viernes, setiembre 01, 2006

Marxistas, marxistoides y marxistomanos.




Walter Paz Quispe Santos


Corrían los años del siglo XIX. 1841 para ser exacto. Moses Hess, uno de los filosofos revolucionarios alemanes de la época, escribía emocionado a Berthold Auerbach. “Te alegraría conocer a uno de nuestros amigos, si bien ahora se encuentra en Bonn, en cuya universidad va a dar clases muy pronto… A pesar de la proximidad de nuestras actividades, me han producido una gran impresión; prepárate, pues a conocer muy pronto al más grande y probablemente el único auténtico filosofo actual. Dentro de poco, cuando sea conocido por el público (a través de sus obras y de sus clases en la Universidad), concentrará sobre sí las miradas de toda Alemania… El doctor Marx, éste es el nombre de mi ídolo, es todavía muy jóven (apenas tiene veinticuatro años). El será quién dé el golpe de gracia a la religión y a la filosofía medievales; en él se compaginan el espíritu más mordaz con la profunda seriedad filosófica: imaginate a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel unidos en una persona, fíjate que digo unidos y no arrojados en el mismo saco… éste es el doctor Marx”.

Con esta presentación y buenos augurios Marx empezaba a recorrer como un fantasma Europa y se convertiría en el más grande agitador de siglos por todos los continentes. Desde esa época hasta ahora han pasado varios años de “servicio revolucionario obligatorio” y mucha agua bajo el puente. Porque muchos leyeron y se inspiraron en él para emprender verdaderas aventuras revolucionarias, y hoy aún existen fervientes lectores que creen que es el Dios de las luchas revolucionarias, el materialismo y el ateismo. Por eso no me sorprendió ver a algunos marxistas en España, prendiendo velas alrededor de su imagen. Raras devociones y actos de fe.

La extensión universal del marxismo y la presencia de marxistas en todos los países son hoy en día hechos innegables. El marxismo se ha convertido en un componente de la cultura contemporánea, en un importante elemento de las políticas interiores y de la política mundial. Y hoy ya casi se puede hablar de marxismos en plural, –antes no-. Entre los marxistas más notables encontramos pensadores y hombres de acción victoriosos como Lenin y Mao; o víctimas como Rosa Luxemburgo, Gramsci, Trotsky; pensadores próximos a la acción como Lukács, Bauer, Pannekoek; e investigadores intelectuales como Reich, Lefebvre, Althusser. Unos pueden situarse a la izquierda dentro de un radicalismo revolucionario: Trotsky, Rosa Luxemburgo, Pannekoek. Bauer podría colocarse a la derecha, mientras que Lenin, Gramsci y Mao son tipificados como representantes de la ortodoxia, Reich figuraría como marginado y Althusser como vigoroso renovador, mientras Lukács y Lefebvre se mueven en el interior de la zona de libertad crítica. Claro que hay más celebridades en el jardín marxista que la brevedad del espacio no me permite mencionarlos.

En Latinoamérica también el marxismo tuvo grandes representantes y en nuestro país tuvo en José Carlos Mariátegui a su conspicuo defensor. Pero así como existen marxistas memorables y citables, también el adjetivo empezó a tener sus arrugas. Me refiero a una sucesión de marxistoides y marxistomanos que se han dedicado a repetir como cajas de resonancia, toda esta variedad de postulados y querer extrapolarlos en realidades como la nuestra, sin ninguna reinterpretación ni reflexión alguna y al puro estilo del despotismo estalinista.

Hoy los marxistoides que fosilizan el marxismo y marxistomanos que sólo pueden explicar la realidad con manuales de marxismo son una fauna “posmoderna” muy peculiar. Son raras avis en extinción por su falta de renovación, profundidad e imaginación en sus planteamientos. Están, si los quieren mirar, en las universidades, institutos superiores, organizaciones y sindicatos; recitando sus retóricas dicotómicas muy conocidas: base/superestructura, ser social/conciencia social, materialismo histórico/ materialismo dialéctico, etc.

Tal vez sea oportuno recordar a Alberto Flores Galindo quién había advertido hace muchos años atrás este padecimiento izquierdista e intelectual y sostenía “hemos sido una intelectualidad muy numerosa, pero a la vez poco creativa. Incapaces de dar a nuestro propio país la posibilidad de un marxismo nuevo” Asi mismo señalaba que “el socialismo no debería ser confundido con una sola vía. Tampoco es un camino trazado. Después de los fracasos del estalinismo es un desafío de la creatividad. Estabamos demasiado acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero si se quiere tener futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad. Reencontremos la dimensión utópica. El socialismo en el Perú es un dificil encuentro entre el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las tradiciones más lejanas, pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro. Renovar el estilo de pensar y actuar. Lo que resulta quizá imposible sin una ruptura con esos izquierdistas excesivamente ansiosos de poder, apenas interesados en lo que realmente sucede”. (“Los rostros de la plebe” 2001: 198)

Han pasado quince años desde que Flores Galindo les había advertido a los dedicados al marxismo y las ciencias sociales que si no cambiaban iban a fosilizarse. Y en efecto, ahi los tenemos hoy petrificados con ideas envejecidas como marxistoides y sin imaginación repitiendo los dichos y máximas de los marxistas del siglo XIX, y cuando los vemos moverse en los medios de comunicación o en los discursos orales y escritos producidos por ellos, observamos la poca profundidad y un lenguaje calcado de los manuales universitarios, convirtiéndose así en marxistomanos sin marx ni marxismo.

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