sábado, diciembre 24, 2011
Churata, la escritura más recia
Eloy Jauregui
Al decadente cLima provocado por las ambiciones de los políticos de profesión y al autoritarismo, habrá, pues, que oponerle la dignidad de su poesía. Joyce, Lezama Lima como Gamaliel Churata son nuestros escritores-matrices. Sólo con ellos se escribirá en libertad.
El Perú es una contabilidad pendiente. Desde el problema del indio que señalaba Mariátegui pasando por el wakcha Arguedas hasta el problema de Conga y los laberintos de la choledad. Otro sí digo. El debate entre literatura regia versus letras ‘lorchas’ tampoco está zanjado. Y así nos mordemos pero no nos tragamos. No obstante, vamos a conversar de la gran literatura que se escribe en el Perú. Que abunda pero se conoce poco por culpa de Bayly. En mi texto “La escritura en la otra orilla” del 2009 describía un breve perfil del periodista y poeta Gamaliel Churata (Arturo Peralta Miranda. Arequipa 1897 - Lima 1969), extraordinario literato peruano que consolidó la escritura de autor y le otorgó dignidad al indigenismo. Hoy es vuelto a revisar gracias a la reciente publicación de la edición crítica y comentada del libro de Churata “El Pez de Oro” (A.F.A Editores Importadores), trabajo descomunal del poeta y maestro José Luis Ayala.
Pero quién fue el escritor Churata. Allá, por el verano de 1975, cuando en la casa que teníamos como refugio los jóvenes poetas de Hora Zero en la calle Torres Paz en Santa Beatriz –Jorge Pimentel, Tulio Mora, Alfredo Portal, Miguel Burga y otros inmortales--, mientras leíamos “Paterson” de William Carlos Williams donde nos sorprendíamos con aquel texto emulsionado de poesía, prosa, collage e incluso, con fragmentos de publicidad, como una suerte de urdimbre épica, montaje de escenas, imágenes amalgamadas y escasez de verbos conectivos, de pronto descubrimos el libro “El Pez de Oro” de Gamaliel Churata. Lo trajo a nuestro corazón el poeta puneño Omar Aramayo, hermano telúrico quien acababa de publicar su poemario Axial. Fue un deslumbramiento más que una conmoción.
Con el poeta Tulio Mora habíamos descubierto un poco antes al verdadero Arturo Peralta Miranda: “Gamaliel Churata”. Mora lo conocía bien gracias a su investigación desde una línea que estaba a caballo entre la antropología y la literatura. Yo, como lingüista, había detectado –desde mi niñez cuando escuchaba a don Alejandro Peralta, hermano de Churata y gran amigo de mi padre— que cuando se referían a “El Pez de Oro”, hablaban de uno de los libros más singulares de la literatura peruana del siglo XX. Cierto, el texto gozaba de una indescriptible oscuridad y permanente complejidad. Era un libro polisémico y polifónico. Tejido en la urdimbre del discurso mítico andino como estructura de totalidad discursiva, no sólo como escritura secuencial. Un universo diferente, brillante, luminoso.
En su libro “Ideología y política”, José Carlos Mariátegui dice del libro de Churata que: “ha devenido para inaugurar y organizar un debate; no para clausurarlo. Es un comienzo y no un fin”, se reafirma el “Amauta”. Debate, digo yo que empezaría precisamente con el trabajo serio con el texto-tesis del propio Omar Aramayo: “El Pez de Oro, la biblia del indigenismo” (Puno. Mimio. 1979). Luego, en la “Historia social e Indigenismo en el Altiplano del Dr. José Tamayo Herrera (Cusco. Ediciones Treintaitrés.1982). La tesis de mi colega Miguel Ángel Huamán: “Las fronteras de la escritura. Discurso y utopía en Churata” que es de 1994, de brillante habilidad hermenéutica y rigurosidad teórica en el tejido literatura, cultura y sociedad. Y hasta un tiempo, el estudio de la Dra. Guissella Gonzales Fernández “El dolor americano. Literatura y periodismo en Gamaliel Churata” (Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos. Lima 2009).
