando estos son soslayados y arrinconados a ser meros receptores pasivos, no cumplen sus propósitos ni objetivos. Los docentes así pierden profesionalidad al dedicarse a cumplir lo que los especialistas y consultores han decidido al margen de los intereses del país, los especialistas de los órganos intermedios se convierten en “especialistas de la réplica” al remedar recetas a veces mal concebidas de algunos limitados especialistas del Ministerio de Educación, incluso hay docentes universitarios que creen que formar nuevos educadores significa someterlos a lecturas y más lecturas de libros generalizados en contextos diferentes al nuestro. Y los alumnos se arrastran así como caracoles a la escuela sin darle ningún sentido ni comprensión. La lectura del reciente libro de José Luis Velásquez Garambel nos invita a pensar que una educación socialmente relevante, culturalmente pertinente y personalmente significativa no sólo se consigue leyendo libros, sino vivenciándola en la sociedad y cultura del niño y niña. Hay algo más que debemos hacer después de leer a José Luis Velásquez Garambel: cerrar los libros y abrir los ojos a nuestra realidad altiplánica y amazónica.

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