lunes, febrero 07, 2011

Cuando el carnaval vence a la octava








Walter Paz Quispe Santos.

“Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
bo-ca-del-hor-no-don-de-se-ha-cen-las-hos-tias…”

OCTAVIO PAZ “Cuerpo a la vista”




Estado de fiesta.

La fiesta es celebración de la vida, no hay duda. El hombre es un animal festivo. El homo faber no es sólo homo ludens; además es homo festus: hacedor de instrumentos, hacedor de juegos y hacedor de fiestas. Por lo tanto somos animales festivos, además de serlo, somos racionales. Y somos los únicos que celebramos fiestas. Y no solo ello: la organizamos, y para poder hacer la fiesta adoptamos una disposición festiva: la festividad, el carnaval. Por tanto la fiesta es un complejo contexto donde tiene una intensa interacción social, y un conjunto de actividades y de rituales y una profusa transmisión de mensajes, pasiones, desenfrenos, eróticas y lúdicas, y también la fe cristiana; y un desempeño de roles peculiares que no se ejerce en ningún otro momento de la vida comunitaria, y todo ello parece ser susceptible de una carga afectiva, de una tonalidad emocional, de forma que las gentes y su acción social parecen encontrarse en crear un ambiente inconfundible, el ambiente de fiesta. Así decimos Puno esta de fiesta. Juliaca está de carnaval.


La fiesta es un tiempo, en los que una persona o la misma sociedad confieren un significado a sus pasiones y acciones, los que constituyen gestos. Por tanto se celebra una fiesta de los gestos. Y los gestos son movimientos del cuerpo. El gesto de bailar, danzar, embelezarse frente a la música que envuelve, el gesto de beber, los deseos, el gesto de la mirada íntima de la pareja, de los coqueteos, de mover el cuerpo al compás de la otra mirada y también de la música, el gesto de la contemplación y de la construcción del erotismo del espectador cuando mira el cuerpo de la mujer que danza y viceversa de la mujer al varón, constituyen discursos sociales, textualizaciones de las motivaciones humanas, que son considerados aun por algunos como parte de la obscenidad o lo pornográfico, pero cuya devoción es mayor que el gesto de asistir a los santuarios para cumplir con el rito de rezar.

El lector dirá ¿pero por quien se baila o danza? ¿Quien motiva tanto desenfreno, tanta pasión, tanta fe? Las respuestas motivan el título del presente ensayo: el carnaval vence a la octava. El discurso transgresor y erótico de la fiesta de Puno. Se entiende esta claro, que tales manifestaciones son discursos a la luz de las reflexiones semióticas, y como tales muestran las características de ser transgresoras de una imposición, y de subversivas desde la eclosión del erotismo. Claro que me refiero al carnaval de origen pagano y la festividad de la Virgen de la Candelaria cuyo origen como sabemos todos es cristiano; cuya dicotomía ha originado interrogarnos permanentemente desde la conciencia intranquila por que motivaciones danzamos, ¿por devoción o por diversión? Se entiende que devoción a la Virgen de la Candelaria y diversión cuando se baila al margen de las motivaciones cristianas. La posición que adoptamos es que la sociedad puneña vive un tiempo de carnaval en la octava, convirtiendo así la octava de la festividad de Candelaria como pretexto, para el carnaval. La religiosidad es pretexto, el paganismo es el texto, y el contexto es un espacio sociocultural andino sincrético donde interactúan aimaras, quechuas, mestizos, etc. Como lo advertirá el lector es difícil explicar el devenir sociocultural e histórico de la fiesta al margen de la cultura occidental. Este fenómeno también se advierte en las celebraciones de la cruz donde el recogimiento es pretexto para la gran textualidad de la embriaguez y la música. Ya lo había advertido alguna vez Octavio Paz, quien sostenía que la verdadera religión de la sociedad contemporánea es el erotismo, que tiene mas devotos y cuyos ritos son colectivos, mientras que los ritos de la iglesia languidecen y cuyos recintos son vedados a los pasos de fieles e infieles. Siendo así este ensayo seguramente será considerado herejiaco para el más conservador de los fieles del cristianismo.


Las máscaras de la fe.

