miércoles, noviembre 05, 2008
Los sentimientos personificados en la poesía de Efraín Miranda
Walter Paz Quispe Santos
No hay en la literatura peruana, un poeta como Efraín Miranda que haya desarrollado una poética de la alteridad y el discenso, y unas tesituras de subversión y transgresión, de apelación y descentración con una intensidad nihilista. Sus cuatro poemarios publicados: “Muerte Cercana” (1954), “Choza” (1978), “Vida” (1980), y “Padre Sol” (1998) expresan un discurso poético de subjetivación del otro, ese otro dominante que es pretexto para la práctica de una literacidad poética crítica.
Las estructuras imaginarias de sus poemas expresan cierta actitud filosófica y dialógica contestataria donde las fracturas e isomorfismos culturales, hibridismo y desintegración son rasgos de sus tensiones básicas, y eso conduce a la mistificación de los valores, la inautenticidad y el sentido imitativo de las actitudes, la superficie de las ideas y la improvisación de los propósitos. La cultura y el hombre andino en sus textos son entidades a veces separadas de su realidad y de sus propias potencialidades de cumplimiento y plenitud. No viven afirmando y perfeccionando una cultura propia. En consecuencia decir que ser andino es un ser alienado equivale a decir que piensa, actúa y siente de acuerdo a patrones y valores que le son ajenos y que carece de sustancia histórica de la cual depende su prosperidad y plenitud como pueblo. Es ese el modelo de contexto donde Efraín Miranda se convierte en un subversivo de la palabra, en un reinvindicador de la identidad y la autoestima andina, en un imaginador que contrapone una racionalidad occidental cuyo esquema lógico es la relación medios fines frente a la otra racionalidad o más propiamente razonabilidad andina que no sólo prioriza una lógica científica, sino también valen los argumentos emocionales, afectivos, de autoridad, tradición y testimonio.
En la línea crítica abierta por Lukacs y Goldman se ha señalado que la poesía es la historia de un individuo problemático. Ese ser escindido en dos mundos, con una personalidad conflictiva agresivamente heteróclita en la que se cruzan varios y distintos tiempos, en su diversidad de opciones que se encabalgan en una textualidad plural. Esta heterogeneidad discursiva es una manifestación de la alteridad, otredad, diversidad, pluralidad, totalidad y contacto cultural en el imaginario de Efraín Miranda. El poeta que personifica la vastedad del “indio” es arrastrado, acosado o inundado por determinadas fuerzas psíquicas que emergen en el momento en que él entra en contradicción con el mundo dominante que lo rodea. Como bien lo señala Waldo Ross el poeta es problemático cuando su ego es sometido a una doble relación conflictiva: por un lado con su mundo y, por el otro, con el material psíquico que se integra dentro de la constelación de sus sentimientos. La intensidad de los sentimientos alcanza un grado de personificación. Y esa personificación de los sentimientos del indio es una vocación en los textos de Efraín Miranda. Se trata de sentimientos tutelares que permiten construir al andino imaginado, la alegoría del “indio” transmutado en andino.
“Muerte cercana”, “Choza”, “Vida” y “Padre Sol” como títulos o paratextos cumplen una marca de impacto, ya que cumplen una función fáctica de contacto con el lector, y no sólo ello; también permiten una interacción dialéctica y sobre todo una proyección de sus diversos sentidos posibles. Así se constituyen en indicadores catafóricos de un esquema temático cuyo foco es la vida. La vida comprendida como continuidad cultural y de afirmación del hombre andino frente a la muerte que simboliza la transculturación e intromisión occidental. Los modos de vivir andinos frente a los modos de matar a una cultura por parte de occidente. Para presentar esas dicotomías Efraín Miranda se vale de una operación retórica poco común en la poesía contemporánea: el contraste. Si uno revisa los poemas de “Choza”, “Vida” y “Padre Sol” encontrará como signos guía, el contraste de estas dos cosmovisiones que subyacen en el dialogo polifónico intertextual, con el correlato ideológico que eso implica. Es decir, la presentación positiva de los valores andinos frente a la presentación negativa de los valores occidentales. Esos mecanismos de proyección provocan la personificación de los sentimientos prototípicos.
