sábado, marzo 18, 2006

La fiesta como arte y el arte como fiesta.


Walter Paz Quispe Santos


La festividad de la virgen de la candelaria es una obra de arte. Cuya escenificación pública que es figurada y simbólica tiene su propia “retórica y poética”. Sus alegorías múltiples y dialogantes son partes constituyentes convergentes de una obra de arte social y pública. Por tanto, crean una nueva realidad emergente, la de lo público, que no es reductible a la mera sociabilidad de las vidas privadas. Así, hacer fiesta en Puno y en febrero implica transfigurar la vida social en vida pública, entendiendo lo público como el espectáculo que de sí representa la sociedad ante ella misma. La vida pública es la vida social más su autorepresentación reflexiva: la fe.

La fiesta de Puno, es un fenómeno estético que plantea una serie de problemas sobre todo para el crítico de arte formado de acuerdo a los cánones occidentales que sigue ubicándolo en el plano del folklore. Así se ha excluido esta manifestación como una forma reconocida de arte y no ha merecido estudios serios por parte de expertos e historiadores. Hasta hoy por ejemplo no existe una teoría de la danza elaborada en las universidades y escuelas de arte de la región a partir de obras de arte como la fiesta de la candelaria y otras que existen en todo el país. Sin duda, este olvido se debe a que desde el siglo XVI las sociedades de Europa Occidental elaboraron sus criterios en los que se basa la estética para explicar las obras de arte y son básicamente patrones del Renacimiento. Esos conceptos como formas espaciales características, circuitos de producción definieron precisamente que es una obra de arte. Y como sabemos estos argumentos obvian y excluyen a las obras de arte de mesoamerica y así a las elaboraciones complejas de una situación histórica social genuina, portadores de una cosmovisión distinta como son las danzas andinas dentro de las fiestas.

El fenómeno artístico de la fiesta de la Candelaria surge como es sabido dentro de una estructuración cultural y en ella adquiere pleno sentido y funcionalidad. Por lo tanto, tiene una fundamentación que subyace a lo antropológico. La misma idea de arte que concebimos supone ineludiblemente la existencia de correlaciones humanas en múltiples instancias. Tomemos en cuenta la relación hombre – arte, estas dos dimensiones son esenciales y fundacionales para la concepción de la festividad como obra de arte: el hombre da existencia al arte y el arte da identidad al hombre. Esta co-referencia no sólo es necesaria; además, el hombre andino muy pronto empezó a reflexionar sobre ella, acerca de todos los variados fenómenos de dicha co-realidad, luego viene el afán de sistematizarlas y trascenderlas. Una parte de los medios utilizados para la interpretación de nuestras relaciones con el mundo que nos rodea a través de la fiesta está regulada por una tensión dialéctica entre los desarrollos no siempre sistemáticos y coherentemente expuestos por la teorización y la variabilidad del fenómeno artístico mismo. Porque como es conocido, culturalmente, el hombre hereda no sólo patrimonio artístico, sino también una sensibilidad, unas tendencias creativas dentro de una fluyente cosmovisión.

Un primer nivel de abordaje de la festividad de la virgen de la candelaria como obra de arte es la existencia cotidiana misma, que es fuente de comprensión de la conducta vital del puneño y andino y sus elementos asociados de sentimientos, deseos, propósitos, hábitos, ideas o fantasías en intrincada mixtura de experiencias. Luego, el segundo nivel lo constituye el hecho artístico mismo, es decir, la festividad propiamente dicha, sus inicios, desarrollos y finales, que expresan las acciones y actitudes orientadas en o por la praxis artística, así como los resultados de tales prácticas como objetos o acontecimientos artísticos y sus diversos efectos en el plano individual y social. A partir de la constatación de estos hechos se puede hacer una teorización o teoría estética con sus diversos subcomponentes como la ontoestética que nos permitiría analizar los fundamentos metafísicos de la belleza y el arte de la fiesta; seguido de una estética natural y la teoría del hecho artístico como un espacio abarcador de todos los procesos humanos que se suceden y series de fenómenos que puedan hallarse, en cuanto a efectos o concomitancias, en asociación con él, así como de los códigos lingüísticos, íconos, símbolos y técnicas diversas que se generan y desarrollan y de los objetos que a partir de ellos se producen, tan como lo subraya Román de la Calle. Finalmente y desde una perspectiva analítica viene la metaestética que de hecho busca aclarar los significados de la festividad y cómo han de ser definidos y usados dentro de la teoría artística y su aplicación en cuestiones artísticas.
De acuerdo con las ideas de Estela Ocampo, la festividad de Puno, vendría a constituir una práctica o hecho estético imbricado, en tanto que todo converge en un motivo y cada práctica es la parte de un todo. En la festividad de Puno, están amalgamadas la religión, la organización social, la economía, las actividades de la comunidad, etc. Como vemos lo que observa el espectador en Puno no sólo son objetos que proporcionan puro placer estético sino fundamentalmente funciones diversas. Por lo tanto el hecho o práctica artística no se constituye como un reino de valores propios sino que está inmersa, entretejida, íntimamente relacionada con el saber y la práctica total de la región andina y puneña. Y esta forma de concebir choca frontalmente con la idea del arte renacentista que se define como autónoma del resto de actividades humanas.

