Walter Paz Quispe Santos
Querer eternizar la festividad de la Virgen de la Candelaria, introducirla juntamente con las melodías en una trompeta, asirla con nuestras emociones en las danzas y santificarla en los pedestales con fe es tal vez el atisbo social, o la solemne espera cuando el tiempo abre el alma de febrero. Esa intimidad nos condena a revivir el pasado y es cuando plantamos la nostalgia sobre la semilla del recuerdo para retrotraer lo que hemos guardado en las maletas del año anterior, las máscaras, polleras, pelucas, luces, los bordados relucientes y el calor. Generosamente la memoria nos devuelve nuevamente la devoción y la unción cristiana, y lentamente nos sumergemos en el fuego sentimental, y es cuando musitamos oraciones a nuestra virgen y las palabras que humean de los incensarios destrenzan músicas que nos abrasan y consumen fervorosamente en el movimiento, en la antigua relación de los hombres y mujeres que se reencuentran en la danza y la magia y el hechizo de sus pasos y coqueteos.
Vuelven a expresarse una vez más nuestras manifestaciones culturales, llegan como las balsas y los botes repletos de alegrías, o como rosadas nubes para florecer como rosas tropicales en la kullahuada o la kallahuaya. Vuelven siempre jóvenes despojadas de cansancios como en las diabladas o tuntunas, o solemnes y fastuosas como en los morenos y rey morenos, y al final después de darnos un beso se marchan en solitario como si nunca hubiesen existido. La festividad de la Virgen de la Candelaria es representación y contemplación a la vez.
La danza en Puno es conocimiento y liberación, una actividad poética del movimiento, el ejercicio espiritual de la cultura, y siempre tiene un valor de propuesta y de cambio; no sólo actúa de decodificador y crítico de las realidades que pasan ante nuestros ojos como sí solos fuésemos testigos de la historia. La Danza en Puno es ante todo un diálogo consigo mismo y con una tradición. No se danza desde la nada ni para nadie, y a veces se danza para uno mismo. En ese sentido nuestro yo espectador le da gracias siempre al yo manifestador; mejor dicho, al yo danzador. ¿Cómo transmitir esas emociones a audiencias acostumbradas a conocer hechos sólo a través de la lectura? Es preciso danzar, para sentir la danza, y es una manifestación de la sabiduría sobre lo que se siente y lo que se considera no sentir. La festividad de la Virgen de la Candelaria es inspiración y respiración.
La danza es además un nuevo raciocinio, es un nuevo estilo definido de inteligencia emocional y una necesidad práctica de todos. Se danza para liberarnos interiormente, para unirnos y reunirnos en la sublimación, la experiencia, sentimiento, la intuición y la organización de la felicidad personal y social; la danza pone en evidencia los límites del pensar y actuar, y revalora el sentir como dimensión olvidada de lo humano. Y el poblador puneño los justifica al encarnarlas, les da vida, les brinda el acento majestuoso de la presencia reveladora de la creación. Danzar es crear y el acto creador es manifestado en el arte, y el arte es un modelo de interpretación de la realidad, y la realidad es una representación de lo real; y, lo real es el mundo de la actividad concreta de los seres humanos. Sólo así comprenderemos la coreografía y el símbolo de quechuas, aimaras, puquinas y urus, callahuayas e hispanos que han hecho de la danza su epifanía, su esplendor de significados en Puno.
No hablamos de la danza puneña entendida desde criterios estrictamente geográficos donde se entiende como puneño todo lo que pertenece a Puno; es decir, al lugar; ni mucho menos usando criterios lingüísticos señalando una danza aimara, quechua, y otros, sino más bien desde una opción histórico cultural, o sea ubicando a Puno dentro del desarrollo andino y panandino que resulta a la luz de las reflexiones antropológicas la que más guarda relación con nuestro pasado, el presente y la creación de nuestros futuros posibles y deseables.
El itinerario que han seguido nuestras danzas han estado jalonados de momentos memorables e históricos hasta su agonía, por ejemplo el Padre Jesuita Ludovico Bertonio registró en 1612 como modos de danzar o bailar, la chiachiata, apalthata, ichuta, huayñufita, por citar algunas de ellas; hoy estas danzas ya no se ven, probablemente desaparecieron en la bruma de los tiempos y algunas cambiaron de nombre. Las danzas de hoy en expresión y contenido son manifestaciones de la modernidad, consagran el instante altiplánico y convierten el transcurrir histórico en arquetipo. Así los choquelas, o el carnaval de Socca, o la llamerada son consagraciones socioculturales. Consagraciones míticas, épicas o epopéyicas de la andinidad y el andinismo de nuestra contemporaneidad. Cada cultura concibe su propia modernidad y se vale de ella, esos procesos son producto de años de conflictos y resoluciones, de transformaciones y regularidades, de tesis y antítesis, de equilibrios y desequilibrios, que involucran costumbres e instituciones, los espacios físicos y ecológicos, la actividad productiva y la convivencia cotidiana, las creencias e ideas, los espacios interiores y mentales, las nociones del tiempo y el futuro. Así la andinidad que es concepción se expresa en el andinismo que es su realización. De algún modo, este movimiento rítmico impregnado de colores y sonido son expresiones de la sensibilidad de la diversidad, y la diversidad es hija de la historia. Cada etnia y cada cultura engendran la danza que el momento y el genio colectivo les dicta.
La dispersión de la danzas en mil formas en el espacio altiplánico y ribereño hacen que cada una de ellas tracen su historia y biografía, y cuyas tonalidades son como los matices del arco iris: el conjunto de sicuris Qhantati Ururi de Conima o el 27 de Junio Nueva Era, así como el conjunto de Sicuris del Barrio Mañazo no son más que el coro al sonido o al único lenguaje musical de la armonía, el ritmo o el contrapunto que es revelación de la libertad humana.
Finalmente, la Federación de Folklore y Cultura de Puno, institucionaliza la práctica de la danza, donde los movimientos y acciones de las danzas condicionan el curso del devenir. Allí nada ni nadie es inútil, todo contribuye a dar contenido a la sociedad. Las danzas dejan paso, rastro y huella en quienes la realizan y en el contexto intra e interpersonal en ellos generan afectos y expectativas, reacciones, experiencia e historia porque la condición humana de danzar es imborrable. Ni siquiera el olvido y la confusión que a veces encubren el origen y significado de nuestras danzas, pueden deshacer el acto de impedir de seguir danzando. La acción humana le da sello de creatividad, singularidad y originalidad, y por ello es imprevisible que deje huellas y señale “guiones” esquemas para acciones posteriores, cada acción del diablo o la china diabla que danza incorpora la experiencia pasada y genera la base para la nueva festividad que ya no puede arrancar de la nada.
La cultura social compartida, su consolidación en la danza, en el ejercicio de la libertad y la decisión libre, además de la actividad creadora es darle continuidad a las tradiciones. Y la danza, más que inventar realidades prolonga el pasado en el presente, la proyecta hacia todos nuestros futuros posibles y deseables por eso danzar en Puno y en la Festividad de la Virgen de la Candelaria es suscribir nuestros compromisos con nuestro destino porque el destino de nuestras danzas nos pertenece.
Fuente: Los Andes.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario