viernes, setiembre 01, 2006

Ética ciudadana y virtudes públicas




Walter Paz Quispe Santos


La ciudadanía puneña vive la agonía de las virtudes públicas, no se ha visto jamás tanto desorden moral y crisis de valores. Aunque hay muchos que hablan de valores pero no lo hacen con valores, es como esa gente que busca el respeto sin ser respetable. En los últimos cincuenta años nuestra sociedad regional no se guía por una moral responsable, al contrario los niveles de corrupción institucional, en todos los sectores públicos empezando desde el gobierno regional hasta las organizaciones sociales y sindicales crecen en el entramado “ilegal” de sus redes sociales. Tanto así que algunos piensan realizar una sociología de la inmoralidad o la corrupción, buen tema para un doctoral o magíster en las universidades de Puno o Juliaca.

Ya lo había señalado Erich Fromm en uno de sus libros: “En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte”. Dicho de otro modo, desde su libertad el hombre se hace así mismo: es constructor y construcción a un tiempo. Por ello es responsable de sí mismo y de lo que hace y por tanto, también es un ser moral. Sin embargo, en Puno, la inmoralidad es el lugar común en todos los niveles y modalidades: en los cargos públicos de confianza y también en la ciudadanía si de deberes u obligaciones se trata. Queremos recibir todo y mucho pero no damos nada.

Existe una especie de adicción o dependencia inmoral o antiética que son términos concurrentes que expresan la pérdida de libertad interior ante un deseo, reflejada, como decía Kant, no en la incapacidad de eliminar el deseo que se agiganta y se vuelve incontrolable e incontenible para la voluntad y la libre elección. Estas adicciones que son como las adicciones a la droga se encuentran ubicadas en las adicciones no tóxicas, como a la comida, el sexo, la televisión, la compra, el juego, las actividades ilegales, el robo, incendio y el estupro.

El corrupto o inmoral no llega fácilmente a la conciencia de ser tal, porque sufre una “enfermedad de la negación”.Cuando existen denuncias y acusaciones siempre son negadas y son motivo de amedrentamientos y sólo se reconoce cuando existen demasiadas evidencias. Algunos le llaman “enfermedades invisibles” por la propensión de buscar pasar por inadvertidas.

Para ilustrarnos mejor sobre el tema, en cada pueblo, al igual que en cada individuo existen multitud de costumbres a los que se le llaman mores que regulan la vida cotidiana. Por ejemplo el deber de respetar a los mayores, la prohibición de apropiarse de lo que pertenece a los demás o la obligación de cumplir las promesas. El conjunto de estas “mores”, costumbres, constituye la moral de un pueblo o de una persona ciudadana y como es sabido apelan a los valores que trascienden y le dan sentido. En las sociedades modernas se traduce en un código de normas que regulan la acción individual y colectiva que se consideran correctas y mas concretamente la práctica de valores o virtudes en el ámbito público o privado. Ciertamente existen dos tipos de moral: la moral como contenido que se refiere al contenido concreto de una moral; es decir, las normas y los principios que según la comunidad o persona regulan el comportamiento correcto. Así entendido el corpus general de nuestra moral es: cumplir con las obligaciones y promesas, proteger a los hijos, ser honrados y honestos con los demás, no robar el presupuesto publico, no al engañar a la población con falsas promesas, y muchas que se conocen en demasía pero que no se practican. Por otro lado existe la moral como estructura que es un rasgo constitutivo de la naturaleza humana, el carácter abierto nos implica a definirnos constantemente en la elección y los actos que realizamos. Por ejemplo ante una determinada situación de inmoralidad, donde un Alcalde o un Director de una UGEL comete actos de nepotismo, un ciudadano puneño elige entre denunciar la situación o no hacerlo, pero debe decidir, no esta en su mano abstenerse, pues eso mismo constituiría ya una decisión. La libertad nos permite elegir entre esto y lo otro, pero no nos permite no elegir, es decir, no se puede elegir no ser libre o no ser moral. Concebido de esta manera el ciudadano puneño como ser humano puede ser moral o inmoral pero no amoral, pues posee una serie de normas concretas de acción a lo que hemos llamado moral como contenido pero también se encuentra obligado por su libertad de acatarlas o no a lo que hemos denominado moral como estructura. Ahora bien la moral procede de un término latino que significa “costumbre”, el término ética deriva de ethos, que en griego significa “carácter”. Por tanto es evidente la relación entre estos dos conceptos. Como sabemos los hábitos y costumbres que tenemos determinan nuestro carácter o personalidad, y que este, a su vez, acaba por condicionar nuestras acciones concretas. Por ejemplo quien tiene por costumbre o hábito actuar de una forma responsable termina por tener un carácter o personalidad juiciosa, al revés si uno tiene por costumbre la irresponsabilidad como hábito tiene un carácter informal y desordenado si dirige una institución pública. Así pues entre la costumbre y el carácter existe una estrecha relación: la costumbre (moral) determina nuestro carácter (ética) y éste condiciona nuestras acciones personales y públicas. Ahora estimado lector podría explicar muy bien que pasa con el parroquiano que orina en las calles sin rubor, o porque se arroja la basura a cualquier lugar, o explicar que enseña el profesor de Ciencias Sociales sobre el tema de la familia cuando sus relaciones conyugales están rotas, o la autoridad que promete y no cumple o roba.

La moral, ética y las virtudes o valores públicos son temas exigidos en este momento de crisis de valores en nuestra sociedad nacional, regional y local. Es que constatar permanentemente casos de inmoralidad y corrupción en nuestros políticos y en la ciudadanía real y también imaginada, usando las palabras de Sinesio López, es preocupante. ¿Somos ciudadanos de primera o segunda categoría? Claro está que la moral que practicamos nos ayudará a determinar que tipo de ciudadanía construimos. ¿Cuáles son esos valores que nos ayudarían a contribuir al mejoramiento de la ciudadanía regional puneña? Reflexionar en torno a la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia, la buena educación, son cualidades capaces de combatir la indiferencia y apatía políticas, así como la privacidad y autocomplacencia que tienden a generar tanto las libertades individuales como el bienestar tal como nos los dice Victoria Camps. Los materiales para una ciudadanía ética en nuestra región es decir si buscamos una especie de “la bolsa de valores regionales” tendríamos presente en el ámbito público por ejemplo: la tolerancia (entre aimaras o quechuas, ciudadanos del medio rural y los del medio urbano, autoridades y ciudadanía) la igualdad,(en el acceso a la educación ya que muchos aun no acceden) la solidaridad, ( por ejemplo con los mas pobres) la libertad, (para opinar y elegir) la honestidad (en los cargos públicos), el respeto por la naturaleza (acordémonos del Lago Titicaca o nuestras ciudades contaminadas) la paz y muchos otros más. Cotizar estos valores supone ponerlos en práctica, porque al decir de Fernando Savater, a diferencia de otros seres vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por los que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.

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