jueves, agosto 21, 2008
Moshó y el gran libro de piedra.
Walter Paz Quispe Santos
Nada podrá medir el poder de las imágenes y sus colores en sus acuarelas. Esa sintaxis armoniosa en su composición pictórica, el tamaño que ocupan sus sueños, la imaginación y su fuego creador en los lienzos, las retóricas articuladas en sus movimientos y ritmos, la capacidad de seducción que presenta el artista Moshó. Hurgando en los recovecos de mi memoria peregrina puedo retrotraer aquella ocasión, cuando alguna vez me pidió una presentación para la publicación de sus mejores acuarelas. En esa oportunidad nos mostraba signos arrancados a la vida cotidiana de aimaras y quechuas, de diversos lugares. No veíamos en sus cuadros una ficción ni el veraneo del alma tranquila, sino la expresión total del hombre andino.
Era la época en que Moshó era profesor de la Escuela de Formación Artística de Puno y ya había roto la pequeña atmósfera del círculo académico de la Escuela de Arte y su nombre empezaba a recorrer por otras regiones y el país; sus cuadros despertaban admiración por todos lados, y era justo que así sea. No sólo existían en sus acuarelas y oleos destreza técnica y artística, modelos puros y perfectos, sino justamente el “pathos” de todas las pasiones que todo artista puede representar, la ruptura de los conceptos indigenistas, del tema campesino y de la expresión mitológica.
Han transcurrido varios años desde esos tiempos, y no hace mucho, nos vimos en la Escuela de Formación Artística de Juliaca, y como en una piedra de toque alrededor de los mismos avatares. Él intentando presentar una nueva forma de concebir el arte, rompiendo esencialismos y afiliado a los sincretismos forjando nuevos sueños desde su libertad, desde los imaginarios más abiertos y herejiarcos hasta esa búsqueda entre el enigma y el esoterismo de nuevas reelaboraciones, reinterpretaciones, coherencias globales de tópicos que las viejas culturas andinas nos habían legado. Yo en cambio, buscando darle alguna lógica y sentido al arte como crítica a partir de dos artistas de dos tiempos distantes, el viejo Salvador Dalí de quien pude espectar sus grandes extensiones hiperrealistas en Figueras allá en mi recordada Barcelona en torno al objeto surrealista más grande que había dejado a Europa. Y el otro perteneciente a las nuevas generaciones de pintores puneños como es Wilson Quispe Velásquez, conocido como “Moyas” que poco a poco va construyendo un verdadero legado pictórico para Puno y deja de ser sólo una promesa para demostrar talento y vocación por la pintura. Sus cuadros son muestras de una renovación pictórica, una ruptura de la tradición de los Laykakotas y los Quaternarios, una mirada profunda a la simbología e iconografía andina.
Moshó, es el creador del Orsismo, un ismo, andino que se trata de un sorprendente exponer itinerante de extraños artes hechos a propósito sobre montañas por desconocidos estetas, y figuras ensambladas en paramentos milenarios. Son tal vez monumentos al alba, a la grandeza espiritual del universalismo de los uros, puquinas, callahuayas, aimaras y quechuas; y Moshó nos invita pasear por las calles de esas imágenes, las del enigmático Tambomachay, leyendo a paso lento y desvelando, ese genial libro de piedra, donde cada rincón parece salir de los tomos engullidos de ese ur text construido piedra sobre piedra como decía el gran Pablo Neruda. Todos los personajes nacen de esas inexplicables sintaxis, como los caballos alados, las doncellas incaicas, los lagartos enigmáticos, morsas cautivas, rostros andinos, delfines hechizados, serpientes erguidas y cóndores soberbios, pumas broncos y escorpiones furiosos.
Caminando por las avenidas de las piedras de Tambomachay, Moshó nos permite, muy a su modo, a ser patriotas del tiempo interestelar y un espacio cósmico lleno de misterios y gratos descubrimientos. Sin duda, su arte es uno que inquieta y revela los subterfugios de metáforas y metonimias de piedras que subyacen desde el pasado a un presente recreado por una lluvia estival de piedra líquida chapoteado por sus aguas como una laguna temporal impeliéndonos a buscar nuestro rostro desollado, apenas escrutado por el esplendor de un siglo mojado que nos toca vivir. Que más Aurelio Medina Pacheco, has develado y revelado un nuevo libro singular que es un caballo que nunca hemos ensillado, un puñal que nunca hemos desenvainado, una escritura que no hemos aprendido a leer.
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4 comentarios:
respecto a la publicacion nada es convincente ya que menciona a artistas de puno a mosho a moyas, al nuevo ismo que es el orsismo, si nos ponemos a analizar detalladamente nos daremos cuenta que mosho y moyas no han innovado nada en el arte mas que todo han tratado de imitar y encima lo hicieron mal, que verguenza para el arte puneño. seamos analiticos antes de lanzar teorias o textos, les comento que hay artistas jovenes de puno que vienen triunfando en el exterior haciendo quedar bien a puno y defendiendo la cultura puneña, pero a ellos no los toman importancia que dilema no¡¡¡¡ seamos mas critico.
mosho esta loco ya ve y habla huevadas
PINTA MUY BIEN, PERO QUIERE HACER CREER SUS TRANSNOCHADAS, SEJA DE FUMAR.
El maestro Moshó es un hombre de ciencia, eso se puede ver muy claramente, claro que una persona que limita su visión solo puede juzgarlo con los cánones que le enseñaron, es decir es conducido y cree que todos deben de ser igual, normalmente cuando surge algo nuevo muchos lo confunden, otros lo toman como no tuviera sentido, otros simplemente están lejos de entender, yo como consumidor del arte y admirador de Leonardo de Davinci puedo opinar que el arte Moshó es original, por tanto eso le da valor y si piensan lo contrario no tenemos que ocultarnos en una cortina de nube, sino en un escenario real avaluarlo. Luis de la Puente y Casa
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