Existen por lo tanto, dos arquetipos de sentimientos personificados en la poética de Miranda. La tensión entre el complejo de superioridad frente al complejo de inferioridad. El tema de la identidad, no es por lo tanto una cuestión de reconocerse como aimaras o quechuas, o como el poeta expresara en uno de sus poemas memorables: “¡No me grites de calle a plaza: cholo;/ grítame de selva a cordillera,/de mar a sierra,/de tahuantinsuyo a República: INDIO¡ ¡Lo soi¡ Sino básicamente un tema de la afirmación de la autoestima. El tono emocional con que Efraín Miranda argumenta y describe su postura, nos permite mirar que existe una extrapolación de una oralidad subordinada en una escritura concebida como literacidad crítica: “¡Que salgan esos de transfusión, sanguíneo-extranjero¡/Qué carajo: y todo el comercio de esta feria/también es de ultramar/ /Soi indio; bien indio; verdadero; legítimo; puro¡/ ¡Y que mierda¡
Los sentimientos personificados en Efraín Miranda parten de la presencia de una finitud. El poeta siente que algo le falta para cumplir con su destino (La vida andina con plenitud). Ante su conciencia aparece el sentimiento de reclamación que exige que el indio se afirme como tal. En ese proceso de exigencia el sentimiento comienza a personificarse, se va transformándose en una especie de complejo autónomo dotado de cierta personalidad: el orgullo andino. Las permanentes apelaciones al “Padre Sol”, “La Madre tierra” son como llamados de las divinidades. Así los sentimientos se proyectan sobre los acontecimientos que le rodean al “indio”. Este se va dando cuenta de que los mismos tienen sus rizomas en la divinidad. El cosmos se diviniza en los poemas de Miranda. Finalmente, si la energía psíquica es intensa se llega a dialogar con las divinidades, y entonces el poeta sufre una transmutación de su personalidad. Se convierte en hombre nuevo, como bien lo dice More en el prologo de “Choza”, la Epifanía del Indio. Este segundo nacimiento es la personalidad soñada, el ideal esperado o un cierto tipo de conciencia “onírica”, paralela a la personalidad inconsciente como C. G. Jung otorga a los complejos.
Metalepsis del autor, llama Gerard Genette al acto de transformar a los poetas en héroes de los hechos que celebran [o en] representarse como productores ellos mismos de los efectos que describen o cantan. Efraín Miranda es metaléptico cuando se presenta como productor él mismo de algo que, en el fondo, sólo cuenta o describe en sus poemas. Así es tierra, agua, fuego o aire en su práctica significante. La disimilación del lenguaje o la escritura poética otra de sus textos, nos muestra el imaginario cultural andino habitado por lo simbólico, porque el imaginario es el seno (materno) del símbolo (paterno).
En suma Efraín Miranda continúa con las poéticas de lo diverso, donde el otro, mantiene una relación de litigio con el yo lírico del poeta, y no es sólo un espectro creado por él, sino un doloroso desencuentro de la mismidad del Yo. La significación de la proximidad de y al otro, que al parecerse como rostro en la relación cara a cara, engendra una responsabilidad para con él y sus formas de dominación. Esta proximidad y esta responsabilidad son prioritarias en cualquier movimiento emocional o sentimental, sea de compasión o de agresividad. El odio con que muchas veces se somete a las culturas andinas ante el peso abrumador de la responsabilidad de aproximarse a ella, expresa, la huida de la misma responsabilidad cuya relación no tiene sus rizomas en la hostilidad, ni en la compasión, sino en la imposibilidad de la indiferencia. Por lo tanto, la ética de la construcción del otro en sus poéticas, está en la conciencia emocional del poeta.
Efraín Miranda pone una barricada contra el sentido común dominante del otro, para que retorne el significante de la escritura de los espacios interiores del Yo dominado. Producción y destrucción, implacables rigores metafóricos y metonímicos. ¿El Yo vivo y el otro muerto? ó ¿El otro vivo y Yo muerto? Sólo Efraín Miranda lo sabe.
Fuente: TOTORIA Nº 02 - Suplemento cultural del diario "Los Andes"
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