Existe una larga tradición que viene desde el medioevo que fue ingresado a nuestra cultura desde la religiosidad española andaluza que traen colecciones de apólogos y adagios y toda suerte de repertorios didácticos para el aprovechamiento de las almas, y se halla escondida a veces es una maraña de símbolos, equívocos y ambigüedades, y exultante otras por un afán intenso de desinhibirse en el puro regocijo, una literatura de las pasiones que danza en torno a Eros, el amor, que bajo el signo del sincretismo pervive aun en la festividad de febrero.

El aprovechamiento de las almas pasa ineludiblemente por la contención de los cuerpos, y el hombre medieval aprendió pronto a entender que la práctica sexual y el desenfreno de la pasión eran armas arrojadizas que él mismo lanzaba contra el muro de la salvación del alma. El cuerpo perdió dignidad porque se asoció al pecado, el placer carnal fue reprimido hasta poco menos que convertir a quienes lo practicaban en un grupo de proscritos. Apartar el placer de la práctica sexual, convertir ésta en trámite de procreación, anular el cuerpo como fuente de satisfacción y asociar el placer carnal con el pecado llegaron a convertirse en concepciones sociales fuertemente arraigadas, porque formaban un corpus de ideas relacionadas con los dogmas de la fe. De allí nacen las pretensiones únicas de explicación del origen y decurso de las festividades en el altiplano peruano – boliviano.


El cuerpo, por lo tanto, ha sido considerado por los moralistas cristianos durante siglos como una ilusión ajena a la vida de las personas, mientras que el alma lo era todo. El cuerpo sólo podía ser fuente del pecado, cárcel del alma, en fin polvo. ¿Cómo es posible pensar, aunque sea imaginariamente, en la vida humana sin cuerpo, cuando a todos nos palpita en corazón y todos respiramos, danzamos con frenesí, sentimos las manos, los brazos y las piernas? ¡Pero si el espíritu es una invención de la mente, es decir de nuestro cuerpo¡. El cuerpo humano se convirtió, así en un espacio de símbolos, plagado de demonios, dragones y fantasmas malignos sobre los cuales los ángeles y arcángeles, y santos padres lanzaban todo tipo de admoniciones. No es casual que en los trajes de luces de hombres y mujeres estén bordados estos motivos. En ese sentido la fiesta es también representación de la ideología cristiana de la expresión de cuerpos del pecado que buscan la purificación a través de la veneración.

Al detenernos a constatar estas prerrogativas de los viejos moralistas católicos sobre el cuerpo y sus cinco sentidos, comprobamos que hemos asistido a una conjura unánime para estrangular los deseos humanos más significativos. Lo más dramático es que se anuncia todo esos mensajes con tañidos de campana en nombre del amor al prójimo, la redención, la pureza de espíritu, la castidad del cuerpo, la paz interior, las bienaventuranzas, con el consiguiente susurro malvado de miedos ancestrales, auto exculpaciones y penas del infierno.


Nos resulta y parece más familiar esa actitud del cristianismo frente a los instintos humanos porque nos hemos educado en ese ambiente. Los fundadores del cristianismo encontraban que las pasiones eran feas y sucias y el ideal que forjaron es el de un dios que representa y anula, el de la purificación de las pasiones. Los griegos consideraban que las inclinaciones, tanto las buenas como las malas, son inevitables: su potencia es casi siempre superior a la resistencia humana. Y por eso porque son grandes amantes de la vida, las divinizan y convierten en ideal. No es que piensen que los humanos son más felices cuando están atrapados por las pasiones, pero sí que los consideran, más puros y más divinos.

La creación poética del universo del paganismo, con sus dioses, héroes, sirve para justificar esa multiplicidad de impulsos de la que están hechas nuestras vidas. De ahí que se deriva una multiplicidad de normas, ya que ninguno de esos seres divinos o semidivinos niega a los demás. El monoteísmo es, por el contrario, una doctrina rígida que defiende un único humano normal. Puesto que hasta el mal encuentra una dignidad en ese cuadro amplio y plural, los griegos demuestran su buen sentido estableciendo fiestas para celebrar todas las pasiones, de ese modo como muy bien lo señalaba Nietzsche, les dan un espacio y un tiempo limitado, encuadrados dentro de las ciudades, lo que permite llevar las aguas tumultuosas de los impulsos naturales hacia decursos mas inocuos. En el mismo sentido de las ideas de Nietzsche hablar de fiestas paganas es un pleonasmo, porque la fiesta es en su origen pagano: una celebración de la vida. Y de entre todas las fiestas y celebraciones, de entre todos los dioses y seres súper humanos, el viejo Nietzsche siente una gran predilección de Dioniso, por el ideal que representa, por el carácter de las fiestas que se hacían en su honor.

