viernes, setiembre 01, 2006

Ellos como Maquiavelo, nosotros como Quijote





Walter Paz Quispe Santos.


Todos los que hemos leído alguna vez el libro de Cervantes, sabemos que Quijote se volvió loco al leer las novelas de caballería hasta llegar al delirio. Y hoy que vivimos la sociedad del espectáculo a través de la televisión y la galaxia internet, este personaje se ha convertido en la figura y paradigma que explica nuestra condición de espectadores cuando nos encontramos frente a las imágenes que consumimos de estos medios de información.

Los habitantes de una ciudad como Puno, Lima, Arequipa podemos llegar a consumir unas 800 imágenes diarias, en los paneles, carteles, los medios impresos, sobre todo en la televisión y el Internet. Por ejemplo todos sabemos que ocurre una guerra injusta en el Líbano no porque hayamos estado ahí sino por las imágenes de la TV y el Internet. Por lo tanto, hay una ausencia de frontera entre realidad y representación, y así comprobamos el poder de las imágenes sobre nuestro concepto de verdad y consideramos cierto lo que a través de ellas se representa. El efecto realidad, como lo llama el viejo Roland Barthes en la “Camara Lúcida” hace que entendamos cualquier representación visual como un documento y por tanto, no pongamos duda en su contenido.

Es decir todos actuamos como Don Quijote seducidos, turbados, encantados, atrapados, enamorados, locos por las telenovelas, los chats, los correos electrónicos, la moda, el cine pirata –me refiero a los DVDs piratas- los desnudos hasta el ciberporno. Para eso hemos sido cuidadosamente investigados hasta la intimidad y nuestros deseos sondeados periódicamente. Y claro, los reproducimos diariamente, asumimos sus patrones y construimos nuestros imaginarios en base a esas regulaciones mediáticas y también nuestros miedos o terrores visuales.

Por ejemplo, la televisión y el Internet nos venden el terror a ser viejo o vieja, y diariamente gastamos, cremas, tintes, programas gimnásticos y en extremo procedimientos quirúrgicos para parecer jóvenes. El terror a ser gordo o gorda, de ahí que muchos estemos presionados por la talla, la moda y la industria de las dietas y productos para adelgazar. Hay más terrores: el terror de no tener dientes perfectos, el terror a la caída del cabello, el terror a tener los genitales pequeños sobre todo en la sacralización del pecho femenino, terror a no usar ropa de marca, terror a no tener una casa y un carro como en las revistas; y hay unos terrores culturales peores, terror a ser negro o moreno y el deseo de ser blanco, terror a ser homosexual, terror a ser catalogado como aimara, quechua, provinciano o campesino. También existen terrores políticos: terror a no ser occidental, terror a ser musulman. Puedo seguir con más del terrorismo maquiavélico que contradictoriamente gusta y se aspira hasta el éxtasis.

Preguntémonos ahora: ¿quiénes hacen estas imágenes y para qué las hacen? Por qué todas ellas emiten mensajes que adquirimos de forma inconsciente de tal manera que, al deglutir la información que recibimos, no tengamos las riendas sobre lo que pensamos, sino la que tienen otros. Estos persuasores ocultos son los maquiavelos modernos que nos venden el detergente, no el valor de lo blanco, o lo suave; pero nosotros creemos adquirir lo blanco y lo suave. Maquiavelo sigue dando lecciones sobre la competencia de conquistar el poder o para mantenerse en él, en un universo donde casi todo pasa por la construcción de las apariencias, de imágenes, esto es por los medios de comunicación social.

Maquiavelo, encuentra que los recursos de la simulación, que la retórica y las apariencias, la imagen y lo verosímil, el pragmatismo y los métodos de engaño son inestimables recursos para la gobernación. Y vuelve a actuar en el siglo XXI, desde el inmenso arsenal de los recursos que la moderna tecnología de las comunicaciones globalizadas pone a su alcance.

Ciertamente usamos a Maquiavelo y a Quijote para explicar la fuerza de los mitos y su repetición consciente de sus gestos paradigmáticos en el devenir de la sociedad contemporánea. Cuando escribe Maquiavelo en 1512 la imprenta era un invento reciente y cuando Cervantes escribe el Quijote en 1605 y 1615 la imprenta había tenido tiempo para hacer estragos en la sociedad de su tiempo. Nosotros que vivimos instalados en la transpolítica, secuestrados por los signos, nuestra situación no es distinta a la del hidalgo manchego. La globalización de las comunicaciones ha convertido el mundo en un gran libro electrónico de caballería abierto, una inmensa pantalla de televisión o la red, y los caballeros actuales sonríen, prometen, ofrecen un producto, administran nuestros deseos y nuestras expectativas, y también están las Dulcineas que tanto nos encantan. Maquiavelo es el señor del entorno urbano, y se cuela de rondón en el espacio privado de la vivienda, desde el mueble parlante, factoría de imágenes, que constituye el centro de nuestra sala de estar.

La sociedad de consumo, con sus quijotadas, quijotismos y maquiavelismos como podrá mirar amigo lector, como lo dijo el gran Baudrillad ahora se explica por la relación signo – consumo y así, como bien lo anota el conocido Jurgen Habermas, sólo se ha “refeudalizado”.

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