Walter Paz Quispe Santos
Todas las artes han producido maravillas, sólo el arte de gobernar ha producido monstruos, nos dice Saint Just. Y en efecto, si nos ponemos a revisar el perfil clínico de los líderes encontraremos que muchas de sus motivaciones estuvieron impulsadas por una obsesión de un poder enfermo, una fiebre del poder, el delirio y el vértigo del liderazgo. El liderazgo político es un papel que se puede desempeñar de una manera rutinaria y conservadora, de una forma liberal o de una forma innovadora, progresista o revolucionaria. Los primeros representan la masa, los segundos interpretan la muchedumbre, los últimos arrastran a sus seguidores, entre los cuales los hay de varias clases: los fieles idealistas que creen en una idea, los mercenarios a quienes les conviene creer y los que siguen la moda, la presión exterior de lo moderno o lo posmoderno, como nos lo dice muy bien el médico español Francisco Flores.
El liderazgo es una transacción pública con la historia que supone la capacidad del hombre para movilizar masas que persigan un fin, bueno o malo, de libertad o dominación, de paz o de destrucción. Aproximarnos a explicarlos desde una perspectiva clínica nos conduce a preguntarnos si el genio es el florecer de la salud o la anomalía de la enfermedad. Al respecto hay una clasificación de líderes con peculiaridades sugerentes propuesta por David Riesman en su famosa The Lonely Crowd. Por ejemplo están en primer lugar los hombres, prohombres y hombres no de pro, dirigidos por la tradición, conservadores, que valoran, sobre todo lo institucional, ritual y ceremonial; la lógica y la realidad suficiente. En segundo lugar, se encuentran los hombres dirigidos por sus propias convicciones, encarnación de una idea; aquellos que se guían por su actitud e impulsos internos, por su fantasía y sueños revolucionarios y progresistas. Y en tercer lugar, tenemos a los hombres cómodos que se dejan dirigir por los demás, conformistas, seguidores de lo último que se lleva, manejado por la moda, la presión exterior y lo moderno y liberal.
Todas estas formas de liderazgo los observamos en la actual contienda electoral. Todos buscan el poder, están obsesionados por la misma. El poder muchas veces es una fuerza al servicio de una idea, pero también puede ser un hombre y un grupo de hombres y una potencia organizadora de la vida social. Pero en esta perspectiva de entender el poder, es necesario obrar o de producir efectos dentro de una esfera de actuación que en las contiendas políticas supone autoridad. El viejo Max Weber promovió una tipología muy interesante sobre la autoridad: la legal, característica de las sociedades modernas democráticas; tradicionales patriarcales y carismáticas o de sumisión, la ejercida por el profeta, el héroe o el demagogo.
Hay una clínica política que estudia como los que sufren el delirio del poder confunden sus interpretaciones de la realidad con la realidad misma, lo que en extremo produce una “fiebre de poder” una enfermedad muy común en nuestros políticos nacionales, regionales y locales. Los encasillamientos en el pensamiento y la acción en una evidencia enajenada, invulnerable a la oposición, y en muchos aspectos lo hacen pensar que nunca pueden equivocarse y las cosas son como son. El medico Francisco Flores nos dice al respecto que “este endurecimiento cerebral, esta esclerosis intelectual conduce a una salvaje y maniquea selección del mundo y de la realidad, en que no existe más que lo que halaga, adula y confirma su obsesión; todo lo demás es envidia o ciega oposición”. Y parece confirmarlo todas actitudes y pasiones de muchos políticos y también algunos marxistoides que no pueden ver la realidad de otro modo mas que desde la arcaica visión de burguesía – proletariado, base – superestructura, etc.
Dentro de estos perfiles que esbozamos para entender mejor algunas actitudes políticas, tenemos también los aportes de Lowell. El nos sugiere por ejemplo: 1. Los descontentos del presente y esperanzados del futuro, radicales. 2. Los satisfechos con el hoy, optimistas del mañana o liberales. 3. Los contentos del ahora, pesimistas del porvenir y conservadores, y; 4. Los descontentos del presente y sin esperanzas en mañana o revolucionarios. Son por lo visto cuatro biotipos humanos que según el médico Flores, una vez llegados al poder van a coincidir en una misma obsesión: la proyección de sus responsabilidades en un delirio de abstracción del poder en que la culpa la tiene siempre el otro, es decir, aquella institución republicana del lugar común que no nos permite avanzar: la cultura de la queja.
En este delirio electoral y bajo esta peligrosa fiebre de poder viven hoy muchos políticos puneños haciendo abstracciones como la raza, el pueblo, la región, los quechuas y aimaras, la inocencia, el programa político perfecto, y muchas otras categorías; el otro se convierte también en abstracción: el enemigo, el rival, el opositor, envidioso, el que no le deja gobernar, etc. Las consecuencias de las actuaciones políticas son también abstracciones: soy el mejor, el único, el salvador, el logrador, la misión cumplida, etc.
Hoy en día estas obsesiones y obnubilaciones por el poder viene maquilladas por los medios de comunicación que buscan influir, mover y manipular a través de la propaganda para que muchos ciudadanos electores sigan como borregos el pesimismo de su rebaño. Tenía mucha razón Bacon cuando sostenía que la historia ilustra al hombre, la poesía agudiza su ingenio, la matemática le da sutileza, la filosofía le hace profundo, la ética serio, la lógica y la retórica dialéctico, pero el arte del poder y la política, lo enloquece.
Fuente: Los Andes.
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