Dioniso es el Dios de la embriaguez, de la sexualidad y de la música. Simboliza un impulso que se manifiesta como una llamada a menudo irrefrenable, como esos momentos en los que una o uno no quiere seguir siendo, ni profesor/a, ni enfermera/o, ni barredor/a de calles, ni panadero/a, ni comerciante, ni funcionario/a público solo quiere vivir su delirio musical y festivo mas grande del continente: soñar con ser reyes o reinas por algunos días, para ello se han ornado el cuerpo con fastuosos atuendos multicolores, máscaras, polleras cortas bien confeccionadas para mostrar las piernas y los muslos, y trajes seductores e introducirse en un río de música y desenfreno, aspirar al aire puro de la noche, no hablar, a lo sumo cantar, no andar sino correr y bailar. Así se participa de la fiesta, liberando el cuerpo paulatinamente del poder maléfico de los mismos símbolos que las ornan.

El movimiento del cuerpo, entre el deseo, pasiones y goce.

Cada género de danza, y dentro de ellos cada estilo, se vale de algunos de los gestos que le son posibles al cuerpo, tales como las flexiones, extensiones, torsiones y giros. Estas actividades se combinan con pasos, carreras, saltos y caídas que tienen la característica de cambiar el centro de gravedad del cuerpo y consecuentemente puede producir un desplazamiento. Se puede decir que todas las manifestaciones de la danza están relacionadas con el movimiento. Y el movimiento es fuente del intercambio de roles y de emoción erótica. Nace la seducción, el deseo, el goce y el laberinto de pasiones. El gusto y el placer a partir de las miradas. El erotismo más que una noción, es una vivencia interior y, para existir, ha de pasar por el tamiz de la experiencia enriquecida por la imaginación.

Los mensajes que comunican muchas danzas a través de la coreografía del movimiento son variados, existen por ejemplo la sublimación de la atracción del cuerpo, la atracción del cuerpo como propuesta directa, la propuesta comercial de la atracción del cuerpo, la propuesta jocosa de la repulsión del cuerpo, y también la utilización moralista de la repulsión del cuerpo. Algunos de estos gestos muestran la posibilidad de liberación mientras que otros la censura. Es decir, unas manifestaciones de la danza son abiertamente expresión de la liberación mientras que las otras cumplen con el designio del catolicismo de los deseos estrangulados.

En el caso de la sublimación de la atracción del cuerpo, el amor de quien desea ser amado (pasión, pasivo, padecer) es esencialmente una tentativa de capturar al otro en sí mismo como suyo. El deseo de ser amado, es el deseo de que el amante sea tomado como tal, engullido, sojuzgado en la particularidad absoluta de si mismo. A quien aspira a ser amado muy poco le satisface –ya se sabe- ser amado por su bien. Se quiere ser amado por todo, no solo su yo, como dice Descartes, sino por el color del cabello, por sus manías, por sus debilidades, por los trajes seductores, por todo.


El goce, directamente relacionado con el cuerpo y con la satisfacción pulsional en el lenguaje lacaniano y freudiano, se distingue del deseo, ligado al placer siempre insatisfactorio. El deseo es una función dialéctica que implica al otro o la otra. El goce no lo es, excluye al otro o la otra. Lo que cuenta en el goce es el cuerpo. Sólo un cuerpo goza y se satisface de una manera particular. Al nivel del deseo se contenta con realizarse simbólicamente en los sueños, los actos fallidos, lapsus, síntomas. La satisfacción pertenece al terreno de la pulsión y su nombre lacaniano es el goce.

La pasión amorosa, en su imbricación simbólica, no se sustenta en un objeto envestido por el deseo del otro/a que sujeta al amante en el imaginario, sino que hace emerger un segundo objeto del amor, sustraído a la lógica del tener para dirigirse al ser. Este objeto del amor será nombrado con un sustantivo de larga resonancia ética: el bien. Spinoza formuló la idea del amor como alegría del que otro exista. Bailar con otro, danzar con el enamorado, con la esposa o esposo, con la chica más bonita, o el varón más guapo, la soltera, etc. En ese marco, el que ama a alguien se esforzará en hacerle el bien. Por bien se entiende a todo tipo de alegría y todo cuanto a ella conduce y, principalmente, lo que satisface un anhelo, cualquiera que este sea.