Un detalle en el libro de la Dra. Gonzales. Ella recorre la vida de Churata desde 1955 cuando se intenta publicar “El Pez de Oro”. Churata ya vivía en La Paz, Bolivia y editar su libro fue una tarea descomunal, según sus entrañables amigos Bolivianos; “había escrito demasiado”. Tanta vida Churata, digo yo, convertido en trenza escribal. Vida intensa de vida allá en Potosí, en La Paz, allá donde vivía junto a sus camaradas. Y sobraban ganas, y faltaba el golpe monetario. Y así el libro quedó adormilado por más de dos años hasta que en 1957, el escritor Jacobo Liberman, se compromete a terminar el dolorosísimo parto que se había gestado en la Editorial Canata y en los talleres de la SPIC. El 12 de abril de 1957 el libro nace robusto aunque desconcertado como un torete, el primero de la llamada trilogía Inkásica que completan Teatro del Hallugrito y Hararuñas de Challpa-Tullu.
El Pez de Oro es un libro-hombre. Los más de 6 mil artículos y crónicas desperdigados en diarios y revista de Bolivia y el Perú son eso. Una vida. La escritura de la hibridación. La magnífica oralidad transformada en escribalidad refulgente. Gnoseología genuina, literatura de cojones. Que era modernista sí. Pero más indigenista. No del trasnochado sino del indigenismo nuevo, genial y creativo. De eso trata ahora la serie de libros que publica José Luis Ayala. De revalorar aquello que es desconocido. Digo, de ese texto que contradice el canon. Qué hubiese dicho el almidonado maestro neoyorkino Harold Bloom para quien no hay matices. Qué dijo el viejo Luis Alberto Sánchez, tan pegado a la raíz cuadrada del gesto. Churata es atemporal por su estética cual retablo de palabras. Aquella estética como articulación expresiva para un fin. Acaso Guamán Poma de Ayala, de seguro, el mismo José María Arguedas.
Si Antonio Cornejo Polar afirmaba en 1989 que “El Pez de Oro” era uno de los desafíos y retos no asumidos de la crítica peruana, el libro de Ayala bien lo pueden tranquilizar. Leo en Internet que en los últimos años, parece que la discusión se está polarizando en torno a la idea de si se trata de una obra conectada con la cultura andina –léase a Bosshard 2002, a Pantigoso 1999, a Zevallos 2002--, o si su peculiar estructura y punto de vista los explican más bien las referencias vanguardistas, en especial el surrealismo como asegura el profesor italiano Riccardo Badini en su investigación de “El Alfabeto del Incognoscible de Gamaliel Churata” y la posterior publicación de uno de los inéditos de Churata: “Resurrección de los muertos”. (Asamblea Nacional de Rectores. Lima 2010).
Yo tengo que terminar –como cronista más que periodista—observando aquel parecido en un libro clave en la inmensidad de James Joyce. Su “Finnegans wake”, última novela de 1939. Libro casi prohibido para traducirlo al español, según los doctores literarios. Que para este texto de Joyce requiere una preparación previa e incluso una vocación y carácter determinados, es cierto. Pero si les mostrase a estos sabiondos “El Pez de Oro”, seguro que lo llamaría una herejía. Y termino con el hermético cubano, José Lezama Lima, Acaso el Churata del Caribe. La escritura –toda—es para Lezama la recuperación de la dignidad nacional a través de la literatura. Al decadente cLima provocado por las ambiciones de los políticos de profesión y al autoritarismo, habrá, pues, que oponerle la dignidad de su poesía. Joyce, Lezama Lima como Gamaliel Churata son nuestros escritores-matrices. Sólo con ellos se escribirá en libertad. Y celebro a un peruano. Y no soy sobón.
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