La fiesta, es un fenómeno central y paradigmático en los andes. Al propósito de ellas, Nietzsche señala que bajo el encanto de la magia dionisiaca no solamente se renueva la alianza del hombre: la naturaleza enajenada, enemiga o sometida, celebra también su reconciliación con su pródigo, el hombre. (…) Ahora, por el evangelio de la armonía universal, cada uno se siente no solamente reunido, reconciliado, fundido, sino Uno, como si hubiera desgarrado el velo de Maia y sus pedazos revoloteasen ante la misteriosa unidad primordial. Cantando y bailando el hombre se siente miembro de una comunidad superior: ya se ha olvidado de andar y hablar, y está a punto de volar por los aires danzando. Sus gestos delatan una encantadora beatitud. El hombre no es ya artista, es una obra de arte.

Existen varios elementos presentes e interactuantes en el momento de la fiesta como lo detalla Ocampo: a) la dimensión social de interacción humana, b) la dimensión cosmológica, de interacción con la naturaleza, c) la dimensión estética, la producción imaginativa y el desarrollo corporal. Desde el punto de vista de la relación humana con el otro, la fiesta permite, gracias al abandono del principio de individuación, un hecho eminentemente colectivo. Es el esfuerzo de toda una comunidad que abandona, durante el tiempo de la fiesta, sus diferencias habituales. Desde el punto de vista cosmológico, la fiesta aparece como la coronación de los esfuerzos cotidianos por reencontrarse con lo trascendente. Es el momento de mayor tensión emocional en el que hombres y fuerzas sobrenaturales comparten el mismo espacio y el mismo tiempo, la recreación del universo mítico y la creación primordial. Además, situado en un espacio natural ya sea este real o figurado, el hombre recuerda el momento mítico en que vivía en armonía con el cosmos. Desde el punto de vista estético la fiesta es la ocasión dramática, de la explosión de la imaginación y de lo simbólico, del despliegue de las capacidades sensitivas y perceptivas.

Sin duda, y como bien lo anota Estela Ocampo, el proceso de simbolización es el que permite la unificación de los diferentes elementos presentes en la fiesta, como Nietzsche sostiene: “De ahora en adelante la esencia de la naturaleza se expresará simbólicamente; un nuevo mundo de símbolos será necesario, toda una simbología corporal; no solamente el simbolismo de los labios, del rostro, de la palabra, sino también todas las actitudes y los gestos de la danza, ritmando los movimientos de los miembros. Entonces, con una vehemencia repentina las otras fuerzas simbólicas, las de la música, se acrecientan en ritmo, dinámica y armonía”. Por otro lado, la fiesta busca afianzar la unidad comunitaria, la solidaridad grupal; es el curso de la festividad de la candelaria que el puneño se siente miembro de un grupo bien definido, de una gran familia con la que comparte sus temores, los intereses y las esperanzas.

En suma la fiesta es la culminación de la expresividad mediante la música, el baile y la dramatización, elementos ancestralmente valorados; el placer de la fusión en grandes masas; la ruptura de barreras institucionales, tanto referidas al espacio urbano como a las relaciones sociales, sexuales, afectivas; los elementos mítico residuales; la ruptura de las inhibiciones individuales y también de realización plena.

Para explicar la noción del arte como fiesta, Gadamer inicia de la experiencia antropológica, y parte de tres conceptos para explicarla: el juego, símbolo y fiesta. El juego, fundamentado antropológicamente como un exceso sirve para sostener una tendencia innata del hombre al arte. Como parte de él este implicaría el automovimiento que caracteriza a todo ser humano. Luego, nos aconseja apartarnos de las concepciones de obras cerradas y consolidadas para aproximarnos a la visión dinámica, en la que una obra de arte es concebida como un proceso de construcción y reconstrucción continua. Desde esta perspectiva una obra de arte nunca ha sido sino que esta en continua transición. La obra, producto del juego, deja siempre un espacio de juego que hay que rellenar. Lo estético que proporciona el arte es, precisamente esta posibilidad de relleno, nunca acabado, del espacio en juego. Luego se advierte su naturaleza simbólica, y concibe a la misma como lo particular que se presenta como un fragmento del ser que promete complementar en un todo íntegro al que se corresponde con él. Es decir, la experiencia de lo simbólico, quiere decir que la persona, como ser particular, se representa como una parte de la obra de arte o viceversa. A eso Walter Benjamín le llamaba el aura del arte. Lo simbólico, por tanto, es un insoluble juego de contrarios, de mostración y ocultación. En otras palabras lo simbólico no remite al significado sino qué representa el significado. Si la esencia del juego es el automovimiento, la de lo simbólico sería el autosignificado.

El tema de arte como superación del tiempo ofrece a Gadamer la posibilidad de introducir el carácter de fiesta o celebración como ruptura del presente. La experiencia estética es un tiempo de celebración. La fiesta es comunidad, es la representación de la comunidad misma en su forma más completa, la fiesta es un día de celebración y celebrar es un arte.

Finalmente, estos conceptos esbozados de Gadamer nos ayudan a redefinir la festividad de la Candelaria como el encuentro y reencuentro de dos fiestas, una fiesta que es en si la misma festividad representada y la otra fiesta que es la del contemplador, del espectador; es decir, la fiesta como mirada, percepción o interpretación. La fiesta como expresión, representación, movimiento coreográfico, desplazamiento de los gestos es la que invita y la otra acepta esa invitación a través de la comunión, el disfrute y el goce. Espectar una fiesta es una fiesta.

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