Si bien es cierto que en la fiesta se observan estas laderas del amor, es evidente que el amor-pasión es absorbente en las danzas puneñas. El amor cortes, los raptos y escapadas, o el romántico de la delicia exuberante que seduce a la mujer, o la mujer que incita al amante, siguen vigentes en la representaciones de febrero.

Las reglas de juego del amor y la danza tienen sus propias leyes biosociales, los danzarines, el hombre y la mujer se adentran en el público y marcan el ritmo. Cada uno da un paso distinto pero bien coordinado. Posteriormente bailan juntos, uniéndose y separándose, para converger en movimientos sucesivamente más armoniosos. El rostro y los movimientos del joven expresan su deseo de la mujer, mientras que ella trata continuamente de escapar de él y rechaza sus aproximaciones. Todas las representaciones están armoniosamente coordinadas, y son muy animadas y elegantes, y en todos los sentidos placenteros. ¿Es justo proceder de este modo? Sin duda las diferencias entre los hombres y mujeres son el sedimento de milenios de historia y opresión. Sólo hace algunas décadas que están cambiando las relaciones entre ambos sexos. Al estudiar el erotismo en la fiesta de la candelaria comprobamos que la misma es también pretexto para que hombres y mujeres empiecen a comprenderse. Para comprender hay que identificarse con el otro, asumir su rol. Esto se observa en la vestimenta, y un ejemplo que nos ayuda a explicar es la aparición de la moda unisex, donde las mujeres tomaron los modelos masculinos (chaquetas y pantalones) y los hombres los femeninos (blusones y cosméticos).

La posibilidad de erotismo, y su aparición en la cultura andina y puneña es el resultado de muchos descubrimientos, como del juego de intercambio de roles mediante el cual cada uno penetra en las fantasías eróticas del otro y le cede las suyas. Precisamente por esto que se hace importante que analicemos las diferencias, en aquello que cada género tiene de propio y peculiar. Por otro lado nada deja de desaparecer sin dejar huellas. La vida sexual emotiva, amorosa y erótica de las mujeres y los hombres de los próximos años será, por cierto, distinta, pero no totalmente diferente respecto de la actual. El devenir es siempre síntesis entre lo antiguo y nuevo. Los arquetipos que se registran en nuestra cultura y danzas, las figuras que ordenan el aprendizaje, serán reelaborados, no destruidos. No nos podemos liberar de las diferencias entre el hombre y la mujer como si fuesen ilusiones. Hoy en día en la festividad de febrero, las mujeres y los hombres buscan aquello que los une, superando las diferencias. Sin embargo, tienen sensibilidades distintas, deseos distintos, fantasías distintas. A menudo cada uno imagina al otro diferente de lo que en realidad es y pretende cosas que el otro no le puede dar. El erotismo por tanto, se nos presenta muchas veces en nuestras festividades bajo el signo del equivoco y la contradicción. No obstante los encuentros se producen, la atracción recíproca existe, el enamoramiento existe. ¿Cómo es posible? ¿Cuál es el camino que lleva de las diferencias al entendimiento, al hechizo del amor? La historia natural del amor de los andinos y puneños, así se encuentra en estos entramados privilegiados que merecen una mayor atención.

Música y amor: el nuevo ethos emocional.

Sin duda, la cultura andina y puneña, al llegar a la madurez de sus propuestas espirituales, alcanzan una singularidad en sus más calificadas manifestaciones, cuyo estilo y carácter las distingue de las formas de expresión cultural de otros pueblos. Esta diferenciación que se hace sensible en el imaginario de sus propias relaciones sociales, civiles, económicas y artísticas, cristaliza también en las prácticas eróticas y, naturalmente en aquellas que trascienden de su vinculación con el universo sonoro, o sea con la música.

