lunes, octubre 26, 2009
La poesía de Juana Rosa Murguía Sánchez, a propósito de "Altipampa"
Walter Paz Quispe Santos
Una vez más vuelve Juana Rosa Murguía Sánchez a los lugares no cartografiados de la literatura. Esta vez para mostrarnos los flujos y reflujos por donde transita la poesía. Se trata de emociones escrutadas en la vida, llena de sensaciones singulares que tocan el sentimiento y la pertenencia al espacio significado, el tiempo acicalado por la palabra, la representación y el imaginario andino.
Y no solamente son poemas que expresan emociones cosechadas en el terruño, sino una poética que busca ser una forma de conocimiento y una búsqueda de la identidad. La Inquietud, angustia, esperanza, asombro, orgullo y la épica con que canta Juana Rosa son signos del tiempo y, a la par, revelaciones del ser en la conciencia humana. No en vano Saint John Perse decía que la poesía es la ciencia del ser. Esa condición nos impele en cada uno de sus versos construidos con variadas metáforas, porque al decir de Rimbaud “el poeta es el poema” nos permite inferir que la visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato. Y ese lugar privilegiado es Ayaviri. Cantarle a esta tierra querida le brinda a Juana Rosa Murguía un bello exceso de singularidad.
Otro de los mecanismos textuales de estos poemas que me permito comentar, nos hacen mirar que existe una subjetividad afirmada en una eclosión épica para contarnos la travesía de los hombres en franca entrega de lucha, de choque y de transgresión. Me refiero a los poemas dedicados a Pedro Vilcapaza y Waman Tapara. En estos dos cantos épicos la poesía tiene movimiento, donde la palabra y el discurso poético se conjugan en una expresividad cuya estructura interna combina la pluralidad del personaje y la infinitud del lenguaje.
El paisaje permanente en estos versos es la quietud de la noche y la vida secreta de Juana Rosa Murguía Sánchez. Porque sus motivos temáticos como “Altipampa”, “Amanecer”, “Noche”, “Trueno”, “Freicito ventisquero”, “Vida” conducen a uno, al sueño humano y existencial de perderse en el infinito, en lo bello de la creación imaginaria y el modo de encontrar la esencia de la realidad. Esta constatación nos permite afirmar que la poesía de en este poemario tiene la transparencia del agua y la dureza de la piedra. Porque Juana Rosa ahonda la sensibilidad humana a través de la autenticidad y la belleza. Su poesía es una permanente búsqueda de una aventura espiritual por un paisaje metafísico convertido en símbolos de una patria chica permanente.
El poema en Juana Rosa es un conjunto complejo y bien ensamblado de imágenes, sonidos y ritmos. Leer poemas como “Amanecer” o “flor de kaktus” nos hace mirar que estamos frente no sólo a una artesana de la palabra, donde la poesía es un contundente acontecimiento que se sucede en un escenario único y, como la vida, es una permanente sorpresa. Con un lenguaje simple, un adjetivo bien colocado nos conduce a la experiencia de vivir la instantánea del mundo concreto y sus derivaciones. Y algo más. La agudeza descriptiva que se caracteriza por su concisión, entusiasmo y vitalidad y la escena puntual construida desde una mirada aparentemente distanciada y objetiva indica lo que ha visto y deja que el lector extraiga sus propias conclusiones.
Que más Juana Rosa. Gracias por permitirme acompañarte en la revelación de tu fascinante lenguaje poético que nos construye. Cuando más capaces somos de darle un nombre a lo que vivimos, a las pruebas que soportamos, más aptos somos para vivir y tomar distancia respecto de lo vivimos, y más aptos seremos para convertirnos en sujetos de nuestro propio destino nos dice Michele Petit. Pueden quebrarnos, echarnos e insultarnos con palabras, y también con silencios. Pero tus palabras nos dan lugar, nos acogen, nos permiten volver a las fuentes, nos devuelven sentido de nuestra vida. Y muchas de esas palabras que nos restauran las encontramos en tu libro de poemas.
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