sábado, setiembre 02, 2006
La universidad negocio.
Walter Paz Quispe Santos.
Algunas universidades peruanas han encontrado el momento actual como oportuno para valerse del mercado. Por eso, ponen sucursales en todas partes que parapetadas bajo el adjetivo de académico, buscan concentrar la mayor cantidad de estudiantes de todos los lados.
Allí confluyen por ejemplo los fracasados y desempleados, de carreras diferentes al de Educación para realizar la complementación “académica” por dos años, que se reducen a sábados y domingos. Y también los que no pudieron ingresar a las universidades del país, en las sucursales han encontrado la mejor forma de ingresar sin inconvenientes, sólo con pagar puntualmente el costo económico aseguran una aprobación de asignaturas que igualmente son una estafa intelectual.
Sin bibliotecas sólidas, ni profesores calificados; la universidad negocio se alza como una modalidad mediocre e irresponsable, y reparte “títulos y grados” como casinos o naipes, al mejor postor. Así nuestra región se ha inundado de licenciados, magísteres y doctores para todos los gustos, en los que no se observan cambios cualitativos en lo profesional. A estas “universidades” no les preocupa la formación del futuro profesional, la investigación, ni los perfiles que se exige para desempeñar una carrera profesional. Basta con revisar el silabo del currículo que ofertan para demostrar que la miseria intelectual preside sus actividades.
Lo preocupante del asunto es comprobar que se pone mucho interés en la ganancia económica de los dueños, a los que eufemísticamente se les llama “promotores”. Mala denominación para ellos, porque no promueven nada. Al menos eso se ha comprobado de sucursales de universidades muy cuestionadas procedentes de Chimbote, Moquegua, y algunas poco serias de Lima y que no se encuentran ubicadas ni en el último lugar de los rankings de calidad.
En nombre de la mal empleada “autonomía universitaria” y concesiones de leyes mal planteadas para la iniciativa privada, las universidades negocio, solo contribuyen a aumentar la crisis de nuestro país y de nuestra región. Su aporte al desarrollo regional y el surandino es nada en lo económico y académico. No hay investigaciones serias y bien orientadas que hayan cooperado a nuestro desarrollo ni buenos profesionales egresados de esos artificios poco institucionales que valga la pena citar.
Es momento de pensar y repensar nuevamente la misión de la Universidad en el desarrollo nacional y regional, y preguntarnos: cuál es su razón de ser, su justificación, sentido y destino. Y plantear las formas de participación de las instituciones universitarias en la dilucidación y elucidación de nuestros imaginarios locales, regionales y nacionales. No podemos seguir concibiendo una universidad separada de nuestros proyectos de desarrollo, ni fomentar más islas que sólo contribuyen a empequeñecer más a la región y sus ciudadanos.
Entrar en la lógica del mercado no es malo. Las universidades en el mundo lo hacen: buscan dominar los mercados, poner sucursales y absorber y controlar instituciones que refuercen su prestigio y poder. Una biblioteca, un laboratorio, un canal de televisión, investigaciones locales y regionales presentadas en las revistas de divulgación científica, se conectan a bases de datos de información de calidad y cantidad, cualquier fondo presupuestal importante o proyectos de relumbrón. En sus interiores la pasión por el saber toma la forma de la pasión territorial, se asume las leyes del mercado y se dividen por carteles, se instituyen nuevas especialidades que merecen nombre, oficinas, laboratorios, personal y presupuesto propios.
En nuestro caso, la burocracia itinerante llamado universidad, todo se reduce a un trueque sencillo: dinero a cambio de un título o diploma. Los servicios no cuentan. La culminación de esta operación simple, es la universidad negocio que vende credenciales y hace decir a muchos puneños “eso que importa, lo que sirve al final es el título profesional”.
Es hora que los puneños exhibamos diplomas acreditados que nos den identidad, legitimidad profesionales bien ganados y no títulos obtenidos en instituciones de octava categoría.
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