La música ejecutada en un templo, en una celebración o la misa, es singularmente diferente a la música de las danzas, es decir, a la banda de instrumentos de viento y las zampoñadas o sicureadas. En los días festivos de febrero es común observar a las mismas que al son de bajos, trompetas y helicones marcan y acompañan los pasos de una acción coreográfica de danzas, subrayados por la pulsación rítmica de bombos y platillos, o cañas. Muchos de los danzantes traen vestidos diseñados de tal modo que muestran muchas partes del cuerpo, sobre todo en las mujeres y en los varones los trajes holgados con luces y demás atuendos, y muestran así al sorprendido contemplador con naturalidad y sin reboso, y con inocente y maliciosa desnudez todo ese fervor lírico, lo cual para nuestra sensibilidad teñida muchas veces de frustrante puritanismo, representa un primer contacto entre música y erotismo.

El factor subjetivo será casi siempre el que calificará el cometido amoroso aprisionado en las mallas de la música, además de que la música de las danzas y toda la variedad de morenadas, tuntunas, cullaguas y callaguas, huayños puneños tienen una carga capaz de actuar como catalizador erótico, cuando se espera que su influjo cristalice las situaciones de índole amorosa, independientes de la literalidad del texto musical empleado, el cual considerado en abstracto, puede ser incluso de una total inanidad intencional, ya que los criterios de conceptualización musical aplicados al erotismo dependen de la capacidad intuitiva del receptor del mensaje sonoro.


Existen entendidos que señalan que la vinculación de la música a situaciones eróticas cristaliza en innumerables gradaciones de intensidad y de matiz. Una forma de concebir, interpretar y escuchar música es como un acompañante al desarrollo de la pasión amorosa. La otra, es oír música y entregarse a ella como un estimulante de la comunicación sensual. Finalmente, tenemos a los que piensan que la música plantea situaciones eróticas y que comunica diversos estadios de dicha pasión sin participar en su real activación, es decir que su efecto se produzca y resuelva en el plano de la ficción, como ocurre en la opera.

La música en la festividad de febrero, está pensada, elaborada, manipulada para favorecer o acompañar la danza, el “hilo musical” crea un clima de dulzura al comienzo de la fiesta desde el concurso de danzas y de idilio al final del cacharpari. En el bullicioso y movido microcosmos integrado por numerosos conjuntos de danzas, el ritmo excitante e incitante de los danzarines se impone a la conciencia colectiva. A veces existe hasta un aturdimiento del sentido auditivo debido a la sonoridad alta de las bandas de músicos, ahogan las posibilidades de matizar sus efectos a meros reflejos, en el que participa un sólo sentido: el de la consumación primaria e instintiva del acto sexual, aupada por la embriaguez del ritmo, y a buen seguro, de la cerveza y otros coctails, y acentuada por la euforia colectiva de la diversión y del baile. Tuntunas y cullaguadas, waca wacas y callahuayas, morenadas y rey morenos, diabladas y llameradas, se apoderan con el vigor de su vibrante pulsación, de los instintos elementales del pueblo, y, al liberarlo de sus inhibiciones cotidianas, lo convierten en un protagonista de un bullicioso y espontáneo espectáculo que tiene como final una gozosa entrega corporal, en la que color ambiental, sudor, gusto, olor y música se mezclan en una sugestiva entidad sensual secretamente presidida por el sexo. ¿Y no es este supuesto la música que preside, orienta y ordena el abigarrado tumulto de la excitación erótica y sensual multitudinaria?

Luego viene el silencio, Orfeo concluye su poderoso y excitante influjo. Al cesar la música, se entra en el reino del silencio la que se apodera del ambiente. Los susurros, las palabras entrecortadas, los besos y el ritmo algo más acelerado del pulso de los amantes son los únicos sonidos presentidos, y el silencio los envuelve, y será el único testimonio del lánguido suspiro que pone término al maravilloso y angustiado juego de amor.

Los profesores /as, estudiantes, enfermeras /os, abogados/as, funcionarios públicos, comerciantes y empresarios, barredores de calles y amas de casa dejan de soñar con ser reyes y reinas por una semana, despiertan, se quitan las máscaras y retornan a la realidad. A los que continúen vestidos de morenos o achachis o chinas diablas, seguramente la policía los meterá presos por locos.

1 comentario:

Monica dijo...

estoy en un hotel en buenos aires por trabajo y queria saber si habria un show tipo carnaval para ir a mirar al teatro