viernes, setiembre 01, 2006
La poesía construye también la ciudad.
Walter Paz Quispe Santos
Los poetas no tenemos temas sino estados de ánimo. La poesía es una manera de fijar y de ordenar emocionalmente esos ritmos o pulsaciones de nuestras vidas. Y el poema es siempre una carta de amor a la tierra que nos vio nacer. La grandeza de la poesía consiste precisamente en que a través de ella podemos imaginarlo grande y en permanente crecimiento espiritual. La poesía también es un verdadero programa político de fe, un acto de cambio social y un modo de imaginar la felicidad. Sino recordemos el mayo francés del 68 donde se recurrió a la poesía para combatir las iniquidades sociales, la frustración y el estancamiento cultural, o la reivindicación del indio por parte del grupo orkopata en la década del 20 del siglo pasado.
La poesía funciona siempre para la sociedad y para el poeta como la construcción de un mundo alternativo, como la expresión de cierto deseo de lo nuevo, de una voluntad por subvertir el estado de las cosas, y de promover un universo diferente. Es que los poetas tienen cien veces más sentido común que los políticos, imaginando la realidad encuentran más verdades posibles que las que plantean los políticos empeñados en la demagogia y la informalidad.
¿Pertenece la poesía, al poder entendido como un acto de voluntad y civilización, a la cultura también entendida como poder? Verdaderamente la poesía no puede estar encasillada en un programa político corriente, o servir a ella, como ocurrió con los marxismos o los cristianismos. La poesía parametrada siempre ha envejecido de intrascendencia o ha muerto pecadora de mucho servilismo. Pero así como existe la poesía prestidigitada y servil, también existe una poesía política que ha construido verdaderos imaginarios sociales, culturales, políticos en relación participativa con los “espacios públicos” como son la nación, el país, el Estado, el pueblo, la cultura, la rebelión, la subversión, etc. Sino revisemos el gran proyecto que tuvo Gamaliel Churata con “El Pez de Oro” de construir un nuevo hombre amerindio que se comunique a través de una lengua híbrida producto de la mezcla del quechua, aimara y el castellano. Una mirada atenta a la poesía -y también la música puneña- desde la colonia hasta nuestros días nos harán mirar que buena parte de la imaginación poética se debatió en categorías cartográficas. Mapas y metamapas que se disputan metafóricamente la geometrización de la ciudad. Es decir, palabras y categorías abrumadoramente espaciales: líneas, redes, segmentos, flujos, reflujos, errancias, capilaridades, transversalidades sobre aldeas y pueblos, ríos y lagos, cerros y pampas, alturas y llanuras, etc.
Ciertamente Platón dudaba de la función de la poesía en la República posible, pero Gamaliel Churata y Carlos Oquendo de Amat no. Esta muy claro que el proyecto más urgente para estos poetas consistió en aprender a pensar razones o topoi y no Razón. Pensar desde los topoi ha de resultar, sin duda, un gratificante ejercicio de futurismo sobre todo para una ciudad imaginada o real. Para comprender mejor nuestras disquisiciones una aclaración es necesaria: hacer poesía no es hacer política, ni hacer política es hacer poesía. Son dos actividades diferentes con finalidades diferentes. Sin embargo, eso no significa que la poesía tenga su dimensión política, así como la política tenga su dimensión poética. Hay poemas que son verdaderos manifiestos políticos revolucionarios y discursos políticos que son verdaderos ensayos poéticos.
La palabra Puno, cuya referencia inmediata es la ciudad o la región, no sólo se entiende mejor desde una perspectiva geográfica, como estamos acostumbrados a hacerlo “somos puneños” o “poesía puneña” tampoco desde una visión lingüística: “somos aimaras”, “poesía aimara” “poesía quechua” sino es mejor entenderlo desde una dimensión mayor que es la histórico cultural. En ese sentido, nuestros poetas siguen entendiendo la poesía como un acto supremo, una metáfora encarnada en la Historia dotando a la realidad de un poder imaginario superior que redundaría a favor de esa dimensión andina. De ahí los momentos destacados en que la poesía se hace visible: “el indigenismo poético” por ejemplo, o la cotidianeidad y lo coloquial de la poesía del la generación denominada “Oquendo de Amat” hasta las últimas producciones poéticas del 90 donde la poesía estuvo signada por la defensa de la vida frente al caos, la desolación de la violencia que vivió el país.
La poesía como necesidad estructurante de la puneñidad y el puneñismo, o la andinidad y el andinismo, así como un factor movilizador de una nueva cartografía de lo imaginario tiene legitimidad en la sociedad actual, y es así como se ha institucionalizado la literatura puneña. Un breve canon de nuestra poesía puneña ciertamente recurriría a esos prototipos temáticos como criterio selectivo. Al menos las pocas antologías existentes responden a esa cohorte cronológica y temática.
Ahora que vivimos el tiempo electoral y la preocupación por la ciudad es la condición sine qua non en el debate político y persuasivo, el discurso sobre el espacio irrumpe poderosamente en los diseños de la vida cotidiana de los pobres puneños y su clase media empobrecida, el paisajismo andino, los sueños cosmopolitanos de una arquitectura moralizante, el ordenamiento como en las grandes ciudades europeas o norteamericanas, los proyectos de lugares fabriles, familiares, escolares, mercantiles, carcelarios, psiquiátricos, y demás devaneos; nos damos cuenta que el espacio se convierte en polis que se pone al servicio de la ciudad; entonces recuerdo la poética del espacio de Bacherlard y sus intentos de elaborar los principios de una imaginación material en la que la ensoñación poética, estado intermedio entre el sueño y la vigilia, trabaja a partir de la sustancia que transfieren los cuatro elementos: fuego, agua, tierra, aire, que según él son las hormonas de la imaginación. Y pienso una vez más en la poesía como un sueño de las imágenes de la materia y a la belleza formal como un ropaje que adorna la más profunda y oculta sustancia material.
En tanto, dentro de los modos de ver Puno, existen dos que me parecen significativos. Una es cuando nos subimos a un avión y podemos observar la región desde todos los ángulos: y comprobaremos que los pueblos se han levantado alrededor de un río o el lago titicaca, así surge en nosotros la noción de cuenca, que es muy útil a la hora de imaginar alguna forma de desarrollo; y la otra, es cuando subimos al cerro Azoguini y al mirar la ciudad comprobamos que Puno parece una ciudad en construcción, vemos por todos sus rededores ladrillo y cemento mas fierro, y luego imaginamos una ciudad que se levanta después de haber sido sacudido por un terremoto, pero no es así, sino que Puno se ha convertido en caricatura de las grandes ciudades sin personalidad colectiva. Lo que necesita cambiarse si se quiere ser un potencial turístico y cultural.
Y claro, como lo podrá advertir el lector, motivan estas líneas la candidatura de Boris Espezúa Salmón, poeta del 80 al Municipio de Puno, y nos ponemos a imaginar la posibilidad de la cultura y la cultura posible. Algo que los políticos con saco y corbata olvidan siempre. No es la primera vez que en nuestro país la poesía quiera tomar el poder o derribarla. Y si en nuestra bárbara civilización hemos hecho de los poetas en símil de dandy hasta de bohemio, ahora podemos hacer un símil de burgomaestre en contra de los artefactos platónicos o las zancadillas aristotélicas. Ánimo Boris mi voto será siempre por la poesía y los poetas.
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